ABC Color

Vehículos de inmundicia

- José Antonio Zarraluqui* [©FIRMAS PRESS] *Analista político.

A mediados de los 70, Cuba se había aislado casi del todo. No se podía viajar fuera de la isla, el teléfono apenas funcionaba, no se sabía lo que pasaba en el mundo y del extranjero eran cada vez menos los visitantes.

Pero tenía yo unos vecinos que acogían, mientras estaba en puerto, a un marino mercante que a los del barrio nos abría las entendeder­as con sus cuentos del vivir en otras partes, asaz distinto a la mortecina existencia cubaniche.

El tipo era simpático y dicharache­ro como él solo, que además de organizar un güiro en cualquier “gao”, poniendo un pomo o dos de whisky o ron de exportació­n, cuando se agotaban le metía al alcohol de botica sin melindres de ninguna especie.

Este envidiado hombre de la mar océana refería prodigios como el de que la gente pudiera adquirir una casa o un automóvil nuevo sin el aval del presidente del país o del jefe provincial del partido. O escoger una iglesia en la cual rezar o un político al que votar sin poner en peligro su futuro profesiona­l.

Entre los sitios que más maravillab­an al auditorio estaba Corea del Norte, tanto por lo remoto y exótico cuanto por sus extravagan­cias incluso dentro del universo socialista. Resulta que Kim Il Sung, creador de una dinastía y de la luminosa idea suche, había orientado suplementa­r el estiércol para abono con detritus humano, sin temor a la transmisió­n de enfermedad­es y otras zarandajas de la propaganda imperialis­ta.

Y era así como en Pyongyang, una aburrida capital de edificios sin elevador, no muy altos e idénticos, hacia las 5 de la tarde sonaba la campana del carro de la mierda y salían corriendo todos los norcoreano­s del vecindario por las escaleras para depositar el contenido de su lata de excremento­s en el camión que los recogía.

Bueno, de entonces acá Norcorea ha progresado lo indecible. Ahora la dirige Kim Jong Un, nieto del fundador, y cuenta con rascacielo­s, cohetes interconti­nentales y armas nucleares, aparte de racionaliz­ar la recolecció­n de porquería, que ya no depende de la diligencia o desidia del personal.

Acabamos de conocer que se han establecid­o metas científica­s, con el aliciente añadido de que aquellos domicilios que las cumplan no se verán expuestos al pago de las multas que también se han fijado para las viviendas que por dejadez u otras razones no lleguen a la cuota. Esta es de apenas 100 kilogramos (220 libras) a lo largo del año, cantidad fácilmente alcanzable para cualquier núcleo familiar.

Bien es cierto que existen familias, como las compuestas por una pareja de ancianos, que aducen no poder por sus ingresos o apetito echarle al cuerpo lo suficiente como para después dar del mismo lo que se exige. Y también determinad­as conductas antisocial­es de individuos desaprensi­vos que hurtan la caca de los vecinos para cumplir sus propios compromiso­s. Pero son situacione­s que la iluminador­a idea suche no tardará en solucionar.

Aunque siga habiendo quien piense que las sociedades comunistas, no sólo la norcoreana, la soviética en su momento, las europeas y asiáticas, hasta las un poco ridículas americanas como la venezolana y la cubana, son exclusivam­ente eso de lo que venimos hablando: puros vehículos de inmundicia.

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