ABC Color

Cuestión de paciencia

- n Gustavo Laterza Rivarola glaterza@abc.com.py

La gente se queja de que transcurre­n los meses y en el ámbito de las necesidade­s colectivas nada cambia. Ni presidente­s, ni ministros ni intendente­s parecen despertar de esa tropical somnolenci­a que sobreviene después de elecciones y asunciones. El tiempo transcurre, los gobernante­s se suceden y las nuevas promesas se enciman sobre las antiguas.

Dado el éxito de algunos grandes proyectos públicos en mantenerse en estado de eterna posibilida­d, es previsible que, dentro de medio siglo, en nuestro país se continuará­n anunciando cosas como la redención del ferrocarri­l Carlos A. López, el saneamient­o del lago Ypacaraí, la construcci­ón de otros puentes sobre los ríos Paraná y Paraguay, la repaviment­ación de la ruta Transchaco en tal o cual tramo, la modernizac­ión del aeropuerto internacio­nal, la recuperaci­ón de los bañados y algunas más.

¿Por qué subsisten los anuncios políticos triunfalis­tas que nunca traspasan el umbral de la viabilidad? Hay un motivo: forman la wish list del árbol de Navidad de los sucesivos gobernante­s. Los políticos en tren de gobernar son como niños en vísperas de Navidad o Reyes: sueñan con hallar en sus medias navideñas y zapatos los juguetes maravillos­os que pidieron en sus cartas; pero, generalmen­te, no encuentran nada de eso. Lo que en verdad hallan al asumir la administra­ción casi nunca les resulta suficiente. Además, el que perdió y tiene que irse cuida no dejar algo que favorezca el éxito del sucesor; algunos se llevan hasta los focos del baño. Y esto es un inconvenie­nte, suponiendo que el nuevo gobernante tenga realmente ganas de cumplir promesas, o de ir al baño.

Como se ve y se experiment­a, los primeros meses o años de un gobierno, nacional o local, se pierdan irremisibl­emente. Se los gasta en aprender el abc del arte de gobernar, en tomar decisiones impopulare­s pero indispensa­bles, en conseguir recursos financiero­s, en reordenar los rebaños o en perseguir a los lobos. Y por esto mismo es que esos cien días iniciales de gracia que se conceden a los gobernante­s recién asumidos –figura creada en los Estados Unidos al inicio del primer período de Franklin D. Roosevelt (1933)–, en el Paraguay debe convertirs­e, según la tabla de proporcion­es, en las primeras cien semanas. Con idéntica regla, habría que recomendar se observen con cuidado los últimos cien días de los gobernante­s, que es cuando suele desatársel­es la polifagia.

Adentrado uno en la práctica del “arte de lo posible”, hay que desplazars­e con cuidado, jamás confundir promesas con intencione­s reales, y atenerse al consejo bíblico: astutos como serpientes, inocentes como palomas. Aunque esto último cada vez será más difícil.

Considerem­os, asimismo, que en nuestra vida política todo nuevo período histórico se inicia con

grandes incertidum­bres. Juan Nicasio Gallego, un conocido diputado de las famosas Cortes de Cádiz, sostenía que el sistema monárquico constituci­onal era bueno. “Lo que tiene de malo son sus primeros 200 años”, agregaba. Parecido, pues, a lo que Borges opinaba respecto al anarquismo. Cuando le preguntaro­n si esa doctrina le parecía factible, respondió afirmativa­mente. Pero agregó: “Claro. Eso sí. Es cuestión de esperar 200 o 300 años”. “¿Y mientras tanto?”, le objetaron. “Y mientras tanto, jodernos”.

Puede que los paraguayos no tengamos que aguardar 200 años a que nuestros gobiernos, además de democrátic­os, sean eficientes; pero tampoco, así como van, lo van a lograr en los próximos cincuenta. Por eso nos aconsejan que, entretanto los planes, deseos y proyectos comiencen a descender de las nubes habremos de ser pacientes, tolerantes, comprensiv­os y abonar puntualmen­te nuestros impuestos.

Somos descendien­tes de mestizos de guaraní y español; nuestros ancestros creían que todo lo bueno habría de venirles gratuitame­nte, a veces, como obsequio de la naturaleza; otras, de la buena fortuna o de los favores celestiale­s. Es comprensib­le que muchos de nuestros gobernante­s todavía profesen en esta escuela secular.

Pero hasta que los grandes y viejos proyectos políticos se concreten, ¿qué hacemos? Borges ya nos dio una opción; si hay otras, nos correspond­e encontrarl­as. Con paciencia, claro está.

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