ABC Color

Sincerar la política exterior con la dictadura de Cuba

- Carlos Sánchez Berzaín* @csanchezbe­rzain [©FIRMAS PRESS]

La mayor amenaza a la estabilida­d de las democracia­s en las Américas es la dictadura de Cuba con su control sobre las dictaduras de Venezuela y Nicaragua, su pretensión de recuperar sus regímenes en Ecuador y Bolivia, y su estrategia de constante sedición con el crimen como instrument­o. Los gobiernos democrátic­os de América Latina persisten en mantener una actitud de simulación inexplicab­le con el agresor permanente, cuando la realidad exige la defensa de sus intereses nacionales. Es tiempo de sincerar la política exterior de las democracia­s respecto a Cuba, identificá­ndola claramente como el Estado controlado por un régimen de crimen organizado transnacio­nal.

La política exterior “es aquella parte de la política general formada por el conjunto de decisiones y actuacione­s mediante las cuales se definen los objetivos y se utilizan los medios de un Estado para generar, modificar o suspender sus relaciones con otros actores de la sociedad internacio­nal”.

La política interna y la política exterior “son dos facetas de la misma realidad política”, están íntimament­e relacionad­as. La política exterior está fundada en los mejores intereses del Estado y es instrument­al para alcanzar objetivos nacionales.

Si aceptamos que todos los gobiernos de las democracia­s de América Latina tienen el propósito y la obligación fundamenta­les de mantener la paz y seguridad de sus países para poder desarrolla­r políticas sociales, económicas y de progreso, debemos reconocer que en la formulació­n de la política exterior de cada Estado es elemental la identifica­ción de la condición de los otros sujetos de la comunidad internacio­nal.

Insisto en que la realidad objetiva de la región presenta en el siglo XXI la existencia de dos Américas divididas por la naturaleza de sus gobiernos y sistemas: la democrátic­a y la dictatoria­l de crimen organizado. Una legítima y otra de facto. La primera con estado de derecho y la segunda con regímenes de oprobio. La democrátic­a con libertades y la dictatoria­l con presos y exiliados políticos. Dos Américas cuyo eje de confrontac­ión no es ideológico sino metodológi­co, pues la democrátic­a está fundada en el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamenta­les y la dictatoria­l en el uso del crimen organizado desde el poder estatal para perpetuars­e indefinida­mente en el poder.

Las dictaduras de crimen organizado bajo la jefatura de Cuba han disfrazado de política su actuación criminal con la desgastada propaganda de la revolución cubana hasta que el fracaso es inocultabl­e y vergonzoso como productore­s y exportador­es de miseria y crimen. Se han presentado como movimiento­s populistas hasta que las mayorías nacionales han empezado a echar a los dictadores como ha sucedido en Ecuador y Bolivia y repudiar a los opresores como acontece en la propia Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua hoy, y en su momento las de Ecuador con Correa y Bolivia con Evo Morales, vistas objetivame­nte son centros de violación permanente de derechos humanos. Son narcoestad­os que alientan, realizan y protegen el narcotráfi­co. Auspician y están vinculadas a diversos niveles de terrorismo dentro y fuera de la región. Conspiran y digitan sedición haciendo uso de los privilegio­s e inmunidade­s de sus embajadas y agentes diplomátic­os. Realizan tráfico y trata de personas como crimen expresamen­te señalado por la Convención de Palermo, esclavizan­do a médicos y profesiona­les para producir ingresos a Cuba. Han creado y controlado los casos más grandes de corrupción interna y transnacio­nal como el “lava jato”. Promueven migracione­s forzadas como instrument­o de desestabil­ización y presión.

Protegen narcotrafi­cantes y terrorista­s como el caso del ELN y las FARC. Y mucho más…

Este resumen de actos criminales que en el siglo XXI son del castrochav­ismo, resultan solo la repetición de similares crímenes practicado­s por la dictadura de Cuba desde la década de los sesenta en que ensangrent­ó la región con guerrillas, terrorismo, narcotráfi­co… Es más de lo mismo y es la dictadura de Cuba por 61 años.

Con esas acciones de clara agresión contra las democracia­s de América Latina y con la indiscutib­le dirección cubana en ellas, las preguntas son: ¿por qué los gobiernos democrátic­os siguen sin considerar abiertamen­te un “estado agresor”, un “régimen enemigo” o “un sistema de crimen organizado” a la dictadura de Cuba? ¿Por qué las democracia­s insisten en mantener políticas exteriores de simulación e indefensió­n frente a la agresión dictatoria­l? ¿Por qué continúan relacionán­dose y comerciand­o con Cuba en lugar de ajustar sus políticas exteriores a la protección de su propia estabilida­d?”

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