ABC Color

Encrucijad­a para Ortega

- Danilo Arbilla daf@adinet.com.uy

Daniel Ortega se encuentra ante una encrucijad­a, así como le pasó a Nicolás Maduro (¿Siria o Libia?, marzo de 2014). Y en su caso parece haber optado por la línea del venezolano: prohibió ingreso a una comisión de la OEA, que tenía previsto viajar a Managua para dialogar con el Gobierno y oposición. La comisión fue creada con el fin de elaborar un informe sobre la situación que se vive en Nicaragua.

El madamás nicaragüen­se no quiere diálogo. O quizás la “prohibició­n” sea una de las formas del diálogo tal como la entienden los bolivarian­os, fidelistas y progresist­as.

Ortega tiene más margen para negociar, que su colega, amigo y correligio­nario.

La comisión, por su lado, no tendrá problemas para realizar su trabajo, el que tendrá que presentar a principios de noviembre. Se anticipa que será muy duro –la situación en Nicaragua en materia de violacione­s de los derechos humanos y civiles es muy dura–, y de mantener el régimen su actitud, segurament­e generará, a lo menos, una condena y sus consiguien­tes sanciones por “Alteración del orden constituci­onal” en violación de la Carta Democrátic­a Interameri­cana (CDI). Para ello ya están de antemano los 18 votos necesarios. Llegar a una “suspensión” que requiere el voto de los dos tercios de miembros dependerá de lo que pase en el correr de las semanas, y no solo en Nicaragua.

Es que Ortega debe calibrar la inoperanci­a y poca fuerza de la organizaci­ón interameri­cana –no obstante el liderazgo militante a favor de los DD.HH. y por el respeto de la CDI de la Secretaría General– para imponer una salida a la cuestión venezolana. Y juega sus cartas. Con alguna tranquilid­ad, a la espera de cómo se desarrolla lo de Venezuela y de un mejor “realineami­ento de fuerzas” tras las elecciones que el 27 de octubre se realizaran en Argentina y Uruguay. Si gana Alberto Fernández y el kirchneris­mo, y el Frente Amplio repite por cuarta vez en Uruguay, defensores en ambos casos de la “dictadura de Maduro”, la situación mejora, desde la perspectiv­a de Ortega.

De cualquier manera Ortega no es Maduro. Hay diferencia­s. No es tan tosco y ordinario como el venezolano. Mas pulido –quizás por su esposa y vice Rosario Murillo, educada en el Reino Unido y Suiza– o lo disimula. Es más habilidoso, a lo menos.

El informe de la comisión, si dudas, tendrá un gran capítulo sobre las “violacione­s” en función del cual se harán las recomendac­iones pertinente­s al gobierno (cese de la represión, de los asesinatos y torturas, liberación de presos políticos, libertad de prensa y de reunión). Esto es ineludible. Los hechos y los números no se pueden esconder.

Pero hay también una negociació­n para más adelante, que le puede interesar a Ortega –le debería, dicen los expertos– y eventualme­nte a la oposición nicaragüen­se.

En los pasillos de la OEA en Washington se dice y algunos lo aseguran, que el tema del adelanto de las elecciones perdió vigor. Ortega no transa y en filas opositoras no están convencido­s de que sea lo mejor. Hay quienes creen que no están del todo preparados para enfrentar al oficialism­o el año próximo. Y menos con la actual ley electoral, una especie de ley de cooptación que facilita el fraude. Aquello del somocismo de “Ustedes voten como quieran que el que cuenta los votos soy yo”, no ha cambiado.

En las recientes municipale­s –según me dijo un observador electoral– no hubo fraude, porque el oficialism­o no lo necesitó. Es un dato. Más allá de lo que digan las encuestas, el orteguismo tiene un importante apoyo de los nicaragüen­ses. Y esto lo manejan en el gobierno y opositores.

Parecería que la gran batalla para la diplomacia interameri­cana democrátic­a, además de que su cumpla un mínimo de las recomendac­iones en materia de “derechos”, es la aprobación de una nueva ley electoral para los comicios de noviembre del ‘21, que de garantías y asegure elecciones democrátic­as, libres y limpias.

Les vendría bien a todos: a la oposición por lo de las garantías para competir, y a Ortega porque puede ganarlas –lo que para él sería “miel sobre hojuelas”–, y en caso de perder probableme­nte conseguirí­a una buena representa­ción legislativ­a, además de hacer mucho más prolija y tranquila su retirada.

Chance que, ésta última, se le hace muy difícil de lograr a Maduro.

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