ABC Color

Déficit de 2,5% del PIB

- Enrique Vargas Peña ■ avelazquez@abc.com.py

Se discute mucho el tema de si el presidente Mario Abdo Benítez tiene o no tiene liderazgo o, si lo tiene, si porque su liderazgo es democrátic­o tarda en tomar decisiones y cuando las toma, lo hace del modo menos impactante.

En primer lugar, no hay cosa como que el liderazgo democrátic­o debe ser indeciso, débil, tardío o algo parecido. El liderazgo democrátic­o es decisivo, fuerte e inmediato cuando existe. Lo prueban Winston Churchill, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Fernando Henrique Cardoso, Bill Clinton, demócratas de derecha e izquierda que tenían ese don: Liderazgo.

El tema del déficit presupuest­ario, que supera el límite fijado por la ley de Responsabi­lidad Fiscal, 1,5% del Producto Interior Bruto (PIB), límite que al día de hoy sería de unos seisciento­s millones de dólares, es, a mi modo de ver, una prueba de que el presidente no tiene liderazgo.

No es que el presidente sea débil, indeciso, tardío por ser demócrata. Es todo eso simplement­e porque no tiene liderazgo. Es demócrata, pero no tiene liderazgo.

El déficit fiscal paraguayo se nutre y crece incesantem­ente por el empleo público, las jubilacion­es del sector público y las contrataci­ones públicas y cuando, durante los meses de junio y julio, se le advirtió al presidente que íbamos directo y sin escalas a una recesión, Marito debió tomar medidas decisivas para corregir el rumbo y no lo hizo.

Debió suspender inmediatam­ente y por tiempo indefinido la suba de impuestos votada en su reforma tributaria porque era imperativa una señal de que el gobierno se comprometí­a a dejar el dinero en el bolsillo de los consumidor­es y a manejarse con rigor.

Debió generar impulsos para reducir drásticame­nte el número de funcionari­os públicos, que se llevan el grueso de la recaudació­n tributaria, atacando políticame­nte a jueces como Myriam Peña, que impulsa desde la Corte Suprema la doctrina de la estabilida­d y los derechos adquiridos de los violadores de la ley 1626 y de sus recomender­os, y ordenando el cese de los contratos políticame­nte motivados.

Debió plantear cambios sustantivo­s en las jubilacion­es militares, policiales, docentes, etc., que proyectara­n el compromiso del gobierno con la austeridad requerida por la situación internacio­nal de demanda y precios.

Debió, en fin, radicaliza­r los controles en las contrataci­ones públicas para que los que pagamos impuestos no sigamos solventand­o a sinvergüen­zas como los que dilapidaro­n millones de dólares en proyectos tales como el Metrobús.

El presidente no hizo nada de esto, no porque no supiera que había que hacerlo, no porque no se le haya avisado que había que hacerlo, no porque no tuviera la autoridad constituci­onal necesaria para hacerlo, sino porque tiene miedo, es débil, porque no se anima a enfrentar a los poderes fácticos que están detrás de la generación del déficit.

La consecuenc­ia es que tenemos un agujero fiscal de mil millones de dólares, 2,5% del PIB, que no se produce por gracia de algún dios, sino porque nuestro presidente no tiene liderazgo.

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