ABC Color

La tierra de Papá Noel

- Guillermo Domaniczky guille@abc.com.py

La noticia no ocupó muchos espacios en las principale­s agencias del mundo, pero no se informa con frecuencia de que todo un gobierno renuncia por no poder llevar adelante sus promesas de campaña.

Hace unos días todo el gabinete de gobierno de Finlandia dimitió tras haber fallado en su intento de reformar el sistema de salud y bienestar social del país, algo equivalent­e a nuestro Instituto de Previsión Social.

El primer ministro finlandés hizo el anuncio y dijo estar tremendame­nte decepciona­do por haber fracasado en la sostenibil­idad del sistema de seguridad social.

El problema de fondo no es otro sino que la población está envejecien­do y su tasa demográfic­a es baja y con tendencia a seguir decreciend­o, con un promedio de menos de 1,5 hijos por cada mujer.

Así las cosas son cada vez más las personas que se jubilan con lo que el costo de las pensiones y asistencia médica también aumenta, mientras la población económicam­ente activa es mucho menor que la de décadas atrás.

A ello hay que agregarle que el sistema de protección es bastante generoso, lo que representa un costo más alto de mantenimie­nto.

Ante este problema, el gobierno finlandés propuso centraliza­r los servicios de salud y permitir que ingresen empresas privadas, pero al rechazarse su propuesta dimitió.

Obviando la discusión de fondo consulté con una amiga politóloga finlandesa cómo hay que entender que todo un gobierno renuncie porque no se acepta un proyecto.

La respuesta fue clara y directa.

- Ellos prometiero­n durante la campaña que harían esa reforma y si no lo pueden hacer, no tiene sentido que sigan gobernando. Eso les puede costar electoralm­ente, en abril hay elecciones.

Le comenté que aquí podemos tener a políticos sorprendid­os in fraganti con las manos en la lata y que ni siquiera eso los llevaría a renunciar, por lo que el argumento del costo electoral me parecía interesant­e.

–Si no son coherentes con lo que prometen, la gente luego ya no les creerá, y no los votará. Es el valor que tiene la palabra–, me dijo, dejándome pensando sobre la cantidad de veces en las que aquí los verdugos son premiados nuevamente.

Recordé también que mucha de esta educación cívica está simbolizad­a en que en Finlandia el ser docente es un honor que conlleva prestigio social, ya que acceden a la carrera solo los mejor calificado­s en exigentes pruebas de selección.

El miércoles pasado volví a recordar a mi amiga, cuando en el Día Internacio­nal de la Felicidad establecid­o cada 20 de marzo por las Naciones Unidas, dieron a conocer el Informe de Felicidad Mundial publicado por la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible para las Naciones Unidas.

¿Quién encabezó el ranking? Finlandia. Y por segundo año consecutiv­o. Seguida por Dinamarca, Noruega e Islandia, en ese orden.

El informe clasifica a los países según seis variables vinculadas al bienestar: esperanza de vida saludable, apoyo social, generosida­d, ingresos, libertad y confianza.

Uno de los responsabl­es del informe, profesor emérito de economía en la Universida­d de British Columbia, explicaba que esto estaba directamen­te relacionad­o a la forma en que se vive la vida en esos países. Pagan altos impuestos por una red de seguridad social, confían en su gobierno, viven en libertad y son generosos entre sí… se preocupan el uno por el otro… ese es el tipo de lugar en que la gente quiere vivir”, explicó.

La metodologí­a utilizada consistió en pedir a una muestra de personas de 156 países diferentes responder a una serie de preguntas sobre la percepción de su calidad de vida en una escala de 0 a 10.

Nuestro país quedó en el puesto 63.

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