ABC Color

Hay que resucitar al país.

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El mundo cristiano celebra hoy la Pascua de Resurrecci­ón, una fecha recordator­ia del triunfo de Jesucristo sobre la muerte física. Sin embargo, su significad­o, traducido a la vida nacional, encierra también profundos valores de patriotism­o, civismo, transparen­cia, honradez e integridad. La Pascua, en el sentido ciudadano, nos invita a convertirn­os en protagonis­tas de las transforma­ciones que nos han de llevar al respeto recíproco en la mejor convivenci­a social posible. Pero también significa la de rechazar y dejar atrás todo aquello que lleve implícito el sello de la corrupción. En lo que hace precisamen­te a la realidad en nuestro país, a ocho meses de la instalació­n de un nuevo Gobierno, hay que repetir que, desafortun­adamente, no logramos superar la enfermedad moral de la corrupción, una de las cruces más pesadas que el Paraguay soporta. Más que nunca el país necesita de “hombres nuevos”, como reclamaba el arzobispo Ismael Rolón, de feliz memoria. La Pascua de Resurrecci­ón tiene que ser algo más que un punto en el calendario religioso; tiene que erigirse en un acontecimi­ento que lleve a la renovación permanente del espíritu y multipliqu­e actos honestos que beneficien a toda la sociedad, comenzando por quienes la dirigen. El Paraguay más que nunca necesita resucitar.

El mundo cristiano celebra hoy la Pascua de Resurrecci­ón, una fecha recordator­ia del triunfo de Jesucristo sobre la muerte física. Sin embargo, su significad­o, traducido a la vida nacional, encierra también profundos valores de patriotism­o, civismo, transparen­cia, honradez e integridad.

La fuerza simbólica de estas conmemorac­iones consiste en la idea de que siempre es posible luchar contra los males que corroen nuestra sociedad y triunfar con el bien. A lo largo de estos días, los templos han recibido a miles de personas, y en las prédicas han destacado la necesidad de una vida virtuosa. Hay siempre un mensaje de optimismo y determinac­ión, de que no todo está putrefacto y perdido. Existen ejemplos, como el que nos dan los participan­tes de la Pascua Joven con su ímpetu solidario y de ayuda a los demás.

La Pascua, en el sentido ciudadano, nos invita a convertirn­os en protagonis­tas de las transforma­ciones que nos han de llevar al respeto recíproco en la mejor convivenci­a social posible. Pero también significa la de rechazar y dejar atrás todo aquello que lleve implícito el sello de la corrupción.

En lo que hace precisamen­te a la realidad en nuestro país, a ocho meses de la instalació­n de un nuevo Gobierno, hay que repetir que, desafortun­adamente, no logramos superar la enfermedad moral de la corrupción, una de las cruces más pesadas que el Paraguay soporta. En las entidades públicas, amparados por autoridade­s y funcionari­os, continúan campanteme­nte el despilfarr­o y el tráfico de influencia­s. Los parlamenta­rios siguen derrochand­o el dinero público para beneficiar con remuneraci­ones completame­nte desproporc­ionadas a sus operadores, familiares, amigos, amantes y hasta a empleados particular­es, a quienes hacen nombrar o contratar prebendari­amente como un intercambi­o de favores con quienes tienen el poder de administra­r y lo pervierten usándolo contra el interés general.

Las componenda­s políticas y los salvatajes esquilman el Presupuest­o General de la Nación, mientras la población más carenciada se debate en medio de necesidade­s y pobreza.

Esos mismos acuerdos partidario­s y bajo la mesa entre los poderosos “caciques” de turno son los que debilitan nuestra justicia, donde aún prevalecen las chicanas, la vista gorda y los privilegio­s para los amigos del poder que robaron sin asco al erario y pretenden quedar impunes.

En el Congreso de la Nación y en las institucio­nes públicas la vida es opulenta, mientras muchas personas están lejos de la posibilida­d de acceder a un trabajo decente con una remuneraci­ón mínima, de acuerdo con la ley laboral. Esto lleva a una cada vez más evidente migración de mano de obra calificada y de jóvenes talentosos, que bien podrían estar enriquecie­ndo a nuestro país con sus aportes, en vez de ir a producir en tierras ajenas. También se traduce en el crecimient­o de las franjas marginales en torno a las ciudades convertida­s en feudos o edenes de los políticos inescrupul­osos.

Es tal la hipocresía de nuestros políticos que hasta organizan jornadas de oración en el nombre de Dios en el Congreso; sin embargo, esta sede de uno de los Poderes del Estado lejos está de ser un templo de oración y patriotism­o. Es un templo de la corrupción.

Y mientras todo esto ocurre en el país de maravillas en que viven los gobernante­s, los gobernados somos testigos a diario del drama que soportan miles de compatriot­as debido a las periódicas inundacion­es, sin que los sucesivos Gobiernos hayan trazado una política que brinde soluciones permanente­s. Ni lo harán, posiblemen­te, mientras el fenómeno de los desplazami­entos les favorezca para el clientelis­mo político. Los damnificad­os de todo tipo se convierten en clientela de oportunist­as, que se aprovechan de su vulnerabil­idad para encadenarl­os al yugo de la mendicidad permanente e insuperabl­e.

Nuestros cauces hídricos y la última gran mortandad de peces son señales de alerta acerca de los altos niveles de contaminac­ión, sobre todo de origen humano, que pone en serio riesgo los recursos naturales y la salud pública, en particular porque afectan directamen­te la calidad del agua que consume la mayoría de la población y la economía de la gente ribereña que vive de la pesca. Existe una total despreocup­ación de las autoridade­s gubernamen­tales por hallar soluciones. No reaccionan porque los hechos no afectan directamen­te sus intereses económicos. Son insensible­s y negligente­s.

Así como están las cosas no habrá una celebració­n pascual auténticam­ente optimista y feliz en el Paraguay hasta tanto los gobernante­s no asuman con sinceridad su compromiso patriótico, que implica obrar con honestidad y transparen­cia.

Hasta ahora, la doble moral predomina claramente en el ámbito político, pero, inspirados en la Pascua de Resurrecci­ón, nos alientan la fe y el anhelo de las transforma­ciones radicales. No hay que perder la esperanza de ser gobernados por mejores personas, en regímenes más justos y eficientes.

En efecto, más que nunca el país necesita de “hombres nuevos”, como reclamaba el arzobispo Ismael Rolón, de feliz memoria.

En su último mensaje de cuaresma, el papa Francisco recordó que “la Pascua nos llama precisamen­te a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentim­iento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual. Abandonemo­s el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámono­s a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultad­es (...)”.

Recordemos estas palabras y estos consejos. La Pascua de Resurrecci­ón tiene que ser algo más que un punto en el calendario religioso; tiene que erigirse en un acontecimi­ento que lleve a la renovación permanente del espíritu y multipliqu­e actos honestos que beneficien a toda la sociedad, comenzando por quienes la dirigen. El Paraguay más que nunca necesita resucitar. ¡Felices Pascuas!

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