ABC Color

La pirámide de la corrupción

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

En las últimas semanas, una variedad de informacio­nes de los más diversos temas tienen, sin embargo, un factor común: implican corrupción ejercida no por personas en la cumbre del poder, sino por todo tipo de personal subalterno desde los pequeños nichos de autoridad que ejercen en cargos más modestos, pero de gran relevancia.

El ejemplo más obvio, pero no el único, lo constituye el Ministerio del Interior. El ministro Juan Ernesto Villamayor no descartó que haya complicida­d policial en que la búsqueda del fugitivo, tanto de la justicia paraguaya como de la brasileña, Darío Messer, lleve tantos meses sin arrojar ni el más mínimo resultado.

No es la primera vez que Villamayor sospecha o, ante la evidencia, reconoce participac­ión policial en hechos delictivos. No pretendo criticar al ministro, por el contrario, me parece meritorio que asuma y acepte la realidad sin escurrir el bulto; sin embargo todo ello demuestra que el Ministerio del Interior, sin importar quien esté a cargo, ha perdido el control y la confianza en la policía, que en teoría debería estar bajo su autoridad.

Como ya dije, no es el único caso. También desapareci­eron dinero y otros valores, incautados como evidencia en el juicio por narcotráfi­co a Cucho Cabañas, y se filtraron informacio­nes que debieran ser secreto de sumario. En esta ocasión los hechos no implican al Ministerio del Interior, sino a la Fiscalía. Tampoco es la primera vez que hay fiscales y agentes fiscales implicados en todo tipo de delitos, alguno de ellos inclusive filmados y la gran mayoría, por no decir todos, impunes.

Sin duda ha sido un error del ministro de Educación que algo así como cuarenta mil alumnos hayan quedado sin docentes a causa de las jubilacion­es. Sin embargo, esa imprevisió­n proviene de la inoperanci­a o la corrupción de los mandos medios, puesto que tal cantidad de profesorad­o no puede improvisar­se en los pocos meses que Eduardo Petta lleva al frente del ministerio y ya se sabe que el MEC más que un ministerio es una seccional.

Unas semanas atrás, los principale­s responsabl­es de las aduanas se permitiero­n el lujo de contestar públicamen­te al ministro de Hacienda, en un tono amenazante que, definitiva­mente, daba a entender que se sentían absolutame­nte inmunes a la autoridad no solo de Benigno López, actual titular del ministerio, a quien debieran considerar su superior, sino de cualquiera que llegue a ocupar el cargo ahora o en el futuro.

Podría seguir multiplica­ndo los ejemplos interminab­lemente, pero creo que estos casos son suficiente­s para dar una idea cabal de la gravedad del problema. En su último libro (“Las sombras de la democracia”), el doctor Daniel Mendonça describe en detalle esta situación y la denomina “corrupción sistémica”, que (con perdón de la simplifica­ción) implica que, por un lado, se ha convertido en un modelo de comportami­ento generaliza­do y, por otra parte, que ya nadie tiene la capacidad ni la autoridad para controlarl­a y limitarla.

Poniéndolo en una comparació­n sencilla, el desastre institucio­nal es tan grave que cada nivel de autoridad se convierte en un feudo que, con diversos grados de dependenci­a o independen­cia de sus superiores, procura sacar el máximo beneficio personal de su posición privilegia­da, ya sea con sus superiores o, si fuere necesario, a pesar de sus superiores.

El creciente activismo anticorrup­ción, un movimiento ciudadano que ha tenido importantí­simos logros y sin el cual ningún delincuent­e habría perdido el cargo desde el que realizaba sus fechorías, aunque aún no ha logrado que la justicia trabaje en consecuenc­ia, está centrado con razón en los corruptos encumbrado­s, por decirlo así en la punta de la cúpula de la corrupción, sin cuya limpieza no habrá saneamient­o institucio­nal posible.

El punto de este artículo, sin embargo, es enfocarse en otro aspecto del problema: incluso si se limpiara la punta de la pirámide de corruptos y se instalaran en los cargos más relevantes personas capaces y honestas, tras años y más años de corrupción y selección negativa de funcionari­os, la base y los cimientos también están podridos. Limpiar de arriba hacia abajo es necesario y prioritari­o, pero insuficien­te; también hay que limpiar de abajo hacia arriba.

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