El apoyo a la corrupción
Cuesta combatir la corrupción porque sus autores se rodean de cómplices que forman un tupido camalotal difícil de quebrar. Acabamos de ver en Paraguarí a un grupo de intendentes y seccionaleros rodear con admiración y afecto a Miguel Cuevas, titular de Diputados, sobre quien pesa varias acusaciones delictivas, debidamente documentadas. Tales intendentes y seccionaleros se inspiraron en el presidente Mario Abdo Benítez, que respaldó a Cuevas exhibiéndose con él en un acto público. No cabe andar de brazos con un corrupto y, al mismo tiempo, predicar contra la corrupción. En la citada reunión en Paraguarí, alguien se acordó, para mejor congraciarse, de la frase utilizada por Santi Peña para defender a González Daher de las acusaciones que le llovían a cántaro: “Se tira piedras al árbol que da frutos”. Cuevas también creyó que era un árbol con frutos. Sí, es un árbol que creció torcido. Ya llegó torcido a la Cámara de Diputados sin más frutos que convertir el Parlamento en una cueva de Cuevas. O sea, del constante uso indebido del dinero de los contribuyentes. La investigación fiscal abierta contra Miguel Cuevas pronto se estancó. Se entiende. A la mayoría de los diputados no le conmueve la mala imagen de una institución a la que pertenece; el Presidente de la República no tiene pudor de mostrarse con su correligionario, y los intendentes y seccionaleros del departamento forman un racimo para expresar su apoyo. Con la defensa a los corruptos, solo se llega a hundir más aún en la pobreza a nuestro castigado país, cada vez más alejado de la posibilidad de atender las necesidades básicas de una gran parte de la población. El último caso de corrupción –el último conocido– tiene como figura principal al general (SR) Ramón Benítez, que ha tenido aspiraciones presidenciales. Fracasado este intento, desembarcó en la Aduana. Le dieron la jefatura del Detave, un organismo creado para combatir el contrabando. Con los datos oficiales que se manejaban, se sabía que la recaudación bajaba hasta tocar el suelo. También los empresarios y productores agrícolas multiplicaron sus quejas ante la cantidad asombrosa de mercaderías que inundaban el mercado y que no podían tener otros orígenes que los ilegales. Los fiscales intervinientes estiman, hasta ahora, que Ramón Benítez y sus socios en la delincuencia manejaban semanalmente unos 100 millones de guaraníes. Era la suma que los contrabandistas pagaban para que las mercaderías transitaran libremente por las rutas del país. Si dejaban esa cantidad de dinero en los puestos de control –o descontrol–, es de suponer que dejaron de pagar al fisco por lo menos el doble. Pero el daño que el general retirado –ahora re-tirado– no es tanto a las arcas estatales como a los pequeños agricultores que se desloman en la siembra de cebollas, papas, tomates, etc., para luego encontrarse con los lugares de venta colmados de tales productos, a menor precio. Claro, entran al país sin pagar impuestos. La conducta del general Benítez salpicó también a unos periodistas. No se sabe muy bien cuál sería el grado de participación de estos profesionales, que niegan haber recibido dinero. Sus nombres figuran en una libreta del militar. Al periodista nunca se le regala dinero. “No hay almuerzo gratis”, es una frase muy repetida en los manuales de ética periodística. Por el enorme daño que causa la corrupción al país, debería castigarse con severidad a los delincuentes y medirlos con la misma vara. Son igualmente culpables los empresarios que pagaron al general Benítez, y los políticos que aplauden a Miguel Cuevas.