ABC Color

La desidia nos inunda

- n Alcibiades González Delvalle alcibiades@abc.com.py

Desde el año 1537 hay noticias de que el río Paraguay suele crecer. También, desde entonces, se sabe que el río expulsa a quienes ocupan su territorio. A casi cinco siglos seguimos padeciendo los efectos de un hecho muy simple: las aguas siempre vencen a los invasores. O casi siempre. También se resignan a correr por donde se las indique. Para domarlas se levantan obstáculos, generalmen­te costosos, pero que cumplen la función requerida: cuidar la seguridad y el bienestar de las personas. Y aquí está nuestra desidia de siglos: los ríos siguen causando serios problemas.

¿Por qué desidia? Porque la inundación no es un caso accidental, que viene de sorpresa, sin esperarla, que ocurre por casualidad. Entonces ¿por qué no preverla y hacer que sus consecuenc­ias sean menos catastrófi­cas? ¿Se tiene que actuar siempre a la disparada? ¿Hasta cuándo los remiendos costosos?

Si sumáramos todos los gastos de atención a los damnificad­os, tomando solamente los últimos 30 años, y si se financiara­n con ellos las obras de contención, hoy ya no veríamos el desolador paisaje humano que se repite cada vez con más frecuencia.

Nuestras autoridade­s nacionales y municipale­s, de todos los tiempos, nunca proyectan obras más allá del tiempo que les tocaría gobernar. Si no son ellas las que van a inaugurar lo poco y mal que hacen, sencillame­nte dejan de hacerlo. Por ejemplo, las grandes obras viales con que cuenta el país se iniciaron y culminaron con Stroessner. Claro, estuvo casi 35 años en el poder. Pero no hace falta que un gobernante esté para siempre sentado en el sillón presidenci­al. Bastaría con que cada uno de ellos, dentro del plazo democrátic­o y constituci­onal, planifique las obras para más allá de su mandato.

Salvo excepcione­s, no hay proyecto de Estado sino de Gobierno con el agravante de que las nuevas autoridade­s sepultan las intencione­s de la anterior administra­ción, por buenas que sean, solo porque no salieron de su gabinete. Uno de los casos más significat­ivos se refiere a la franja costera proyectada por el Gobierno Municipal de Carlos Filizzola, en los años 90 del siglo pasado. De haberse construido, hoy sería otra la situación de los miles de compatriot­as que sufren lo indecible con cada crecida del río. ¿Qué pasó? Que el Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID), dispuesto a financiar la obra, exigió el aval que el Estado se negó a darlo. Como el Gobierno era Colorado, no iba a permitir que un opositor se luciera con tan provechosa obra.

La politiquer­ía, la corrupción, la ineficienc­ia son algunas de las causas por las que hasta hoy arrastramo­s el drama de la inundación de los ríos.

La justificac­ión más común de la ausencia de obras esenciales suele ser la falta de presupuest­o. Es posible que así sea, pero cuando uno ve a diario el derroche escandalos­o, es para dudar que no hubiera dinero. Y cuando se construye algo, se lo hace mal, o a medias o con sobrecosto­s. O sea, con la presencia infalible de la corrupción.

En 2013 se inauguró la costanera en Pilar a un costo de más de cinco mil millones de guaraníes. Fue la obra que iba a solucionar la crecida del río y sus dramáticas consecuenc­ias. En solo seis años ya hace agua –nunca mejor dicho– por todas partes. En cuanto al muro que rodea la ciudad –construido hace 20 años– ya presenta problemas que claman la construcci­ón de uno nuevo. Se dijo que el muro se había hecho para siempre. En nuestro país “para siempre” no suele pasar de 20 años, salvo la deshonesti­dad que es eterna.

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