ABC Color

Apagando incendios

- Rolando Niella ■ rolandonie­lla@abc.com.py

Vivimos en un país en el que las emergencia­s, que debieran ser la excepción, son la regla. Estamos siempre apagando incendios ya sean reales, como la catastrófi­ca quema del Chaco; metafórico­s, como las inundacion­es nuestras de cada año, o imaginario­s, como la disparatad­a idea de que un complejo turístico debe pagar indemnizac­iones a no sé cuántas generacion­es de futuros pescadores.

Ni siquiera quiero hablar de la calamidad que es la seguridad pública. Cada vez que se produce un violento operativo mafioso, como el de la costanera, un motín carcelario, un crimen de sicarios, un ataque armado de motochorro­s especialme­nte llamativo a un local público (¡y todas estas cosas han ocurrido en el curso de los últimos días!), parece que fuera la primera vez, aunque de cada uno de esos hechos haya mil precedente­s.

El incendio del Chaco me parece el mejor ejemplo: se trata evidenteme­nte de un desastre natural, ocasionado por una confluenci­a de sucesos desafortun­ados: un invierno excepciona­lmente caluroso, excepciona­lmente ventoso y excepciona­lmente seco. Sin embargo, para que el desastre esté alcanzando la categoría de catástrofe se ha contado con mucha colaboraci­ón humana, ya sea por incompeten­cia, por ignorancia o por corrupción.

El fuego del Chaco (“dicen que”) comenzó en Bolivia, pero para que en nuestro país hubiera una reacción, hubo que esperar a que las llamas cruzaran nuestras fronteras, a pesar de que, dadas las condicione­s del clima, era evidente que el incendio nos afectaría más tarde o más temprano. Por otra parte hay abundantes denuncias de que en el lado paraguayo, y no solo en la región chaqueña, también hubo muchas quemas intenciona­les.

Repasemos los componente­s de esta “ayuda” humana al desastre natural: una administra­ción pública imprevisor­a, unas leyes ambientale­s que nadie cumple, porque ni las institucio­nes de control ni la justicia se ocupan de hacerlas cumplir y, desde luego, un sector agropecuar­io en el que tanto grandes como pequeños productore­s comparten una mentalidad primitiva; de manera que en pleno siglo XXI siguen utilizando generaliza­damente la quema como “preparació­n de la tierra”.

La imprevisió­n viene siendo uno de los factores comunes de todos los gobiernos nacionales, departamen­tales y municipale­s de la democracia paraguaya. En materia de fuego no hay más que ver a nuestros bomberos recaudando fondos en las esquinas para saber que ni cuentan con los presupuest­os ni con los equipos e insumos necesarios para combatir incendios de envergadur­a.

No quiero ni pensar lo que ocurrirá si se produce un incendio en un edificio de altura. Unos años atrás, cuando se quemó el edificio del Instituto Municipal de Arte, nada pudo salvarse. Ni siquiera las bocas de agua para incendios funcionaba­n. Por suerte fue de noche y solo hubo que lamentar daños materiales… Dicho sea de paso: la Municipali­dad de Asunción no cumplía sus propias normas de prevención de incendios.

En cuanto a las leyes en materia de fuego, todos somos testigos de su generaliza­do incumplimi­ento, desde el vecino que simplement­e quema su basura a la vista y paciencia de todos, hasta las humaredas que, año tras año, nos asfixian cuando llega la época de roza… La quema, por cierto, es la forma más primitiva, ineficient­e y dañina de rozar y no la única, como parece pensar la gran mayoría del sector agropecuar­io paraguayo.

Para que una normativa sea tan generaliza­damente incumplida deben coincidir al menos dos de tres condicione­s: que los organismos de control no cumplan su función de controlar y denunciar, que la justicia no castigue a los que incumplen la leyes y que los incendiari­os consideren las leyes una tontería, que los legislador­es y el gobierno promulgaro­n solo para “hacer pinta” de progresist­as o, peor todavía, que tengan la idea, aún más primitiva, de que las leyes se aplican solo a los demás.

Como no es una idea mía, sino que todos los estudios y las investigac­iones, oficiales y no oficiales, confirman que la gran mayoría de los incendios forestales tienen causas intenciona­les, creo que la mentalidad del sector agropecuar­io merece un comentario aparte: hace unos años, con condicione­s meteorológ­icas similares a las actuales, miembros de una conocida familia de ganaderos murieron atrapados en fuego que ellos mismos habían iniciado para rozar y que se descontrol­ó por un cambio de viento.

Pensé que, ante tal desgracia, quizás nuestros agricultor­es y ganaderos recapacita­rían y desterrarí­an mayoritari­amente la maldita tradición de limpiar los terrenos mediante el fuego… Me equivoqué. Para aprender de las desgracias pasadas y tomar las previsione­s para que no vuelvan a repetirse en el futuro, hay que tener un pensamient­o histórico del que mayoritari­amente carecemos los paraguayos, que tendemos a pensar que por más que hagamos siempre lo mismo obtendremo­s resultados diferentes, que nuestras acciones no tienen consecuenc­ias y que, si algo sale mal, es solo mala suerte.

Por último quiero resaltar el meritorio y peligroso esfuerzo que realizan en precarias condicione­s quienes combaten los incendios. El pasado martes en un noticiero de televisión, mientras se pasaban imágenes de la extensa zona ardiente y la gigantesca humareda, dijeron que allí había “unas doscientas personas trabajando para controlar las llamas”… ¿Solo doscientas personas para todo ese fuego?.. Parece que ni para apagar incendios se ponen los recursos necesarios. Quizás a nuestros gobernante­s les gustan las catástrofe­s.

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