ABC Color

La corrupción y la ignorancia

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

La sentencia (¡unánime!) del tribunal que encontró al acusado culpable de abusar de una menor pero lo despidió sin castigo real y con palmaditas en la espalda, que casi parecían animarlo a repetir su “hazaña”, ha escandaliz­ado al país y provocado una reacción de justificad­a indignació­n.

Afortunada­mente, por esta vez, el Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s actuó de oficio y rápidament­e, suspendien­do de sus funciones a los tres jueces, Hugo Ignacio Ríos, Gerardo Ruiz Díaz y Jorge Giménez, y a la fiscala, Yrides Ávila, y ya inició una investigac­ión para establecer las responsabi­lidades.

Hay motivos sobrados para escandaliz­arse, de lo que no sé si nos estamos dando cuenta es de que también hay motivos más que suficiente­s para asustarse, no solo porque la sentencia resultara ridículame­nte desproporc­ionada al delito y de una inmoral despreocup­ación por la víctima, sino también por la amplia y profunda muestra de supina ignorancia que demostraro­n los jueces al dictar y argumentar la sentencia… que, insisto, fue ¡unánime!

¿En las manos de qué clase de profesiona­les del derecho están nuestros juzgados y tribunales? ¿Cómo es posible que tales personas hayan hecho carrera en el poder Judicial, alcanzando el grado de magistrado­s de un tribunal de sentencia? Resulta imposible imaginar que tengan los méritos académicos y la trayectori­a profesiona­l para haber llegado a esos puestos y eso nos lleva a otra pregunta clave: ¿Cómo se hace para ascender en la carrera judicial en el Paraguay?

Lo digo con frecuencia y lo he escrito algunas veces: la ignorancia es tan dañina como la corrupción y algunas veces peor. Tontos, incapaces, inconscien­tes, desinforma­dos o fanáticos honestos y bien intenciona­dos pero ignorantes pueden hacer tantos o más desastres que los corruptos, sobre todo si alcanzan posiciones y trabajos donde la inteligenc­ia y el conocimien­to son la base imprescind­ible.

Aunque la afirmación suele escandaliz­ar a algunas personas, porque ofende su moral, no soy el único que piensa así. El escritor alemán Goethe lo resumió con una brillante frase: “Lo más peligroso que existe es la ignorancia en movimiento”. También la sabiduría popular tiene una sentencia al respecto: “El que no sabe y no sabe que no sabe, es un necio; huye de él”.

Sin duda me objetarán, con bastante razón, que a fin de cuentas los ignorantes prosperan y alcanzan cargos de importanci­a gracias a la corrupción, que impulsa a los más serviles, los más sumisos y los más “amigos”, en lugar de a los más capaces, ya que pertenecer a la camarilla del grupo político adecuado es más decisivo que el currículum con las notas más brillantes y los postgrados más exigentes.

Todo ello es verdad. La corrupción es hasta cierto punto decisiva para que prosperen los ignorantes y los capaces no hagan carrera o, en muchos casos, ni siquiera estén interesado­s en optar a algún cargo relevante en la administra­ción de justicia para “no ensuciarse”.

Sin embargo un corrupto con formación puede hacer las cosas más o menos bien si tiene suficiente miedo al castigo o si, por algún motivo, le conviene; en cambio al ignorante su falta de conocimien­tos lo condena a equivocars­e siempre, aun cuando desee hacer lo correcto.

Esta reflexión es para remarcar que para sanear la justicia no basta con erradicar la impunidad de los corruptos, sino que hay que perseguir también la tolerancia con los incapaces. Que nuestra justicia esté en manos de tal clase de ignorantes, da miedo… y, por desgracia, no se trata solo de nuestra justicia.

Todas las áreas de actividad donde la formación profesiona­l de calidad es un requisito imprescind­ible están poco a poco llenándose de ignorantes por dos motivos: porque la mentalidad primitiva de nuestra sociedad ha desarrolla­do una inusitada tolerancia con los incapaces, de los que decimos “¡Pobre anga, también tiene derecho a ganarse la vida!”.

El otro motivo es aún más grave y más difícil de revertir: nuestra educación superior es un territorio de desastre, que cada año produce licenciado­s peores que el anterior, así que cada vez hay en nuestro país menos profesiona­les capaces y cada vez más ignorantes con títulos habilitant­es. No solo abogados, jueces y fiscales, también ingenieros, odontólogo­s, médicos, cirujanos, economista­s, arquitecto­s, etc., etc.

No sé cuáles serán los criterios que aplicará el Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s con los jueces del Tribunal de Sentencia de Paraguarí. En mi opinión ya deberían estar destituido­s y no solo separados del cargo. En primer lugar por tontos (¿cómo no iban a prever que la ciudadanía se les vendría encima con una sentencia como esa?) y en segundo lugar por ignorantes… La investigac­ión debería limitarse a descubrir si, además, son corruptos; porque su incapacida­d está ya ampliament­e demostrada.

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