ABC Color

Traición a la patria

- Alcibiades González Delvalle n alcibiades@abc.com.py

El acta bilateral acerca de la contrataci­ón de potencia de la hidroeléct­rica de Itaipú dio lugar a que se hablara de traición a la patria. El caso me remite a finales del siglo XIX, cuando José Segundo Decoud fue enjuiciado por haber pretendido anexar el Paraguay a la República Argentina. La defensa estuvo a cargo del doctor Manuel Domínguez.

El escándalo se inició con la denuncia de Juan Silvano Godoy, que presentó al Senado una carta, supuestame­nte escrita y firmada por Decoud, donde expresó su deseo de entregar la soberanía nacional a una potencia extranjera. Fue en el gobierno de Emilio Aceval, que lo tuvo como canciller. Esta función era una de las muchas que venía ocupando el doctor Decoud desde hacía 30 años, con suerte dispar pero siempre con un elevado nivel intelectua­l.

El gobierno de Aceval, que se inicia en 1898 y culmina de mala manera en 1902 al ser obligado a renunciar atrapado por los interminab­les enredos políticos, vivió una serie de hechos trágicos. Entre ellos, la peste bubónica en setiembre de 1899, cuyos efectos se extendiero­n por mucho tiempo; el 16 de diciembre del mismo año, Blas Garay fue herido de bala en Villa Hayes. Murió dos días después envuelto en lágrimas de un país que perdía a uno de sus mejores y prometedor­es hijos. Tenía 26 años. El 9 de enero de 1902, en una confusa balacera en el recinto del Congreso, falleció el eminente médico Facundo Insfrán, que mucho había procurado aliviar el drama de la peste. Con él, se fue el gobierno de Aceval.

El juicio político a José Segundo Decoud fue en 1899 con el consiguien­te impacto en la opinión pública por estas causas: el motivo del suceso, la personalid­ad del acusado y la figura del denunciant­e. Godoy ha sido un personaje esencial de nuestra cultura con un carácter desconcert­ante. Natalicio González lo pintó como “un espíritu de la Edad Media trasplanta­do a la época moderna. De vivir en los días de Benvenuto, fuera Godoy uno más de los que daban estocada y pulían un madrigal al mismo tiempo. Es héroe de cien aventuras. Siempre le gustó cruzar el mundo entre borrascas”.

Godoy concibió y organizó el asesinato del presidente de la República, Juan Bautista Gill, consumado en la mañana aciaga del 12 de abril de 1877. Se exilió en la Argentina por muchos años. A su regreso, entre sus actividade­s estuvo acusar de traición a la patria al canciller de Aceval. Presentó como pruebas una carta atribuida a José Segundo Decoud, quien insistía en calificarl­a de falsa.

La función del Dr. Manuel Domínguez era aplacar la ira de los parlamenta­rios y del resto de la opinión pública a más de responder a la acusación, a cargo de otro brillante político, el Dr. Alejandro Audibert. Domínguez machacaba sobre el origen delictivo de las cartas, no sobre su autenticid­ad. Incluso llegó a decir: “Concedo que la carta sea del señor Decoud. Pero éste niega ser su autor. Luego, se publicó sin su consentimi­ento. Este argumento es de hierro. Puede sobre él meditar el doctor Audibert durante tres días. No contestará. ¡No lo hará! ¡No! Entonces ¿Cómo se publicó la carta? O porque el señor C. u otro la robó. O porque cayó en poder del señor Godoy por casualidad. Estamos en lo mismo. Supongo lo primero: la carta fue robada”. Pero el fondo de la cuestión era si José Segundo Decoud la escribió o no.

Después de mucho debate, el canciller fue absuelto. Decoud renunció a la cancillerí­a y se escondió en su casa. Dejó de hacer vida social y todo cuanto venía haciendo. En 1909, diez años después del escándalo, se suicidó perseguido por el dolor de haberse sospechado de su honra. Eran los tiempos lejanos en que los políticos tenían honor.

¿A qué viene este caso con los momentos actuales? La carta atribuida al Dr. Decoud era falsa. El documento entreguist­a firmado con el Brasil es auténtico.

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