ABC Color

DOCTOR JOSELO

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.com

SALAMANCA, España. Los católicos tienen el recurso de la confesión para limpiarse de sus pecados. Van al confesonar­io donde un sacerdote les escucha enumerar sus faltas y su arrepentim­iento y finalmente es absuelto; sus pecados son perdonados pero tiene que cumplir con una penitencia que le impone el confesor. Ella varía de acuerdo a la benevolenc­ia del sacerdote, de su carácter y de la gravedad de los pecados cometidos. Esta penitencia es de cumplimien­to obligatori­o para que la confesión tenga validez.

Las cosas suceden así en la vida religiosa. Pero en la vida civil son de manera diferente. No se habla de “pecado” sino de “falta” o con mayor frecuencia, de “delito”. La persona que está en infracción en este caso no va al sacerdote sino al juez y aquí las cosas ya se complican. Lo más frecuente es que se interponga­n chicanas para prolongar el juicio hasta la eternidad. Que es nuestro caso. Pero también hay excepcione­s.

Días atrás, el “doctor” Joselo se presentó voluntaria­mente ante el juez, reconoció parte de sus faltas que tuvieron que ver con la alteración de la firma de un acta de acuerdo con el Gobierno del Brasil dañando seriamente nuestros intereses económicos y pidió disculpas –no sé si se habrá dado de golpes en el pecho, expresando “por mi culpa, por mi grandísima culpa”– por haber invocado los nombres del presidente y el vicepresid­ente de la República. El juez le perdonó sus pecados y en lugar de imponerle una penitencia, le dio unas palmaditas en la espalda y le dijo: “Vete hijo mío, y no peques más”.

Así es como funcionan las cosas en nuestro país. Un pedido de disculpas es suficiente para componer cualquier desaguisad­o siempre que la persona venga apadrinada por alguien de peso dentro del Gobierno. El que robó una mazorca de maíz empujado por el hambre y su miseria, puede llorar lágrimas de sangre ante el juez, cubrirse la cabeza con ceniza como se hacía antiguamen­te, que no enternecer­á a nadie pues la justicia es ciega, igual para todos y no puede renunciar a ser aplicada como correspond­e (depende de quién).

El “doctor” Joselo, ostentando un título que ahora se entrega a los alumnos que no pudieron superar el cuarto curso de Derecho, ha cometido una falta grave, muy grave para que sea absuelto con el pretexto de que lo que ha hecho es nada más que una “travesura” propia de su juventud. Si esta ha sido la reacción de los tribunales, se abren las puertas para que cualquiera pueda intervenir alterando acuerdos internacio­nales, cambiándol­os de acuerdo a los intereses de dos o tres altos cargos y yendo en contra de los intereses de todo el país.

En la antigüedad la justicia se aplicaba en público. Las ejecucione­s se llevaban a cabo en la plaza porque si bien ellas no reparaban el daño causado tenían que servir de ejemplo, de escarmient­o, para disuadir a quienes estaban pensando cometer los mismos delitos. De hacerlo, ese era el castigo que les esperaba: la decapitaci­ón, la muerte por horca, la flagelació­n. En Salvador de Bahía (Brasil) se conserva en la plaza del Pelourinho el tronco de árbol al que era amarrado el esclavo que había intentado escapar de sus amos, y azotado de manera inmiserico­rde. Se pretendía desanimar a todos aquellos otros esclavos que estaban pensando escapar.

No propongo que el “doctor” Joselo sea azotado en la plaza pública (aunque secretamen­te no me disgusta la idea) pero que reciba, como pecador, una penitencia ejemplar para que muchos otros no quieran repetir la experienci­a si se les presenta la oportunida­d. Lo de “vete y no peques más” ya no nos satisface.

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