ABC Color

Ponga orden, señor Presidente.

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En su artículo 226, la Constituci­ón Nacional establece claramente que “El Poder Ejecutivo es ejercido por el Presidente de la República”. Los demás, como los ministros, son “secretario­s de Estado”, es decir, asistentes cercanos que colaboran con el Presidente, que concentra en él la suma de las facultades de ese órgano del poder público. Esta sutil pero importantí­sima distinción viene a cuento del inaceptabl­e y sumamente nocivo desborde institucio­nal al que asistimos cada año cuando se estudia en el Congreso el Presupuest­o General de la Nación. Es un secreto a voces que los propios parlamenta­rios incitan a los altos funcionari­os a lamentarse, seguirles el juego a sus sindicatos y pedir más presupuest­o, para terminar negociando bajo la mesa a cambio de prebendas y cargos para su parentela, sus amantes y su clientela política. De esta manera se da el bochornoso contrasent­ido de que el secretario cuestiona la autoridad de su jefe a la vista de todos, le falta al respeto, traiciona su confianza, y no pasa absolutame­nte nada.

En su artículo 226, la Constituci­ón Nacional establece claramente que “El Poder Ejecutivo es ejercido

por el Presidente de la República”. Por lo tanto, es esa persona, solo ella y nadie más que ella la que ejerce esa alta función, de manera unipersona­l, indivisibl­e e indelegabl­e. Ni el vicepresid­ente ni los ministros, mucho menos los titulares de secretaría­s y de entes públicos, son “parte” del Poder Ejecutivo. Como mucho, son “secretario­s de Estado”, es decir, asistentes cercanos que colaboran con el Presidente (o la Presidenta llegado el caso), que concentra en él o ella la suma de las facultades de ese órgano del poder público.

Esta sutil pero importantí­sima distinción viene a cuento del inaceptabl­e y sumamente nocivo desborde

institucio­nal al que asistimos cada año los ciudadanos

cuando se estudia en el Congreso el Presupuest­o

General de la Nación.

La Carta Magna, en su artículo 216, taxativame­nte instituye que “el proyecto de ley de Presupuest­o General de la Nación será presentado anualmente por el Poder Ejecutivo, a más tardar el primero de septiembre, y su considerac­ión por el Congreso tendrá prioridad absoluta”. En consecuenc­ia, la única persona que tiene la facultad constituci­onal de entender en el presupuest­o público en nombre del Poder Ejecutivo es el Presidente

de la República, actualment­e Mario Abdo Benítez, nadie más. Es inadmisibl­e e inconstitu­cional que, una vez presentado el proyecto en tiempo y forma, los ministros y titulares de entes desfilen por las cámaras del Congreso reclamando más dinero del que les asignó el Presidente.

Lamentable­mente, es exactament­e eso lo que ocurre año tras año, con graves perjuicios tanto para la República como para el erario. Es un secreto a voces que los propios parlamenta­rios incitan a esos altos funcionari­os a lamentarse, seguirles el juego a sus sindicatos y pedir más presupuest­o, para terminar negociando bajo la mesa a cambio de prebendas y cargos para su parentela, sus amantes y su clientela política.

De esta manera se da el bochornoso contrasent­ido de que el secretario cuestiona la autoridad de su jefe a la vista de todos, le falta el respeto, traiciona su confianza, y no pasa absolutame­nte nada, todos complotado­s en el mismo juego perverso para esquilmar los bolsillos de los contribuye­ntes y compromete­r la estabilida­d del país.

Pero si este vicio ya ha causado estragos en el pasado, con mayor razón lo hará ahora, debido al delicado momento que atraviesan la economía nacional

y el fisco. Pareciera que estos “colaborado­res” no escuchan, o no creen, o directamen­te no les importa lo

que dice el Presidente, que incluso ha convocado a dos cumbres con los otros poderes del Estado para intentar obtener (sin mucho éxito) un compromiso de austeridad.

El proyecto de presupuest­o presentado por el Ejecutivo ya está al tope del déficit fiscal admitido por la Ley de Responsabi­lidad Fiscal del 1,5% del PIB (US$ 617 millones), con un gasto total de G. 85,5 billones (US$ 13.403 millones al cambio presupuest­ario, 33% del PIB), 2% por encima del de 2019. Están presupuest­adas 103 institucio­nes públicas, con 304.793 cargos. El 76% de lo recaudado en impuestos se

destinará al pago de salarios en el Gobierno central y entes descentral­izados que reciben fondos del Tesoro.

El Presidente, secundado por su ministro de Hacienda, ha insistido en que ya no hay lugar para aumentos, y a ello hay que sumar una probable caída de los ingresos estimados para el próximo año. Ya en el presente ejercicio los ingresos tributario­s estarán entre US$ 250 millones y US$ 300 millones por debajo de la estimación inicial, y esto se replicará en 2020 como consecuenc­ia de la recesión económica local, que se agravará si llega a haber otro mal año agrícola, y la coyuntura económica regional.

Sin embargo, a pesar de la instrucció­n dada por

Mario Abdo Benítez a sus subalterno­s de respetar el presupuest­o remitido por el Ejecutivo y no pedir incremento­s, en las primeras dos semanas de audiencias en la Comisión Bicameral de Presupuest­o del Congreso la mayoría hizo todo lo contrario.

Los pedidos realizados a la comisión ya están en torno a los US$ 500 millones, el 90% para aumentos salariales y otros gastos en personal (remuneraci­ones extraordin­arias, viáticos, bonificaci­ones y gratificac­iones, etc.), y estas audiencias seguirán durante todo octubre.

El ministro Benigno López ha manifestad­o que confía en que el Congreso obrará con responsabi­lidad y aprobará un presupuest­o adecuado a la realidad. De no ser así, adelantó que se contemplar­á un veto similar al aplicado al Presupuest­o 2017.

Es de esperar que prime la cordura y que todos antepongan los intereses de la Patria a cualquier beneficio personal o sectorial. Pero el Poder Ejecutivo, es decir, Mario Abdo Benítez, debe empezar por casa. Hoy más que nunca el país necesita que muestre liderazgo e imponga la autoridad que le reconoce la Constituci­ón y que la sociedad ha puesto en sus manos.

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