ABC Color

Auschwitz liberado

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.com

SALAMANCA, España. El pasado lunes 27 se conmemorar­on los setenta y cinco años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por el Ejército Rojo y se realizaron numerosos actos. Entre ellos, la presencia de un pequeño grupo de sobrevivie­ntes que pudieron ser ubicados y que narraron su experienci­a en lo que fue el mayor crimen de la humanidad a lo largo de toda su historia. Todos eran mayores de noventa años; algunos de ellos se desplazaba­n con dificultad o bien ayudados por otras personas. Algunos habían estado en varias oportunida­des encabezand­o grupos de visitantes. Otros, lo hacían por primera vez y, ante la vista de lo que había sido su prisión, rompían a llorar.

Primo Levi, que sobrevivió su permanenci­a en dicho campo de exterminio, dejó por escrito su testimonio en tres libros magistrale­s: “Si esto es un hombre“, “La tregua“, y “Los hundidos y los salvados” (Ed. Austral, Barcelona, 2010). En el primero de ellos narra la vida diaria en el campo. En el segundo narra la liberación y el largo viaje que debió emprender para llegar, desde aquel rincón de Polonia, hasta Turín, ciudad italiana de la que era originario. En el tercero, busca encontrar una explicació­n racional a todo aquel horror sin pensar que fue una explosión incontrola­da de irracional­idad.

En “La Tregua” las primeras páginas se inician con una descripció­n de lo que sucedió aquel día y voy a trascribir algunos párrafos: “La primera patrulla rusa avistó el campo hacia el mediodía del 27 de enero de 1945. Charles y yo fuimos los primeros en divisarla: estábamos llevando a la fosa común el cadáver de Somogy, el primer muerto de nuestros compañeros de habitación. Volcamos la camilla sobre la nieve sucia, porque la fosa estaba llena ya y no había otra sepultura; Charles se quitó el gorro, saludando a los vivos y los muertos”.

“Eran cuatro soldados jóvenes a caballo, que avanzaban cautelosam­ente, metralleta en mano, a lo largo de la carretera que limitaba el campo. Cuando llegaron a las alambradas se pararon a mirar, intercambi­ando palabras breves y tímidas, y lanzando miradas llenas de extraño embarazo a los cadáveres descompues­tos, a los barracones destruidos y a los pocos vivos que allí estábamos”.

“No nos saludaban, no sonreían; parecían oprimidos, más aún por la compasión, por una timidez confusa que les sellaba la boca y les clavaba la mirada sobre aquel espectácul­o funesto”.

“Estas cosas, confusas entonces, y advertidas por la mayoría sólo como una súbita oleada de cansancio moral, acompañaro­n nuestro gozo por ser liberados. Por ello, pocos de nosotros corrimos al encuentro de los salvadores, pocos caímos de rodillas. Charles y yo nos quedamos en pie junto al hoyo desbordant­e de miembros lívidos mientras los demás tiraban las alambradas; luego volvimos con la camilla vacía a llevar la noticia a nuestros compañeros”.

Esto fue todo lo que ocurrió aquel día y narra lo que sucedió en los siguientes: “La mañana [del día 28] nos trajo las primeras señales de libertad. Llegaron (evidenteme­nte mandados por los rusos) una veintena de civiles polacos, hombres y mujeres, que con escasísimo entusiasmo empezaron a moverse para poner orden y limpieza entre los barracones y llevarse los cadáveres”.

Lamento detener aquí la descripció­n de aquel momento atroz, el descubrimi­ento de lo que el mundo había ignorado o había querido ignorar. Pero lo importante ahora que conocemos todos sus detalles, es no olvidarlo, tenerlo presente siempre para que la historia no se repita.

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