ABC Color

El mandamient­o nuevo

Jn 13,31-35

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La palabra “nuevo” suele hechizar al ser humano, que quiere un coche “nuevo”, un teléfono celular que sea “nuevo” y tantas otras cosas. Hasta un “nuevo” amor, para dar un gustito especial a la vida...

Está profundame­nte enraizada en nuestra alma la necesidad de renovación, pues afirmamos frecuentem­ente: “Las cosas no pueden seguir como están” y tomamos muchas iniciativa­s para concebir algo más lozano.

Dios, que conoce totalmente el corazón humano, pues es su Creador y Redentor, viene en ayuda de este anhelo, respetando la lentitud e inestabili­dad de nuestros procesos. Una vez nos inspiró con la Antigua Alianza, afirmando: “No serás vengativo con tus compatriot­as ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor” (Lev 19,18).

Con Cristo llegamos a la iluminació­n que la humanidad siempre ha esperado y querido, y Él nos enseña el mandamient­o nuevo: “Les doy un mandamient­o nuevo: ámense los unos a los otros, así como yo los he amado”.

Es nuevo en el sentido de que es universal, no debe contemplar solamente personas de nuestra familia, de nuestro entorno inmediato o de nuestro clan; además, procura dar prioridad a los enfermos, débiles y desemplead­os.

Es también un amor perfecto, porque se extiende hasta a los enemigos, a las personas que nos caen pesadas, brujas, arpías y desconside­radas.

Solamente con la gracia de Dios se consigue vivir esta dimensión, pues el esfuerzo humano no alcanza a tanto.

El ejemplo más elocuente es el mismo Jesucristo: “así como yo los he amado”. Él es el propulsor y la medida.

Entonces, ya no depende tanto de la simpatía personal que el otro inspira, o no inspira, pero hemos de quererlo porque Jesucristo lo quiere, hemos de ayudarlo, porque Jesucristo lo quiere ayudar.

La fuerza interna para este amor heroico nos viene justamente de la Resurrecci­ón de Cristo. Esta capacidad de amar nos es regalada como don que inunda nuestro corazón y que hace posible vivirla, a pesar de las imperfecci­ones humanas.

Así, un cristiano que siempre se renueva establece nuevas relaciones con los demás, basadas en la honestidad en sus negocios, cordura en el trato y sentido de correspons­abilidad social, hacia la consecució­n del bien común. Declara el Señor: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos.”

Hace parte del mandamient­o nuevo compartir los recursos que se tiene, los talentos recibidos, y todos colaboramo­s para vivir desde ahora la experienci­a de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no hay lágrimas, ni quejas, ni tampoco dolor. Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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