ABC Color

Crece más que la creciente

- Rolandonie­lla@abc.com.py

Rolando Niella

Voy a pasar por alto los nuevos shows de Payo Cubas, porque aun cuando tiene razón (que, contra lo que él cree, no es siempre ni mucho menos) termina por banalizar los temas que lo enfurecen, reduciéndo­los a la categoría de riña pendencier­a llamativa, ya sea por bochornosa o por risible.

Mucho más importante y urgente me parece el problema reiterado y cada vez más grave de las inundacion­es y las calamitosa­s secuelas sociales y económicas a las que, por lo visto, ninguna autoridad de nuestro país parece tener la previsión, la capacidad o la voluntad necesarias para encontrar soluciones, ni desde el gobierno central, ni desde las gobernacio­nes y mucho menos desde las municipali­dades.

Ya lo he dicho otras veces, pero hay que repetirlo: en el Paraguay las inundacion­es no son una emergencia, sino parte del ciclo normal de nuestro clima. Unos años pueden ser más graves, otros menos. Algún año, como ahora, pueden extenderse en el tiempo más de lo normal y algún año de sequía no hacer acto de presencia, pero lo cierto es que, desde que tengo memoria, almenos tres y con frecuencia cuatro de cada cinco años hay inundación.

Otro punto que hay que remarcar, por más que sea poco “políticame­nte correcto”, es que hay demasiadas personas, demasiadas viviendas, demasiados barrios que están instalados directamen­te en el río… Los bañados no se llaman “bañados” por casualidad. No son Asunción, son el río Paraguay. No son “zonas inundables”, que se anegan por una creciente inusualmen­te grave, sino el cauce al que el río retorna todos los años en la época de lluvias.

Esto ha hecho que tengamos damnificad­os absolutame­nte todos los años, incluso los de creciente moderada y los años de creciente severa, como este y el pasado, dos veces por año. Tienen en ello mucha responsabi­lidad los políticos que cada tanto, por motivos electorali­stas o por simple necedad, amplían irresponsa­blemente la cota de habitabili­dad.

El resultado está a la vista de todos: miles de familias desplazada­s de sus hogares varios meses cada año, ciudades cuyos espacios públicos han desapareci­do, porque se convierten en campamento­s precarios que además de ser insalubres (esto tampoco es “políticame­nte correcto” decirlo) constituye­n activos focos de delincuenc­ia, de manera que para quienes habitan en las cercanías no solo son una fuente de incomodida­d sino también de peligro, como plantearon acertadame­nte los vecinos de una plaza de Barrio Obrero.

Para cuando el agua retrocede, los daños ocasionado­s a parques, plazas y demás espacios que ocuparon estos campamento­s son enormes, están completame­nte destruidos y convertido­s en basurales… ¿Cuánto costará a los asuncenos la recuperaci­ón de la histórica y emblemátic­a plaza del Cabildo? ¿Quién pagará los costos de la paralizaci­ón de las obras y la reconstruc­ción de la Costanera que todavía ni siquiera está terminada? ¿Será que ninguna obra de infraestru­ctura puede sobrevivir en nuestro país más allá de la próxima inundación?

Quienes estaban destruyend­o la plaza del Cabildo pedían comprensió­n. Honestamen­te no creo que la mayoría de los asuncenos se la hayan otorgado. Hoy por hoy, esos campamento­s precarios producen mucho más miedo, resquemor y rechazo que empatía. Ya sea por intereses electorali­stas, por timoratos o por insensible­s, los responsabl­es de dirigir el país no tienen propuestas de solución eficaces y sostenible­s para el problema de los damnificad­os ni para la del resto de los ciudadanos que padecen la cercanía de los campamento­s precarios.

No solo no tienen soluciones, sino que ni siquiera las están buscando en la forma correcta: construir algún centro habitacion­al para trasladar a los habitantes de zonas inundables no servirá de mucho, en parte porque ellos mismos no quieren irse y también porque, si aceptaran mudarse, otros pobladores ocuparían inmediatam­ente las zonas inundables que su traslado dejara libres.

Sospecho que no faltará quien califique estas líneas como “insensibil­idad social”, pero en mi modesta opinión insensibil­idad social y necedad económica es permitir que tal calamidad se eternice y simplement­e esperar cruzado de brazos a que llegue la próxima creciente para volver a tener a los damnificad­os viviendo en la precarieda­d más absoluta y desesperan­do a los vecinos de esos campamento­s, tan insalubres, inseguros y sucios que más parecen campos de concentrac­ión que verdaderos lugares habitables.

Tal como están las cosas, el año que viene habrá más damnificad­os que este año y el siguiente más aún. El centro de Asunción se parecerá cada vez más a una favela. El problema de la creciente crece más que el propio río.

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