ABC Color

El paraguayo Franz

- Guillermo Domaniczky ■ guille@abc.com.py

Un hombre que sin hacer nada malo es detenido. Quienes lo detienen le comunican que está procesado aunque no le aclaran por qué. El hombre debe afrontar luego un largo y avasallant­e proceso legal en el que no solo es víctima sino también testigo de cómo el poder real opera en las sombras para torcer sentencias judiciales. El hombre jamás se entera de por qué ni de quiénes son los que realmente lo procesan, en un laberinto de circunstan­cias de vida que parece no llevar a destino alguno. Finalmente lo terminan convencien­do de que es culpable, sin especifica­r de qué, mientras quienes articulan el sistema de la injusticia se continuará­n benefician­do de su manipulaci­ón en favor de la estructura de poder. Hasta aquí alguno podría pensar que se trata de una de las tantas historias de vida de personas procesadas dentro de nuestro sistema judicial, aunque en realidad es una excesivame­nte breve síntesis de El Proceso, la inconclusa novela de Franz Kafka, testimonio de su producción e inquietud sobre la filosofía del absurdo. Es por ello que alguien alguna vez dijo, que si Kafka hubiese nacido en Paraguay, hubiese sido apenas un costumbris­ta. Imposible no citarlo en estos días, en los que fuimos testigos de cómo una ministra de la Corte Suprema de Justicia dedicó el tiempo dentro de una sesión del pleno de la Corte, a solicitar que coloquen su fotografía en todas las oficinas del Poder Judicial para que los funcionari­os la conozcan y reconozcan su autoridad. “Sería interesant­e que en todas las sedes, tengan una fotografía del conjunto de los ministros. ¿Saben por qué les digo? Porque yo me fui una vez a una sede, ni me saludaron, ni me conocían. Bueno, ahora quizás con la publicidad de nuestras sesiones nos puedan conocer mejor. Pero sería interesant­e así como tiene, somos las máxima (sic) autoridade­s judiciales, de que puedan tener, bueno, estos son los ministros en la Corte verdad, por lo menos, una sugerencia, me permito, respetuosa­mente” expuso la ministra Gladys Bareiro, ante las sonrisas de algunos de sus colegas. Menos mal que ante el planteamie­nto surgió la rápida respuesta de su colega Miryam Peña. “Y a mí me encanta que no me conozcan porque así conozco mejor la realidad. No me ponen un telón allí de ‘todo está bien’” le respondió, mientras el pleno pasaba a otro tema. Alguno podrá intentar minimizar el episodio, alegando que el planteamie­nto es anecdótico, aunque lo que no se puede negar es que la publicidad de las sesiones nos permite no solo ver cómo argumentan los ministros sus decisiones, sino conocer también cuáles son sus prioridade­s personales, sus formas de concebir el rol que tienen y saber cómo utilizan el tiempo del que disponen cuando se reúne el pleno de la Corte. El deseo de ser reconocido por parte de un ministro de la Corte debería venir a través de la calidad de sus argumentac­iones, de la honestidad intelectua­l de sus sentencias, de su integridad en el ejercicio profesiona­l, de la no sumisión al poder y de la valentía para tomar decisiones conflictiv­as. Y todo el tiempo y energía disponible­s, dedicarlos a combatir la morosidad judicial y a fortalecer la depuración interna para actuar de oficio e inmediatam­ente en casos como el de los tres jueces de Paraguarí que con una aberrante sentencia y argumentac­ión, salvaron de la cárcel a un hombre que abusó de una niña de 7 años. Caso contrario, la fama también podría llegar de otra manera, si no que lo diga el exministro Miguel Óscar Bajac, quien tuvo que volver esta semana a tribunales, pero para responder ante un proceso por cohecho pasivo agravado.

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