Jaque mate del Rey
Era una visita complicada. Peliaguda en casi todos los aspectos. Los mismos medios españoles resaltaron en la víspera que la Casa Real era consciente de que el viaje oficial a Cuba –el primero de un rey español a la isla caribeña– ponía a Felipe VI y a Doña Letizia en una difícil tesitura. Serían arma arrojadiza de las rencillas políticas en suelo nacional, donde la gobernabilidad se ha convertido en un verdadero reto que las urnas no consiguen despejar. Y debían pasear con aplomo y caras de póker en un país bajo la dictadura más longeva de Occidente. Es el deber de los monarcas: ponerse al servicio de los gobiernos. Encorsetados en una tarea principalmente institucional. Desprovistos de color político.
Lo que sí se libraba de los intereses partidistas (el PSOE en el poder y la oposición a la ofensiva) y de la triste realidad cubana es el hecho histórico de que la fundación de La Habana cumplía su quinto centenario. Felipe y Letizia caminaron por la ajada, pero bella capital cogidos de la mano, haciendo frente común en los principios que encarnan, al paso de un escenario artificial y apuntalado que oculta la extensa destrucción de una urbe estancada en el tiempo.
Fue en la tercera jornada, bajo el cielo de una noche habanera en el patio del Palacio de los Capitanes Generales, donde el Rey, en calidad de anfitrión que correspondía con una cena al gobernante de Cuba, Miguel Díaz-Canel, lanzó un mensaje diáfano y contundente: solo en democracia pueden prevalecer “los derechos humanos, la libertad y la dignidad de las personas”. Acompañado de la plana mayor de un régimen que desde hace más de sesenta años mantiene amordazados a los cubanos, el monarca español, junto a la Reina Letizia, le dijo al sucesor de Raúl Castro que el cambio es ineludible. La mirada azul y serena de Felipe VI no esquivó la de Díaz-Canel.
No podía adivinarse si las palmas se mecieron cuando el Rey habló, pero sin duda el hombre encargado del continuismo del castrismo debió sentir un aleteo por dentro porque las verdades sacuden por mucho que se repriman. Allí, en la antigua residencia de los gobernadores que en el pasado dirigieron el destino de la colonia más apegada al corazón de los españoles, un monarca que representa dignamente a una democracia próspera lo invitaba a iniciar la apertura porque “la evolución, la adaptación y el cambio son inevitables”.
“Nada queda congelado en el tiempo”. Eso afirmó el Rey ante quienes han forzado a los cubanos a una existencia estática y sin horizontes. Fueron las palabras de Felipe VI, digno hijo de su padre, el Rey emérito Juan Carlos, que en su día apostó por la transición a la democracia en España para dejar atrás cuarenta años de dictadura franquista. Al cabo de quinientos años llegaba a La Habana un monarca español para exhortar al régimen a soltar las cadenas de una vez. Que los ciudadanos cubanos puedan vivir libremente. Si alguien podía hablar con propiedad sobre la hazaña del paso a la democracia “basada en el pacto, la negociación, el consenso y la reconciliación” era Felipe VI, que tanto aprendió de la transición española cuando era un niño. A la mañana siguiente y antes de partir de Cuba, se reunió a puertas cerradas con Raúl Castro. No ha trascendido lo que hablaron, pero quiero creer que el Rey reiteró su mensaje: sin democracia y respeto a los derechos humanos no hay salida para el pueblo.
En estos días se ha hablado mucho del carácter histórico de una visita que inevitablemente ha estado rodeada de polémica porque la Cuba castrista arrastra a todos al conflicto. Pero lo verdaderamente trascendental ha sido el discurso de un rey moderno y con sentido de Estado que no iba a hacer de su viaje oficial una romería frívola. El Monarca había llegado a una isla cautiva, con presos políticos en condiciones infrahumanas como José Daniel Ferrer y miseria detrás de las fachadas repintadas que el historiador Eusebio Leal enseña con dedicación de guía turístico. No se marcharía sin señalar lo que no se puede ocultar.
Cuánta razón tiene Felipe VI al reflexionar sobre la futilidad de pretender congelar el tiempo. Tarde o temprano a la dictadura castrista se la llevarán los vientos del cambio. Por muy inalcanzable que parezca, algún día los cubanos volverán a ser dueños de su futuro. La Habana, impávida y eterna, seguirá cumpliendo años. Jaque mate del Rey en el tablero de la historia.