Asfixiados por la impunidad
Todos los días ocurren miles de asombrosas transformaciones humanas muy cerca nuestro.
Así por ejemplo, conductores transgresores de las normas de tránsito y desconsiderados con el peatón se convierten en seres respetuosos de las reglas de circulación.
O personas sucias y prepotentes que arrojan por las ventanillas de sus vehículos cuanta basura tengan a mano, pasan a ser personas capaces de transportar consigo sus desechos hasta encontrar un lugar adecuado para arrojarlos.
Transformaciones de este tipo se ven a diario en nuestras fronteras: mientras del lado paraguayo reina la ley del mbarete, del lado extranjero aparecen estas mutaciones temporales, porque al volver a cruzar a nuestro territorio las cosas retornan a su estado original.
La explicación es lógica, es el temor a la aplicación de la ley el que obra el milagro de la transformación. O viéndolo desde el otro ángulo, es la impunidad la que permite que aquí todo sea posible por la idea instalada de que las normas son relativas y los castigos, aleatorios.
Esa misma impunidad es la que nos está asfixiando, literalmente, en estos días.
La vieja costumbre de muchos estancieros, de quemar sus campos en lugar de pagar por el desmalezamiento, es hasta ahora totalmente impune, a diario aparecen nuevos focos de incendios, y más allá de que también están los que se generan espontáneamente o por la inconsciencia de algún cazador o quizás alguien que arroje alguna colilla de cigarrillo, es innegable que la vieja práctica estanciera continúa sin castigo alguno hasta el momento.
La fiscalía anuncia ahora que está analizando unos 15 casos, y que depende de algunos informes técnicos para disponer la imputación de los propietarios de campos.
En este contexto en el que hemos visto a miles de animales muertos y sentimos los efectos del humo en el ambiente, la quema debería ser considerada incluso un crimen por las consecuencias para la salud e incluso el riesgo de vida para quienes sobreviven en las zonas afectadas.
Bien puede echarse mano al artículo cuarto de la ley 716 que castiga los delitos ambientales, que establece que podrán ser sancionados con una condena de entre tres a ocho años de cárcel aquellos que quemen bosques o formaciones vegetales perjudicando gravemente el ecosistema.
Qué mayor perjuicio que atentar contra la salud humana y la vida de miles de animales silvestres.
Algo puede y debe hacerse, desde instituciones que llevan los pomposos nombres de Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible, Instituto Forestal Nacional, o Unidad Especializada de Delitos Ambientales del Ministerio Público.
Mientras no haya alguien procesado por la quema de campos, seguiremos empeorando, mientras la maldita impunidad nos va matando.
Igual cosa debe decirse de la quema de basuras en los barrios.
El viernes planteábamos en la 730AM, cuál era el principal problema que debía ser solucionado en el barrio de cada oyente.
Una notoria mayoría respondió que la quema de basuras por parte de sus vecinos era uno de los principales problemas diarios.
Gente que, al intentar conversar por las buenas para hacer notar sobre lo perjudicial que resulta la quema de desperdicios para los demás, solo se encuentra con la mala educación y altanería del idiota de turno que no encuentra mejor manera de deshacerse de su problema que perjudicando al resto de las personas que viven en el barrio.
Mientras exista impunidad para los inconscientes, y estructuras burocráticas inservibles como las municipalidades para este tipo de casos, la prepotencia seguirá reinando bajo la lógica del sálvese quien pueda.