Dilapidando el tiempo
Suelo escuchar que la visión del Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil, más conocido por la denominación de “Itamaraty” (órgano administrador de la política exterior del vecino país) es de corto, mediano y de largo plazo. Pero que le otorga preeminencia a las cuestiones de largo aliento, estudiadas y decididas, quizás, 50 años antes, y que deben ser aplicadas independientemente del gobierno de turno.
Conocedores de sus orígenes señalan que Itamaraty, en realidad, trata de ser la continuación histórica del imperialismo colonialista lusitano, que no opera precisamente sobre la base de valores como la justicia, sino que es el “puño de hierro” de este amague de imperio que hoy es Brasil.
Mientras tanto, algo que le ha caracterizado al Paraguay es ese terrible defecto de carecer de una “política exterior” de mediano plazo siquiera, donde cada gobierno que ingresa hace lo que puede y al final no deja una guía general, por lo menos, de lo que el siguiente pudiera hacer para ir armando la estrategia-país. ¡Lamentable!
En ese contexto, algo que me inquieta sobremanera (no solo ahora), es la desidia ciudadana y, principalmente, de la clase gobernante sobre temas que deberían formar parte de sus agendas ya antes de buscar el poder; cuestiones que requieren más que de un diagnósticos o propuestas vagas, sino de urgentes medidas de acción.
Ahora me referiré exclusivamente al tema de la Revisión del Anexo C del Tratado de Itaipú, que será factible en el año 2023, cuando cumplan los 50 años de su vigencia, y que está “a la vuelta de la esquina”, y al que toda la clase política, sin importar el partido al que se milita, debería estar enfocando todo su esfuerzo.
Lastimosamente eso no está sucediendo hoy. Estamos empantanados en un verdadero caos político que nos está llevando exactamente hacia la boca del lobo, donde finalmente nos encontraremos nuevamente a merced del Brasil que, tal vez, habría estudiado que nos ocurriría todo este desbarajuste cuando se dio comienzo a esta historia.
Cuando eso suceda, yo creo que la artillería pesada no apuntará solamente al presidente Mario Abdo Benítez, sino a toda la clase política, especialmente a la representada en el Congreso Nacional y, particularmente, a los que querrán candidatarse para el 2023.
En realidad, esta “bomba de tiempo” le explotará en la cara al siguiente gobierno, razón por la cual es urgente comenzar a buscar acuerdos políticos en función a la “causa nacional” de Itaipú, en los cuales radicará gran parte la fortaleza que tendrá el país para encarar una renegociación exitosa y conveniente, pero la falta de consenso significará impotencia y extrema debilidad.
Técnicos compatriotas experimentados en este asunto han advertido que el horizonte que tenemos en realidad no es el año 2023, sino que para mediados del 2020 nuestro país ya debería tener concluido un paquete de propuestas concretas sobre la renegociación del Tratado (que incluyen los anexos A y B), del Anexo C y sobre la cuestión tarifaria, puesto que en el 2023 la tarifa caerá abruptamente debido a la cancelación de la deuda de la binacional.
Además, en el segundo semestre de 2020 los representantes de ambos gobiernos ya deberían bajar sobre la mesa las propuestas y avanzar en las negociaciones, de forma a concluirlas para finales del próximo año. De esta manera se tendría todo el tiempo que el tratamiento parlamentario exige para tratar y aprobar las notas reversales, que contendrán los acuerdos a que llegaremos con Brasil.
Estos proyectos deben ingresar a ambos congresos, a más tardar, en febrero del 2021 para ser aprobados el primer semestre de ese mismo año, y que entre en vigor en el 2022 todo lo negociado y acordado, especialmente el tema de tarifas.
Creo que hay suficiente argumento como para dejar de despilfarrar el tiempo que no tenemos, y la ciudadanía tiene que despertar y asumir que todos somos responsables de este gran desafío, pero principalmente aquellos que han decidido trabajar por el bien común.