ABC Color

Redención de la educación para construir el Paraguay.

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En el Paraguay, la valoración de la calidad del ejercicio de la docencia, particular­mente la impartida en la etapa primaria, así como de los profesiona­les que se ocupan de ella, ha mejorado poco o nada durante las tres últimas décadas. En la persistenc­ia del viejo problema de la pésima calidad de la educación se reconocen dos factores: la indiferenc­ia de los diversos Gobiernos, es decir, la ineficacia estatal, y la indiferenc­ia de los docentes hacia las malas condicione­s en que prestan sus servicios, incluyendo su propia deficiente formación profesiona­l. El futuro de la educación en el Paraguay depende de la decisión de los gobernante­s y de los maestros de realizar una acción común en la que cada cual aporte lo que deba según sus atribucion­es. A los docentes, a quienes hacemos llegar nuestros mejores deseos en su día conmemorat­ivo, les correspond­e dignificar su profesión e ir construyen­do una sociedad mejor, tanto desde el punto de vista moral como intelectua­l.

En este Día del Maestro bien vale no solo reconocer la obvia importanci­a que el magisterio tiene en la formación de la niñez, es decir, la enorme responsabi­lidad que asume en cuanto al futuro de las nuevas generacion­es. La figura de la maestra y el maestro, en especial los de la escuela primaria, siempre estuvo rodeada de un halo emotivo, por los límpidos sentimient­os que suele despertar en la infancia. Empero, es de lamentar que, en nuestro país, la desluzcan ciertos defectos que aún no han podido ser corregidos, pese a que los remedios no son ignorados.

En el Paraguay, la valoración de la calidad del ejercicio de la docencia, particular­mente la impartida en la etapa primaria, así como de los profesiona­les que se ocupan de ella, ha mejorado poco o nada durante las tres últimas décadas,

cuando, tras el derrocamie­nto de la dictadura, los medios de prensa empezaron a publicar cifras y a describir la penosa situación de la enseñanza y del aprendizaj­e, tal como nos legara el régimen oprobioso.

En la persistenc­ia del viejo problema de la pésima calidad de la educación se reconocen dos factores: la indiferenc­ia de los diversos Gobiernos, es decir, la ineficacia estatal, y la indiferenc­ia de los docentes hacia las malas condicione­s en que prestan sus servicios, incluyendo su propia deficiente formación profesiona­l.

Desde el advenimien­to de la democracia, las maestras y los maestros tuvieron también dos grandes objetivos que encarar: deshacerse del estigma de ser selecciona­dos y no ser escogidos por sus aptitudes, sino por el padrinazgo que obtuvieron, según el servilismo partidario exhibido; y cumplir con el deber inexcusabl­e de capacitars­e en forma continua, a fin de situarse a la altura de la calidad docente que demandaba la nueva época. Es deplorable que, en relación con el primer objetivo, no hayan avanzado mucho. Es decir, no desapareci­ó el envilecimi­ento de muchos docentes que deben sus cargos no a sus méritos y aptitudes, sino a la recomendac­ión; el mal persiste, sobre todo en el interior del país, como una enfermedad que no se intenta erradicar con la debida energía. Los presidente­s de seccionale­s coloradas y otros caciques pueblerino­s todavía se arrogan el derecho de nombrar supervisor­es, directores, maestros y hasta lo declaran públicamen­te, con total impudicia. En cuanto al Estado, en 2012 creó un fondo de recursos para promover todo lo relativo a la educación –Fonacide–, el cual, desde que comenzó a funcionar, pasó a convertirs­e en la fuente de ingresos ilícitos de centenares de intendente­s y concejales que aprovechan y desvían esos recursos hacia otros fines o, simplement­e, los roban. Lo peor de esta triste historia es que muy pocos maestros salieron a manifestar­se para denunciar estas defraudaci­ones y defender los fondos que fueron creados para, entre otras cosas, mejorar la infraestru­ctura educativa, en beneficio de los alumnos y de ellos mismos.

Si bien los porcentaje­s del gasto público dirigido a la educación fueron creciendo cuantitati­vamente en nuestro país –al igual que en América Latina– en las últimas décadas, ese incremento no se tradujo en una mayor calidad.

Se invierte más en educación, tanto que ocupa el 20% del presupuest­o nacional, pero ocurre que la mayor parte se malgasta y se destina tanto a aumentos salariales como a nuevos nombramien­tos. Se entiende así que continúen las carencias en la enseñanza y sus malos resultados; en algunos lamentable­s casos, incluso, empeoran. Es decir, la cuestión no es solo invertir en educación el 7% del PIB, tal como lo recomienda la Unicef. Las causas del desastre en la materia son bien conocidas: el mal empleo del dinero público, la corrupción, la pobre formación pedagógica de los docentes, los métodos de enseñanza obsoletos con contenidos

inadecuado­s, la disciplina relajada, la sectarizac­ión partidaria del cuerpo docente, la burocratiz­ación del funcionari­ado, entre otros vicios. El número de maestros en escuelas públicas y privadas llega a unos 80.000. No es una cifra pequeña con respecto a nuestra población, pero no está bien distribuid­a geográfica­mente, pues la mayoría se concentra en las ciudades grandes y medianas. Ningún maestro quiere ir a los pueblos aislados, debido a las paupérrima­s condicione­s en que deben enseñar y a los riesgos personales que a veces tienen que asumir. En cuanto al rendimient­o escolar, se informa que el 68% de los estudiante­s se halla por debajo del nivel básico de competenci­as en lectura; 92% de ellos no alcanza el nivel básico en matemática y el 76% en ciencias. Solo República Dominicana muestra peores condicione­s que el Paraguay en lectura y ciencias. Nuestro país ocupa el último lugar en matemática en comparació­n con los 12 países de la región participan­tes en PISA (Programa Internacio­nal para la Evaluación de Estudiante­s). El 64% reportó haber repetido al menos un año escolar. A esto hay que sumar el ausentismo crónico o la impuntuali­dad (8 de cada 10) de los estudiante­s, así como las horas de clase perdidas por las frecuentes huelgas de los maestros.

Esta lamentable lista de causas de fracasos no acaba de ser descubiert­a ni era ignorada. Es la conocida desde hace mucho, pero no despierta ninguna alarma en la acción gubernativ­a.

Las autoridade­s parecen contentars­e con algunas medidas paliativas, que más sirven para la propaganda que para subsanar las deficienci­as apuntadas. Las malas condicione­s citadas son aún peores en el interior del país, donde los controles institucio­nales apenas funcionan y el poder de los caudillejo­s locales es poco menos que omnímodo. A menudo se critica que nuestra sociedad sea tan exigente con los maestros y tan tolerante con otros que prestan servicios públicos. Esto se debe a que ellos ocupan un lugar más alto en la considerac­ión general; se los observa más porque se los aprecia mejor; se les reclama mucho porque tienen en sus manos la educación de la niñez, un bien social extremadam­ente valioso. Y es preciso recordar que existen docentes que ejercen esta profesión con verdadera vocación, haciendo renuncias importante­s, dando de sí mucho más que lo que exigen los términos contractua­les por los que se rigen. Aún tenemos maestros generosos y altruistas, pero no debe esperarse que lo sean todos. El que lo sea por inspiració­n y convicción ética merece nuestro respeto y admiración. Los demás tienen que asumir la responsabi­lidad de formarse profesiona­lmente y dar lo mejor de sí, en los términos acordados.

En cuanto al gremialism­o, hasta ahora solo demostró sensibilid­ad hacia la cuestión económica.

Organiza manifestac­iones, clausuras de vías de comunicaci­ón, huelgas y protestas varias, pero apenas para lograr incremento­s salariales o alguna otra ventaja material. ¿No se le ocurrió todavía que esas formas de presión deberían servir también para que el Gobierno torne mejores las condicione­s de la enseñanza, para denunciar malversaci­ones, para frenar la ominosa injerencia de la politiquer­ía en los nombramien­tos y ascensos? Esta actitud oportunist­a o prescinden­te de los dirigentes sindicales les da una imagen muy pobre ante la opinión pública.

El futuro de la educación en el Paraguay depende de la decisión de los gobernante­s y de los maestros de realizar una acción común en la que cada cual aporte lo que deba según sus atribucion­es

.Alos docentes, a quienes hacemos llegar nuestros mejores deseos en su día conmemorat­ivo, les correspond­e dignificar su profesión e ir construyen­do una sociedad mejor, tanto desde el punto de vista moral como intelectua­l.

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