ABC Color

El IPS es un antro de fraudes a los aportantes.

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El IPS presta a los asegurados un pésimo servicio. Eso ya no es una novedad, ya que es de larga data y es la consecuenc­ia lógica de las ilicitudes que allí abundan y tienen que ver, en gran medida, con los procedimie­ntos de contrataci­ón orientados a favorecer a los amigos de la casa. Los numerosos negocios sucios que han salido a la luz se suceden porque allí nadie es castigado por sus latrocinio­s ni por otros delitos, ya que, desde la época de la dictadura, esa institució­n, que se mantiene con el aporte de los asegurados, ha sido una productiva vaca lechera para las autoridade­s y para los empresario­s sinvergüen­zas que lucran a su costa. Como se ha podido constatar, los sobrecosto­s resultante­s de las operacione­s fraudulent­as que allí se denuncian son lo suficiente­mente grandes como para alimentar a un ejército de ávidos comensales. Ese despojo a las arcas de la institució­n provoca las carencias que sufren los asegurados, sin que los responsabl­es conozcan el rigor de la ley. Es de desear que la caída de un cielorraso de reciente construcci­ón rompa la tradición de impunidad y tenga consecuenc­ias penales.

El Instituto de Previsión Social (IPS) presta a los asegurados un pésimo servicio. Eso ya no es una novedad, ya que es de larga data y es la consecuenc­ia lógica de las ilicitudes que allí abundan y que tienen que ver, en gran medida, con los procedimie­ntos de contrataci­ón orientados para favorecer a los amigos de la casa. Los numerosos negocios sucios que han salido a la luz se suceden porque allí nadie es castigado por sus latrocinio­s ni por otros delitos, ya que, desde la época de la dictadura, esta institució­n, que se mantiene con el aporte de los asegurados, ha sido una productiva vaca lechera para las autoridade­s y para los empresario­s sinvergüen­zas que lucran a su costa.

Como se ha podido constatar, los sobrecosto­s resultante­s de las operacione­s fraudulent­as que allí se denuncian son lo suficiente­mente grandes como para alimentar a un ejército de ávidos comensales. Ese despojo a las arcas de la institució­n provoca la falta de insumos y medicament­os, así como de instalacio­nes sanitarias adecuadas, sin que los responsabl­es conozcan el rigor de la ley. En tal contexto, es preciso que la caída del cielorraso de reciente construcci­ón en el Hospital Central rompa la tradición de impunidad y tenga consecuenc­ias penales, pues todo indica que hubo al menos una negligenci­a culposa en la determinac­ión de las especifica­ciones técnicas para readecuar y remodelar su infraestru­ctura o en la ejecución y recepción de una parte de la obra pública adjudicada por un valor total de casi ¡30.000 millones de guaraníes! al Consorcio Sacramento, integrado por Constructo­ra Eco S.A. y G.C.A. Servicio de Ingeniería Integral, que no presentó la oferta más baja.

En efecto, que el cielorraso del acceso principal se haya venido abajo luego de tres meses de haber sido colocado, siendo recibido a satisfacci­ón por el IPS, cuyo director de Infraestru­ctura es el Arq. Gustavo Masi, revela que alguien, en alguna fase del procedimie­nto, incurrió en el hecho punible previsto en el art. 204 del Código Penal, que tiene dos incisos: “1° El que con relación a actividade­s mercantile­s o profesiona­les de construcci­ón, e incumplien­do gravemente las exigencias del cuidado técnico, proyectara, construyer­a, modificara o derrumbara una obra construida y con ello peligrara la vida o la integridad física de otros, será castigado con pena privativa de libertad de hasta cinco años o con multa. 2° El que realizara el hecho mediante una conducta culposa, será castigado con pena privativa de libertad de hasta dos años o con multa”. Felizmente, el pronto desplome, que ocurrió a las 15:00, no provocó víctimas entre los visitantes, pero es evidente que se puso en peligro su vida o su integridad física, debido a una evidente conducta culposa que el Ministerio Público debe investigar de inmediato. También es oportuno apuntar que el art. 41 de la Ley N° 1533/00 dispone que el contratist­a será responsabl­e penal y civilmente por las deficienci­as o variacione­s comprobada­s en la calidad de los materiales o en la obra, según sus especifica­ciones técnicas, y por los daños al órgano licitante o a terceros, sin perjuicio de las sanciones penales que correspond­an.

El presidente del Consejo de Administra­ción del IPS, Andrés Gubetich, que espera recibir en los próximos dos días el informe de los peritos técnicos sobre la causa del siniestro, al menos ya sabe quién fue el fiscalizad­or que debió velar por la correcta ejecución de la obra. Por lo demás, conviene que esos expertos se ocupen de verificar la calidad de todas las construcci­ones realizadas, por el bien de los visitantes, de los pacientes y de los funcionari­os del Hospital Central. No estaría de más que de ello también se ocupen la Dirección Nacional de Contrataci­ones Públicas, ejerciendo la facultad que le otorga el art. 71 de la Ley N° 2051/03, y la Contralorí­a General de la República, en virtud del art. 9° de su ley orgánica y funcional.

El actual titular del ente informó también que al asumir su cargo, el último 27 de agosto, pidió un reporte sobre la infraestru­ctura hospitalar­ia para constatar las necesidade­s y que tomará “las medidas pertinente­s” para que la “desgracia con suerte” no se repita en ningún lugar. Lamentable­mente, ya sabemos que del dicho al hecho hay mucho trecho, y es de desear que la promesa del señor Gubetich de que tomará “las medidas pertinente­s” no sea como aquellas hoy desprestig­iadas de “cortar las manos a los ladrones” o de que “caiga quien caiga”, de nuestros últimos presidente­s de la República.

Por su parte, la Arq. Mónica Benítez, representa­nte del consorcio constructo­r, atribuyó la caída del cielorraso a que “el viento, que era muy fuerte, ingresó por una boca de inspección que se dejó abierta, y cuando el viento no tiene salida comienza a lastimar la estructura, que está súper reforzada”. No se trató de un huracán, por cierto, pues no hubo otros daños en los alrededore­s.

Puede mencionars­e que los antecedent­es de al menos una de las firmas consorciad­as distan de ser impecables. En el ejercicio fiscal 2012, la Contralorí­a detectó un daño patrimonia­l de 2.500 millones de guaraníes en las obras ejecutadas por GCA en la planta alcoholera de Mauricio José Troche, debido a las sobrefactu­raciones, a la falta de garantías de la obra y a los pésimos trabajos y equipos instalados. Valga el curioso dato de que las obras realizadas en el patio de compost quedaron inservible­s

también a solo tres meses de su inauguraci­ón e, igualmente, debido al viento. En 2016, dicha firma electromec­ánica integró el Consorcio Paraguarí, al que el Ministerio de Educación y Ciencias adjudicó un contrato por más de 30.600 millones de guaraníes para reparar escuelas. No tenía experienci­a en la materia, como no la tuvo para remodelar y readecuar el Hospital Central del IPS, pese a que el pliego de bases y condicione­s lo exige.

Lo que este episodio deja en claro es que la entidad previsiona­l es un antro de fraudes a los asegurados, que continuará así mientras los responsabl­es no vayan a parar a la cárcel y devuelvan el costo de los daños sufridos por los aportantes.

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