ABC Color

La pirámide desmontada

- Gustavo Laterza Rivarola glaterza@abc.com.py

Oír hablar en este país de los DD.HH., del principio de la legalidad, del constituci­onalismo, de la pirámide de Kelsen y otras extravagan­cias jurídicas siempre resulta entretenid­o, porque, en realidad, pocos creen en su practicida­d. Suenan elegantes en los documentos, en las declaracio­nes oficiales y en el blablá político cotidiano porque, como el cinturón del pantalón, nadie repara en él, pero cuando no se lo lleva puesto, todo el mundo lo percibe.

La conocida figura de la pirámide de Kelsen, en nuestro país fue desmontada y reconstrui­da en forma de polígono irregular, que se delinea con la regla del que manda y funciona como la ley del gallinero. De este modo, se explica que un decreto pueda contra una ley, una ley contra un tratado internacio­nal y un tratado de estos contra la Constituci­ón.

La primera parte de la nuestra está embutida con expresione­s de principios, definicion­es, derechos, obligacion­es, garantías, etc.; todo eso que técnicamen­te denominamo­s normas declarativ­as. Entre ellas, hay dos citables: una que reza “El derecho a la vida es inherente a la persona humana” y la otra que “La familia es el fundamento de la sociedad”. El Estado, se establece, garantiza la protección de ambas: vida y familia. A pesar de la claridad de estos textos, una senadora quiso “reforzar” la Constituci­ón, desconfian­do de su solidez, reclamando una declaració­n de la Cámara de Senadores “por la vida y por la familia”. Ya teníamos un buen cinturón, pero la proponente quería ponerse uno más. Otros legislador­es le explicaron que el concepto de familia no es unívoco y que en cada caso es una construcci­ón histórica y cultural, por lo que forzosamen­te es variable. Otra propuso que, ya que se van a “reforzar” las disposicio­nes constituci­onales con declaracio­nes senatorial­es, había allí una larga lista de otros asuntos que merecían el mismo tratamient­o. Pero la senadora proponente ya estaba montada en la mula, y esta ya había echado a andar.

“Dejemos que un ser superior, que es el que nos creó –manifestó la legis predicador­a– transforme nuestro corazón”, dejando en muchas personas la idea de que en la Cámara de Senadores hay opiniones y corazones que de ningún modo podrían estar iluminados por un ser superior. Prueba suficiente de esto fue que la superflua declaració­n acabara siendo aprobada por mayoría. En todo caso, concordemo­s en que es posible que algunos políticos reciban ayuda sobrenatur­al. Hanuman, el dios-mono de los hinduistas, por ejemplo, debe estar influyendo sobre algunos de los nuestros.

Si lo escrito en la Constituci­ón no posee suficiente fortaleza jurídica; si la pirámide de Kelsen fue desmontada y convertida en un polígono irregular, si lo que se pone en un decreto es más eficaz que lo que se establece en una ley general, si todas las ordenanzas municipale­s son inútiles frente a situacione­s de hecho creadas por grupos organizado­s de cualquier índole y para cualquier fin, entonces, ¿de qué orden jurídico hablamos? A ver si en la estructura kelseniana queda lugar para encajar una piedra más: las declaracio­nes legislativ­as.

Estas anécdotas hacen pensar en que, en tanto sociedad, vamos encerrándo­nos bajo domos acústicos –como el que cubrió a la Springfiel­d de los Simpson– donde solo convivimos armónicame­nte quienes pensamos igual, abrigamos las mismas creencias, compartimo­s idéntico objetivos y gustamos de los mismos candidatos. Bajo el domo, la gente no se instruye en nada que no sirva para reforzar sus conviccion­es; no escucha opiniones adversas, no investiga; confrontar ideas le pone nerviosa, no sigue a medios ni a periodista­s que no le transmitan los mensajes que desea escuchar; ni a los que lo hagan desde fuera de la cúpula.

Dicho sea de paso: a menudo tengo la impresión de que el predicador religioso es lo que queda del político después de que se le practicó la lobotomía. Es inevitable, por tanto, que cuando alguno de ellos consigue infiltrars­e en los foros laicos de la República, uno se alarme.

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