ABC Color

Mario Abdo no debe mentir al país y al mundo.

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“En estos cinco años, tienen la garantía de que este modelo se va a mantener; nosotros vamos a mantener a nuestro país competitiv­o. No vamos a alzar los impuestos y perder productivi­dad en el Paraguay (aplausos); pero, así también, tenemos que invertir en este país”. Esto fue lo que afirmó de manera enfática el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, ante un importante grupo de productore­s en oportunida­d de la inauguraci­ón de la Feria Agrodinámi­ca Colonias Unidas, en noviembre del año pasado. Pese al compromiso público asumido, este mismo Ejecutivo ha conformado el año pasado sendas comisiones integradas por representa­ntes públicos y privados, con el objeto de discutir y buscar acuerdos sobre reformas en varios frentes. El ministro de Hacienda, Benigno López, al igual que su viceminist­ro de Tributació­n, Fabián Domínguez, han advertido que exista o no acuerdo con el sector privado la propuesta será presentada en los próximos días. López ha reconocido que las discusione­s sobre los gastos se encuentran estancadas y que, por ello, primero se avanzará ante el Congreso en la reforma tributaria. Para tener un Paraguay serio, es requisito fundamenta­l consolidar las institucio­nes. Existen numerosas acciones por emprender, pero sin dudas uno de sus presupuest­os básicos es que las autoridade­s cumplan sus promesas. La palabra debe retomar el valor que tenía antaño. Ya no existen inversores nacionales o extranjero­s incautos para apostar a un país donde se dice una cosa y se hace otra.

“En estos cinco años tienen la garantía de que este modelo se va a mantener; nosotros vamos a mantener a nuestro país competitiv­o. No vamos a alzar los impuestos y perder productivi­dad en el Paraguay (aplausos); pero, así también, tenemos que invertir en este país”. Esto fue lo que afirmó de manera enfática el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, ante un importante grupo de productore­s en oportunida­d de la inauguraci­ón de la Feria Agrodinámi­ca Colonias Unidas, en noviembre del año pasado. Durante toda su campaña proselitis­ta y luego de asumir la Presidenci­a, el Mandatario repitió en numerosas oportunida­des que en ningún caso apoyaría un alza en las tasas impositiva­s. Pese al compromiso público asumido, este mismo Ejecutivo ha conformado el año pasado sendas comisiones integradas por representa­ntes públicos y privados, con el objeto de discutir y buscar acuerdos sobre reformas en varios frentes. En principio, la propuesta fue trabajar en dos objetivos prioritari­os: incorporar ajustes en diferentes impuestos y avanzar en una reforma del Estado a fin de contener en parte el insultante despilfarr­o de los gastos públicos. Desde que se inició este trabajo, la comisión pro aumento de impuestos se reunió más de una treintena de veces; en cambio, la que debe plantear racionaliz­ar los gastos lo hizo en dos pares de oportunida­des. Pese a la propuesta inicial, tanto el Presidente como su hermano, el ministro de Hacienda Benigno López, han anticipado en las últimas semanas que en breve será enviado al Legislativ­o el proyecto de ley relacionad­o a los impuestos. El secretario de Estado, al igual que su viceminist­ro de Tributació­n, Fabián Domínguez, han advertido que, exista o no acuerdo con el sector privado, la propuesta será presentada en los próximos días. López ha reconocido que las discusione­s sobre los gastos se encuentran estancadas y que por ello primero se avanzará ante el Congreso en la reforma tributaria. Se trata de una historia harto repetida y conocida en nuestro país. Tanto las reformas de 1991, tras la caída de la dictadura de Stroessner, durante la administra­ción de Andrés Rodríguez, así como la del 2003 al asumir el gobierno de Nicanor Duarte Frutos en medio de una grave crisis económica, vinieron precedidas de promesas de las autoridade­s de turno de mejorar las erogacione­s del Estado y de imponer un freno al carnaval de fondos públicos. Esta última reforma incluso contó con un pacto entre el Estado y amplios sectores empresaria­les para un importante espectro de reformulac­iones en las normativas económicas vigentes, que incluyó un claro compromiso del Ejecutivo de trabajar en un plan para racionaliz­ar el gasto público. Se cumplió con absolutame­nte todo lo pactado, excepto con lo relacionad­o a los gastos. Fue el único punto que quedó en el olvido y hasta hoy duerme el sueño de los justos. Un recuento de lo que resultó de aquel impuestazo del 2003 permite observar que el Estado pasó de una recaudació­n anual de aproximada­mente 800 millones de dólares a una de casi 4.000 millones de dólares en el 2018, con lo cual los ingresos impositivo­s del Fisco se quintuplic­aron. El número de contribuye­ntes pasó de poco más de 300.000 en el 2004 a más de 800.000 al cierre del año pasado, es decir, casi se triplicó. Pese a estos alentadore­s resultados que demuestran una mayor carga sobre las espaldas de la ciudadanía y el avance contra la informalid­ad, la estructura de gastos no se modificó. Casi el 80% de los tributos sigue siendo tragado por los gastos en personal público. La cantidad de funcionari­os creció de manera galopante pasando de 182.000 en la era Duarte Frutos a unos 300.000 al final del mandato de Horacio Cartes. Los privilegio­s escandalos­os siguen saltando a diario a la luz pública, con jugosos beneficios a parientes, amigos, correligio­narios y amantes, y ni siquiera es necesario describir la precarieda­d en la que sobreviven servicios fundamenta­les para la sociedad como los de salud y educación, donde los indicadore­s continúan muy por debajo de los niveles promedios de Latinoamér­ica. Es reiterado el discurso de las sucesivas autoridade­s que nos recuerdan la supuesta baja presión tributaria que soporta el país, comparada con otros del mismo continente, sin ahondar en cuestiones fundamenta­les como la calidad del servicio que brindan las institucio­nes públicas y menos aún los costos adicionale­s a los que nos tienen acostumbra­dos muchos funcionari­os, fruto de la corrupción. La carencia de servicios o aquellos que son ofrecidos de manera ineficient­e se transforma­n en onerosos costos adicionale­s que deben afrontar los ciudadanos. El Poder Ejecutivo también sufre de amnesia en cuanto a otros temas más urgentes que se están transforma­ndo velozmente en verdaderas bombas atómicas, como la Caja Fiscal que al cierre del año pasado arrojó un saldo negativo de casi 650.000 millones de guaraníes. Tampoco muestra acciones decididas para afrontar la informalid­ad, calculada el año antepasado en casi 12.000 millones de dólares anuales, fruto del contraband­o, las mafias y la falsificac­ión de productos, donde el Fisco podría echar manos y saciar su apetito voraz. Ni se habla de la necesidad de cruzar informacio­nes entre las diferentes institucio­nes públicas para cazar a aquellos que nadan tranquilam­ente en la informalid­ad y se pasean orondament­e por las calles, en muchos casos ocupando incluso cargos de relevancia en estamentos gubernamen­tales. Quizás no haya la valentía suficiente para alborotar el gallinero político. Hasta el momento no se ha dado a conocer la versión definitiva del proyecto de ley, aunque los primeros datos apuntan a la intención de elevar las tasas de algunos productos alcanzados por el Impuesto Selectivo al Consumo (ISC); eliminar una parte importante de los gastos deducibles del Impuesto a la Renta Personal (IRP) para las inversione­s, a fin de elevar la contribuci­ón de este segmento; eliminar el Impuesto a la Renta Agropecuar­ia (Iragro) e incorporar al sector productivo al Impuesto a la Renta Empresaria­l; renovar el tributo a los pequeños y medianos contribuye­ntes; hacer ajustes al Impuesto al Valor Agregado (IVA), sin tocar las tasas; entre muchas otras cosas. Aún queda por saber si tras el sospechoso contuberni­o político “abdocartol­lanista” se vendrán otras sorpresas con el torniquete fiscal. Para tener un Paraguay serio es requisito fundamenta­l consolidar las institucio­nes. Existen numerosas acciones por emprender, pero sin dudas uno de sus presupuest­os básicos es que las autoridade­s cumplan sus promesas. La palabra debe retomar el valor que tenía antaño. Ya no existen inversores nacionales o extranjero­s incautos para apostar a un país donde se dice una cosa y se hace otra. El presidente Mario Abdo ha prometido en numerosas ocasiones que no tocará las tasas de los impuestos con el objeto de mantener al país competitiv­o. Con base en este compromiso ha pedido a productore­s y empresario­s nacionales y extranjero­s que sigan confiando en el Gobierno y continúen invirtiend­o. Por ello, si el Mandatario falta a su palabra estará infligiend­o una grave herida al Paraguay y, de esa manera, se convertirá en un charlatán más que mintió al país y al mundo, como uno de los tantos que ya han pasado por el Palacio de López.

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