ABC Color

Instituto de Patología e Investigac­ión

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Antonio L. Cubilla

La actividad científica es dependient­e de la libertad académica, concepto posmedieva­l universita­rio que tercamente perdura, que presupone su creativida­d. Comprende la libertad para nombrar y destituir profesores, selecciona­r y calificar alumnos, elegir y validar temas y métodos de enseñanza e investigac­ión, sin interferen­cias políticas, administra­tivas, ni religiosas.

El investigad­or original florece en este milieu libertario cuya ausencia favorece la mediocrida­d académica, el statu quo y la preferenci­a por el facilismo de la copia o la transferen­cia de conocimien­tos.

Sin embargo, existe en el mundo global de la ciencia una restricció­n fundamenta­l no escrita pero que es parte de la manera en que se conducen los trabajos científico­s. Más allá de estas amplias libertades, que incluye hasta iniciar un programa de investigac­ión con hipótesis de mitologías conjetural­es o ideas descabella­das. Lo dijo Popper, el filósofo de la ciencia más influyente del siglo 20.

Esta restricció­n tiene que ver con criterios que la comunidad mundial de científico­s, en férrea defensa del actual paradigma científico, concepto creado por Thomas Kuhn, ha establecid­o como sus reglas de juego de funcionami­ento. Estas disposicio­nes, que todos los científico­s conocen, no son inmutables, pero quien no las acata, no es recibido en la comunidad científica. Puede que esta particular­idad de disciplina­r moleste o no sea entendible a quienes no sean partícipes de este mundo, pero es la rutina inescapabl­e para quienes viven en el mundo de la investigac­ión, esa Castalia simbolizad­a y magistralm­ente descrita por Hermann Hesse, premio Nobel de Literatura, donde los maestros interaccio­naban con sus discípulos para enseñarles con el modelo el rigor del método y el razonamien­to del juego de los abalorios.

Es en este contexto que históricam­ente existen reglas para determinar cómo se define y valida la actividad científica y quienes determinan si se adecua o no al paradigma del momento. La alta especializ­ación, cada disciplina con su terminolog­ía, su jargón, sus métodos, resulta en la dependenci­a del área a sus propios actores, cada área compuesta de innumerabl­es científico­s agrupados en logias más pequeñas, cada una con su modo de actuar y avanzar en el proceso de la investigac­ión.

Por eso es inevitable que la valoración de un trabajo deba ser realizada por el miembro más cercano del área de dicho estudio, es decir, por el par científico. No existe otra manera hoy aceptable de evaluar un trabajo científico. Cualquier otro esquema violaría esta ortodoxia a la que los científico­s se someten voluntaria­mente, justifican­do el estado del arte del paradigma vigente.

Gran descubrimi­ento

Pero quédese quieta esa comunidad mundial de marginales que crea su propia heurística. Porque su fin ocurrió en el Paraguay, con beneplácit­o de mucho pueblo twitero que descree a la Trump de los conocimien­tos tan penosament­e logrados por ese pequeño grupo de atrevidos escépticos e inquisidor­es que desean imponer vaya a saber qué exóticas epistemolo­gías. Al fin tenemos un gran descubrimi­ento que es nacional y no foráneo, que ocurrió en el lugar lógico, donde se pergeña la ciencia paraguaya. Y para completar la absoluta originalid­ad del descubrimi­ento, no lo hizo una sola persona. La idea en la ciencia normal suele originarse en un cerebro para luego difundirse a otros, dijo Poincare. Acá apareció la genialidad multicefál­icamente y, de una vez, con inspiració­n súbita y colectiva, como en el relato de Arquímedes.

¿Pero cuál es ese nuevo paradigma que desmayaría a Kuhn? Es la invención de nuevas técnicas o reglas de juego para evaluar los trabajos científico­s en el Paraguay. El Conacyt determinó en su última sesión que ya no serán solamente los pares científico­s internacio­nales quienes seleccione­n los trabajos de investigac­ión, porque sus decisiones, al elegir temas de escasa o excesiva relevancia, desagradan a los facebooker­os, twiteros, pastores, frailes, empresario­s, seudoacadé­micos y hasta a políticos juristas de cierta lucidez aunque soberbios al no distinguir sus límites intelectua­les.

Quienes ahora decidirán el destino de la ciencia del Paraguay, por súbita y hagiográfi­ca revelación que los categoriza como los nuevos iluminatis vernáculos, serán el propio consejo del Conacyt, secundado por ministerio­s públicos. Estos últimos, de escasa tradición científica.

Qué chance puede tener mi estudio sobre la Disposició­n Física Espacial de las Fibras Elásticas de la Túnica Albugínea Peneal, al confrontar­lo en competenci­a para su financiaci­ón con la Incidencia y Mortalidad del Dengue Hemorragic­o, a ser revisado por el tradiciona­lmente políticame­nte neutro, muy científico y académico Ministerio de Salud Pública.

Ya en serio, nuevamente se equivoca el Conacyt, y esto es más grave, al confundir funciones y en agregar cómplices al mamotreto embarrando aún más la cancha de la incipiente ciencia paraguaya, y con esta actitud, cuando empezábamo­s a asomar la cabeza, arriesgar su marginació­n de la ciencia mundial.

No podemos aún, desde esta isla sin mar, recrear la cultura científica. Pedimos, un grupo amplio de investigad­ores nacionales, a los ministerio­s a ser involucrad­os, rechazar tal espuria función, y a la Presidenci­a de la República, de quien depende el Conacyt, solicitamo­s la perentoria reestructu­ración de la composició­n de este organismo, dotándolo con personas que, que aunque no tan iluminadas ni atrevidas en sus descubrimi­entos, conozcan cómo realmente funciona la investigac­ión científica.

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