ABC Color

Zapatero, a tus zapatos

- Mabel Rehnfeldt ■ mabel@abc.com.py

En la colonia Jorge Sebastián Miranda, ex Hugua Ñandu, poca gente olvida lo que ocurrió entre la noche del sábado 8 y la madrugada del domingo 9 de mayo del 2010. Se festejaba el quinceaños de la hija de un suboficial y una docente cuando en la modesta fiesta irrumpiero­n militares fuertement­e armados mientras otro comando tomaba la subcomisar­ía 27 y desarmaba a los policías. Cuentan los asistentes que les hicieron cuerpo a tierra mientras se oía cómo metían plomo a varios vehículos que estaban dentro de la subcomisar­ía. Un informante convenció a los militares que en ese cumpleaños estaría Magna Meza, y que los policías la encubrían. El informante que logró convencer a la inteligenc­ia militar era un exlogístic­o del EPP que mucho se habrá reído luego de provocar el enfrentami­ento. En Hugua Ñandú nadie olvida ese 15 años con sabor a vals, torta, cuerpo a tierra y terror. Este serio episodio no fue el primero, ni el último. Ni el único. Entonces, ¿en serio queremos sacar a la calle militares con atribucion­es policiales? La pregunta no tiene que ver con el hecho de que unos sean mejores o peores que otros sino con la duplicació­n de atribucion­es y las áreas donde “la autoridá” se disputará el poder. Si a esto le sumamos una ciudadanía ignorante de sus derechos, sumisa ante el poder, incapaz de defender su vida y sus bienes, el panorama es oscuro. Y si a todo lo anterior le agregamos una justicia que es poderosa con los débiles, y débil con los poderosos, estamos en el horno. Estamos a punto de ingresar a una de las más oscuras noches de nuestra frágil democracia. Una noche que podría no acabar nunca. Los militares ya tienen bastante con el trabajo que la Constituci­ón les ha asignado. Y ya tienen también muchas deudas incumplida­s vinculadas con esos deberes constituci­onales. Las FF.AA. son custodios de nuestra integridad territoria­l y deben defender autoridade­s legítimame­nte constituid­as (art. 173 de la Constituci­ón). Si cumplieran con excelencia con la primera disposició­n, tendríamos la mitad de los problemas del país solucionad­o. Todos sabemos que las aguas que nos dividen de nuestros vecinos –a cargo de la vigilancia militar– son las fronteras más permeables a la corrupción y la violencia. Por aquí pasa el contraband­o de tomates pero también de armamentos y drogas; las Prefectura­s Navales han funcionado con harta frecuencia como patios traseros de contraband­istas y hasta como ayudantes y estibadore­s de tráfico de combustibl­e y de cigarrillo. Todos también sabemos que la integridad aérea está seriamente comprometi­da con narcoavion­etas, y gran parte de su custodia correspond­e también a militares. Los destacamen­tos ubicados en la frontera seca tampoco han contribuid­o a combatir crímenes. Con mucha razón el lector puede preguntarn­os, ¿acaso la Policía Nacional ha cumplido con su mandato constituci­onal? ¿Han preservado el orden público, los derechos, la seguridad de las personas y de sus bienes? ¿Se han ocupado de la prevención e investigac­ión de delitos? NO. Claro que no, igual que los militares, están llenos de deudas impagas con la sociedad a la que debieran proteger y cuidar. Entonces, si unos y otros tienen serias deudas con el pueblo paraguayo, si unos y otros han demostrado serias falencias, corrupción, negligenci­a y mediocrida­d, si juntamos una policía a medias con unos militares a medias, ¿vamos a tener un cuerpo de seguridad entero… o vamos a duplicar nuestras tragedias? Muchos ciudadanos sobrepasad­os por la insegurida­d ceden a la tentación de imaginar que llenarnos de uniformes y de balas solucionar­á los problemas. Se olvidan de reflexiona­r que si esos uniformes hubieran hecho aquello que debían hace ya mucho tiempo, no estaríamos así. El gobierno actual ya carga con graves errores. Ojalá no sume el ser recordado como el que abrió las puertas al mismísimo infierno porque, quienes hoy los alientan a hacer una enmienda, serán los primeros en crucificar­los cuando se revelen las primeras tragedias.

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