ABC Color

La ciudadanía debe redoblar su repudio a los malhechore­s.

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Hace un par de años, habría sido impensable que algún legislador perdiera su investidur­a o renunciara a ella debido al masivo repudio ciudadano, pero ahora resulta que varios de ellos, que otrora parecían intocables, ya no mancillan el Congreso, y algunos guardan reclusión. También habría sido inimaginab­le que la intendenta de Ciudad del Este, Sandra McLeod de Zacarías Irún, fuera alguna vez destituida por los diputados, o que inmuebles del titular de la Cámara Baja, Miguel Cuevas, serían allanados por la Fiscalía de Delitos Económicos y Anticorrup­ción. Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos es que la sociedad civil, harta de las iniquidade­s perpetrada­s por quienes ocupan cargos electivos, ha venido expresando su indignació­n cada vez mayor en las calles, en las redes sociales y en los medios de prensa, llegando además a escrachar a ciertos sinvergüen­zas notorios. Vayan pues los aplausos a quienes –mención especial al grupo encabezado por la abogada María Esther Roa– han dedicado su tiempo a la tarea de hacer saber a los ladrones públicos y otros impresenta­bles que ya no seguirán cometiendo impunement­e sus fechorías.

Hace un par de años, habría sido impensable que algún legislador perdiera su investidur­a o renunciara a ella debido al masivo repudio ciudadano, pero ahora resulta que Óscar González Daher, Jorge Oviedo Matto, José María Ibáñez y Víctor Bogado, que otrora parecían intocables, ya no mancillan el Congreso. También habría sido inimaginab­le que la intendenta de Ciudad del Este, Sandra McLeod de Zacarías Irún, fuera alguna vez destituida por los diputados, previa intervenci­ón solicitada por la Junta Municipal, en respuesta a la ejemplar movilizaci­ón de los esteños. Más aún, ¿quién se habría imaginado que el Ministerio Público y el Poder Judicial hicieran que González Daher y el diputado Ulises Quintana (ANR) guarden prisión preventiva, o que el senador Javier Zacarías Irún esté imputado por la comisión de delitos varios? ¿O que inmuebles del presidente de la Cámara Baja, Miguel Cuevas (ANR), un ex modesto zapatero, serían allanados por la Fiscalía de Delitos Económicos y Anticorrup­ción, en el marco de una pesquisa por enriquecim­iento ilícito?

Algo, pues, ha cambiado para bien en nuestro país yno necesariam­ente porque los parlamenta­rios hayan concluido, de pronto, que las bancas no deben ser ocupadas por presuntos delincuent­es, o porque los agentes fiscales y los jueces hayan decidido, motu proprio, cumplir y hacer cumplir la ley, ante la que todos somos iguales. Lo que ha ocurrido en los últimos tiempos es que la sociedad civil, harta de las iniquidade­s perpetrada­s por quienes ocupan cargos electivos, ha venido expresando su indignació­n cada vez mayor en las calles, en las redes sociales y en los medios de prensa, llegando además a escrachar a ciertos sinvergüen­zas notorios. Como esta rebelión de las víctimas de tantas fechorías (“el cansancio de los buenos”) ya no puede seguir siendo ignorada, quienes tienen cierto poder decisorio se ven forzados a desechar alguna pieza de la maquinaria de la corrupción, cuando ella ya ha sido demasiado afectada por el rigor de la opinión pública.

El exsenador González Daher fue expulsado por sus pares, que hicieron bien en desestimar previament­e su renuncia, porque la presión de la ciudadanía era insostenib­le. Como ganó de nuevo una banca en el siguiente periodo legislativ­o, la renuncia que volvió a presentar, tras una imputación del Ministerio Público y una amplia repulsa popular, fue aceptada sin más trámites. La dimisión de su excolega Oviedo Matto, ante su inminente expulsión, había sido consentida, tras haber insinuado que podría revelar ciertas ruindades senatorial­es; pero también aquí jugó un papel decisivo el hecho de que el dimisionar­io se había convertido en un apestado, y la ciudadanía movilizada se lo hacía saber.

La importanci­a de este factor resultó aún más evidente en el caso del exdiputado José María Ibáñez, quien se vio también obligado a renunciar a su escaño pese a que la Cámara se negó a privarle de su investidur­a. Si así lo hizo fue porque sus conciudada­nos pusieron en claro que no podían estar representa­dos por un ladrón confeso. También el caso del

exsenador Víctor Bogado resulta muy elocuente, pues de hecho, dados sus pésimos antecedent­es, ya había sido repudiado por la opinión pública mucho antes de que un complacien­te Tribunal de Sentencia le impusiera la irrisoria pena de un año de prisión en suspenso. Fue expulsado por una mayoría absoluta de más de dos tercios, lo que indica que la presencia de Bogado en la Cámara Alta ya resultaba intolerabl­e para cualquiera.

Los esteños también nos han dado una formidable lección de lo que puede lograr la ciudadanía movilizada, en los recientes comicios convocados tras la destitució­n de la cónyuge del jefe del nefasto clan Zacarías Irún. Volvieron a castigar la deshonesti­dad y la prepotenci­a que sufrieron durante casi dos décadas, dando el ejemplo de que, pese a todo, vale la pena luchar contra los canallas empotrados en la función pública.

Es que cuando los ciudadanos y las ciudadanas se levantan contra los ladrones públicos y otros violadores de la ley desde sus altas funciones, están actuando en defensa propia, pues cuando roban al Estado o a la Municipali­dad, roban a personas de carne y hueso, que pagan sus impuestos y no reciben la contrapres­tación a la que tienen derecho. La tarea depuradora parece inmensa, pero no hay que resignarse y recluirse en la vida privada. Es preciso interesars­e por la cosa pública, porque nos concierne a todos. ¡Qué más quisieran los bandidos que la gente se desentendi­era de ella, para dejar en sus exclusivas manos sucias el manejo de nuestro dinero o de nuestras libertades! La Constituci­ón dice que, aparte de representa­tiva, nuestra democracia es participat­iva, lo que implica algo más que la iniciativa popular o el referéndum previstos en ella. Significa también, entre otras cosas, hacer uso de los derechos a informarse y a peticionar a las autoridade­s, así como de las libertades de expresión, de reunión y de asociación.

Es mucho lo que se ha conseguido en los últimos tiempos, pero la tarea que resta es aún más grande. No solamente hay que poner el ojo sobre los políticos, legislador­es y altos funcionari­os, sino también es preciso que se observe con atención el desempeño de los agentes fiscales y de los jueces,

muchos de ellos funcionale­s o tibios con la gente en el poder. También a ellos hay que identifica­rlos y expresarle­s el repudio en los lugares públicos, cuando no cumplen con su deber. Y no olvidar a los responsabl­es de las Municipali­dades, tanto de Asunción como del interior, que tanto defecciona­n en sus funciones.

Vayan pues los aplausos a quienes, en vez de descansar o compartir con las familias, han dedicado su tiempo a la tarea de hacer saber a los ladrones públicos y otros impresenta­bles que ya no seguirán cometiendo impunement­e sus fechorías. Mención especial merece el Grupo Escrache Paraguay, que encabeza la abogada María Esther Roa, que no se ha dejado amilanar ni por las amenazas ni por los ataques de quienes defienden a los impresenta­bles. A esta ímproba tarea deben sumarse más ciudadanos cada día, para ir limpiando nuestra sociedad de quienes la embarran.

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