La fábrica de hacer ricos
Hasta hace unas décadas atrás escasas eran las alternativas laborales que le permitían al paraguayo desarrollar una vida digna en familia. El sector privado prácticamente no generaba fuente de empleos –como hoy– y el ciudadano común tenía tres alternativas viables rápidas: la carrera militar, la policial o el sacerdocio.
En el sector privado ser bancario no solo le permitía ganar bien sino tener status. El resto remaba como podía. Hasta los jugadores de fútbol no amasaban fortunas como hoy, salvo aquellos transferidos al exterior. Tenían sí cierto respeto y/o admiración del pueblo deportivo, pero no tanto como hoy que prácticamente llegan a la categoría de estrella de cine.
Me recuerda un insoportable relator deportivo que en su transmisión a cada instante hacía hincapié en que un determinado futbolista respira, camina y se peina, de tanta admiración que le tiene a este deportista que se puso de nuevo de moda.
Un capítulo aparte merecen aquellos que trabajaron en Itaipú y/o Yacyretá, en la década del 70. Esa gente sí que nadó en dinero, a tal punto que algunos enchaparon su diente con oro. Seguramente para cambiar el sabor de la comida. Vaya uno a saber.
En ese mundo creció una generación de paraguayos que recibió el impacto de influjos culturales y sociales semejantes. Todavía quedan restos de humedad, como dice Pablo Milanés.
Hoy día la sociedad paraguaya cambió bastante. Como nunca vivimos 30 años de democracia de manera ininterrumpida, con luces y sombras. Pero democracia al fin. ¿Por qué les estoy describiendo todo esto? Porque tenemos que responder a la pregunta sobre si la clase política paraguaya es el reflejo de nuestra sociedad o son “seres extraterrestres”, ajenos a nuestro modo de vida.
Vamos a considerar la primera opción. Si es así, estamos asumiendo que la mayoría de los paraguayos al alcanzar un poder –especialmente político– considera al Estado (incluidos los recursos públicos) como propio. Eso significa llevar el dinero de los contribuyentes al bolsillo, comprarse estancias, lujosas camionetas, cambiar de estilo de vida, hacerles nombrar a sus domésticos, etc. Ergo: A mí me votaron 47.000 personas y eso me da derecho a hacer lo que yo quiero dentro de uno de los poderes. Ni la ciudadanía, ni la prensa, ni nadie me puede expulsar de mi banca.
Este argumento no fue inventado. Está basado en hechos reales, como dicen las películas de ficción. El condenado y ahora exsenador Víctor Bogado (ANR, cartista) sostenía la tesis que su salida del Congreso era producto del capricho del diario ABC Color contra su persona. Ese argumento sostienen varios legisladores, especialmente los procesados, pero les da vergüenza exponerlo públicamente.
En medio de este microclima, se abre una “nueva oportunidad laboral”: la política. Hoy es la Meca de un grupo cada vez más grande de ciudadanos que aspiran a llegar a cargos. Hasta ahí va todo bien, legítimo y hasta necesario. Pero el tema es que varios ciudadanos que no pueden triunfar en una profesión encuentran una enorme ventana de posibilidades en la política partidaria como la solución a su problema económico y judicial –en algunos casos– y de su descendencia.
No es casual que varios senadores, diputados, parlasurianos, gobernadores, concejales departamentales, intendentes y concejales municipales estén bajo la mira de la Fiscalía y/o de la Justicia. Quisieron imitar el ejemplo de otros parlamentarios que siguen impunes. Este efecto contagio resulta peligroso porque se les transmite a jóvenes que quieren iniciar su vida profesional que la política es una fábrica de hacer ricos. Que la honestidad y la formación no sirven para nada.