De tal palo
Si ya no estamos adentro, nos faltan pocos metros para estar en el apocalipsis. La mitad de los países del continente está en llamas, con protestas estremecedoras. Y la otra mitad, la que no arde, ofrece mayores motivos de preocupación. Lo cierto es que aquí no se salva nadie.
Por esa costumbre que tenemos de mirar al norte y no hacia los otros puntos cardinales, vivimos obsesionados por Donald Trump, las cosas que dice, las cosas que hace, la forma en que insulta a la gente, no importa quien sea, los mensajes que lanza a las redes sociales. Sin embargo, poco caso hacemos lo que está ocurriendo en la casa de nuestros vecinos, como es el caso de Jaír Bolsonaro que hace tiempo ha dejado de ser una réplica de Trump, para convertirse en su émulo; cada día, al levantarse, piensa qué hacer, qué decir, que supere en mucho al presidente norteamericano. Y, lastimosamente, lo logra.
Ya en época de la campaña electoral en Argentina, amenazaba con castigar, de manera ejemplar, a ese país, en caso de ganar la dupla Fernández-Fernández (Alberto y Cristina, respectivamente) que resultó ser, justamente, quienes fueron electos. Alegaba entonces que se oponía a los gobiernos populistas. ¿Y el suyo qué es? Eso del populismo, tan de moda en estos días, es como la gripe: le agarra a cualquiera sin importar si es de izquierda o de derecha. Mientras los presidentes de los otros países sudamericanos se apresuraron a felicitar a los ganadores, como se acostumbra hacer por un principio de buenas maneras, Bolsonaro tardó varios días. Y como guinda del helado, declaró: “Tenemos que estar preparados para lo que se viene”, además de burlarse del hijo de Alberto Fernández que es gay. Pero no hay que extrañarse ya que, de visita en Francia, se burló de la esposa del presidente Emmanuele Macron porque es mucho mayor que él.
Cristina Fernández y sus gobiernos peronistas pueden resultarnos simpáticos o no, podemos estar de acuerdo o en desacuerdo; lo que no puede hacer Bolsonaro, como presidente de un país de tanto peso político y económico como es Brasil, es tomar parte descaradamente en unas elecciones que fueron limpias, transparentes, legales. Si los argentinos decidieron ponerse al borde del abismo al que se arrojarán en los años venideros, es problema de ellos. Nosotros no intervenimos. Esto habla claramente del nivel intelectual y humano de su persona.
Pero del tal palo, tal astilla. Su hijo, Eduardo Bolsonaro, diputado, se hizo visible al amenazar con reinstaurar el sistema de gobierno de la época más represiva de la dictadura militar (1964-1985) en caso de que “la izquierda se radicalice”. En la misma oportunidad mencionó la posibilidad de reflotar el Acta Institucional número 5 (AI-5), mediante la cual el régimen militar cerró en 1968 el Congreso y suspendió las garantías constitucionales.
La reacción no se hizo esperar. De derecha a izquierda, todo el abanico político, sin importar su signo, se pronunció en contra, comenzando por Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados quien consideró las declaraciones “repugnantes” y en una nota afirmó que “la apología reiterada de los instrumentos de la dictadura es pasible de sanción” para concluir que “Brasil no volverá a los años de plomo”.
Teniendo un vecino como este, tendríamos que andar con mucho cuidado. Nada ni nadie puede asegurarnos que cualquier mañana se levanta con el pie izquierdo y decide levantarnos un muro en la frontera como el que ha proyectado Donald Trump en la frontera de los Estados Unidos con México. La pena es que con muro o sin muro no se detiene el paso de grupos delincuentes como el Comando Vermelho y el Primer Comando da Capital (PCC).