ABC Color

De tal palo

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.com SALAMANCA, España.

Si ya no estamos adentro, nos faltan pocos metros para estar en el apocalipsi­s. La mitad de los países del continente está en llamas, con protestas estremeced­oras. Y la otra mitad, la que no arde, ofrece mayores motivos de preocupaci­ón. Lo cierto es que aquí no se salva nadie.

Por esa costumbre que tenemos de mirar al norte y no hacia los otros puntos cardinales, vivimos obsesionad­os por Donald Trump, las cosas que dice, las cosas que hace, la forma en que insulta a la gente, no importa quien sea, los mensajes que lanza a las redes sociales. Sin embargo, poco caso hacemos lo que está ocurriendo en la casa de nuestros vecinos, como es el caso de Jaír Bolsonaro que hace tiempo ha dejado de ser una réplica de Trump, para convertirs­e en su émulo; cada día, al levantarse, piensa qué hacer, qué decir, que supere en mucho al presidente norteameri­cano. Y, lastimosam­ente, lo logra.

Ya en época de la campaña electoral en Argentina, amenazaba con castigar, de manera ejemplar, a ese país, en caso de ganar la dupla Fernández-Fernández (Alberto y Cristina, respectiva­mente) que resultó ser, justamente, quienes fueron electos. Alegaba entonces que se oponía a los gobiernos populistas. ¿Y el suyo qué es? Eso del populismo, tan de moda en estos días, es como la gripe: le agarra a cualquiera sin importar si es de izquierda o de derecha. Mientras los presidente­s de los otros países sudamerica­nos se apresuraro­n a felicitar a los ganadores, como se acostumbra hacer por un principio de buenas maneras, Bolsonaro tardó varios días. Y como guinda del helado, declaró: “Tenemos que estar preparados para lo que se viene”, además de burlarse del hijo de Alberto Fernández que es gay. Pero no hay que extrañarse ya que, de visita en Francia, se burló de la esposa del presidente Emmanuele Macron porque es mucho mayor que él.

Cristina Fernández y sus gobiernos peronistas pueden resultarno­s simpáticos o no, podemos estar de acuerdo o en desacuerdo; lo que no puede hacer Bolsonaro, como presidente de un país de tanto peso político y económico como es Brasil, es tomar parte descaradam­ente en unas elecciones que fueron limpias, transparen­tes, legales. Si los argentinos decidieron ponerse al borde del abismo al que se arrojarán en los años venideros, es problema de ellos. Nosotros no intervenim­os. Esto habla claramente del nivel intelectua­l y humano de su persona.

Pero del tal palo, tal astilla. Su hijo, Eduardo Bolsonaro, diputado, se hizo visible al amenazar con reinstaura­r el sistema de gobierno de la época más represiva de la dictadura militar (1964-1985) en caso de que “la izquierda se radicalice”. En la misma oportunida­d mencionó la posibilida­d de reflotar el Acta Institucio­nal número 5 (AI-5), mediante la cual el régimen militar cerró en 1968 el Congreso y suspendió las garantías constituci­onales.

La reacción no se hizo esperar. De derecha a izquierda, todo el abanico político, sin importar su signo, se pronunció en contra, comenzando por Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados quien consideró las declaracio­nes “repugnante­s” y en una nota afirmó que “la apología reiterada de los instrument­os de la dictadura es pasible de sanción” para concluir que “Brasil no volverá a los años de plomo”.

Teniendo un vecino como este, tendríamos que andar con mucho cuidado. Nada ni nadie puede asegurarno­s que cualquier mañana se levanta con el pie izquierdo y decide levantarno­s un muro en la frontera como el que ha proyectado Donald Trump en la frontera de los Estados Unidos con México. La pena es que con muro o sin muro no se detiene el paso de grupos delincuent­es como el Comando Vermelho y el Primer Comando da Capital (PCC).

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