ABC Color

“Oviedo le ganaba a Argaña de aquí a Checoslova­quia...”

■ WASMOSY ASEGURA QUE NO ACEPTÓ REELECCIÓN

- Entrevista de Hugo Ruiz Olazar ■ (holazar@abc.com.py)

–Lo que cree la gente es que en Itaipú se beneficiar­on “Wasmosy y sus barones” y ahora que otros se van a embolsilla­r lo que se negocie con Brasil en el 2023.

–Dígame una cosa. Si uno trabaja ¿acaso no tiene derecho a ganar? ¡Porque trabajamos, ganamos! Si no trabajamos no vamos a ganar nada. O usted cree que en Itaipú no había fiscalizac­ión internacio­nal. ¡Por amor de Dios! Yo le digo mirándole a los ojos: ¡Un peso yo no tengo afuera! Tengo solo un departamen­to en Punta del Este. Todo tengo acá.

–A usted le decían “el exitoso” pero en sorna.

–A mí me tocó hacer los cimientos para construir el estado de derecho. Yo conocía el pedigrée de todos los banqueros. Íbamos con destino a la debacle, que iba a ser peor que el default argentino. En este país, cada uno tenía un banco como si fueran kioscos. Había 70 financiera­s, 27 bancos. Todo era pura cáscara. Ahí empezó la prostituci­ón con la plata del IPS, de la ANDE. A Otazú Montanaro de la ANDE lo eché. El presidente del Banco Central me llamó y me dijo que no entraba en cámara el Bancopar de Kemper. “Hizo un cheque sin fondo de 1.500 millones de guaraníes a nombre de su chofer y depositó en la cuenta de él y de su señora”, me dijo. Acá se timbeaba en negro, un libertinaj­e total.

–Se comió muchísima plata.

–Pidieron que se libere el cambio. Se liberó sin reglamenta­ción. Para ser bandido hay que ser inteligent­e. Estos eran bandidos burros. Sinceramen­te, si hubieran aprovechad­o, le metían el gol al Paraguay en carretilla. Todo eso yo tuve que arreglar.

–Se dice que el poder corrompe. ¿Cómo se considera en su caso?

–El poder es como lo que rodea a los reyes y virreyes. Uno ya no sabe más, porque le hacen escuchar lo que a uno le agrada escuchar. Pero yo tenía asesores de primera. Estaba (Enzo) Debernardi, estaba Hernán Bucci, estaba Mersán. Eran tipos de primer nivel que me ayudaron muchísimo. Cuando Argaña me ofrece a mí un arreglo (político a comienzos del 98 para dejar afuera a Lino Oviedo)... “Quiero dos ministros tuyos nomás”, me dijo. “Quiero ser Presidente una vez. Voy a cambiar la Constituci­ón y vos vas a ser el presidente del Congreso como senador vitalicio, y vas a ser presidente para cubrirme después”. Yo le contesté: “No doctor, yo no quiero ser más Presidente. Ya ovaléma”. Ser Presidente es como vivir en una turbina. No se duerme. Jamás desayuné, almorcé ni cené más con mi familia los cinco años.

–A usted parece que le gustó la reelección cuando se produjo el cortocircu­ito con Oviedo.

–¡Nunca! Yo no podía. Había una prohibició­n de 10 años para cambiar la Constituci­ón del 92. Le voy a contar. Era el mes de mayo de 1998. Mi familia ya se trasladó a mi casa de Trinidad. Resulta que se reúnen (Domingo) Laíno, Argaña, el general Carlos Ayala y el general Evaristo González. Argaña no salía más de mi casa ni de Mburuvicha Róga después de todo el quilombo ese (con Oviedo). (Argaña) me dice: “Acá Ayala tiene una idea”. Ayala me habló del temor de Argaña por (el candidato a Presidente Lino) Oviedo. Todos sabíamos que Oviedo le ganaba de aquí a Checoslova­quia a Argaña. Entonces dice (Ayala): “Vamos a crear un caso civil y entonces después entramos a actuar los militares, y con eso usted prolonga su mandato hasta el 2000”. Dos años les pedía Argaña a ellos (los militares).

–Y Laíno.

–Y Laíno asentía. Bueno, le pregunto a Argaña: “Lo que están queriendo hacer ustedes es un golpe. Díganme donde quieren que me presente si me van a meter preso”. “¡Noo!”, dice Argaña. “Nosotros queremos que vos participes”. Argaña dijo: “¿Vos sabés a quién le vas a entregar (el poder)?” (refiriéndo­se a Oviedo). “Sé perfectame­nte”, le dije. “Estoy consciente de lo que me va a ocurrir, pero yo voy a cumplir mi palabra (de entregar)”, les dije. Entonces Argaña, como es también así de esos que se pasa de cero a 180 (revolucion­es), le dice a Evaristo González: “Lo que pasa es que los sables de nuestros militares están todos herrumbrad­os”. González sale y le dice: “Disculpe doctor Argaña. Nuestros sables no solo están bien afilados sino están hasta engrasados para defender al Gobierno legalmente constituid­o”. Argaña se retira diciendo: “Acá no hay nada más que hablar”. Le habían llamado antes a Zaracho (comandante de la Caballería), y Ayala dijo: “Que se quede nomás Zaracho (fuera de la conspiraci­ón)” porque había una rivalidad entre Infantería y Caballería. Zaracho no participó.

Esa es la real historia. Y vive Evaristo (para dar su versión). Vive Laíno. Ayala ya murió, Argaña también.

–Se dice que usted pagaba a los militares como hace (el dictador venezolano Nicolás) Maduro. Se decía que les regalaba Toyota.

–¡Mentira, mentira! Recibí el Gobierno con 62 generales de División y entregué con 38, incluyéndo­lo al monseñor Cuquejo, obispo castrense. ¿Cómo hice? Hablando con ellos. “Este país no puede aguantar esto. No estamos en guerra”, les decía.

–Pero llevaron (la situación) al punto de una guerra civil. Se refugió en la Embajada americana.

–No es cierto. Le voy a contar. Oviedo no aceptó mi orden (de pase a retiro en la crisis de abril de 1996). Muy bien. Congregó a todos los oficiales allá (en la Caballería). Los de Infantería se pusieron a mi disposició­n. “Deje nomás general”, le dije (a Eumelio Bernal). “Vamos a manejar nosotros. Ustedes aparte .... ”. Viene llegando (Rafael) Casabianca a Mburuvicha Róga con un mensaje de Oviedo. “Te hace decir Oviedo que no te va a pasar nada, que quiere tu renuncia y yo asumo la Presidenci­a como Presidente del Congreso a las ocho de la mañana”. Textuales palabras. Yo le digo: “Un momentito compañero: Vos no podés subir (como Presidente). Si yo salgo tiene que subir (Ángel Roberto) Seifart”. Casabianca dice: “No, no, no. El (Oviedo) dice que a Seifart le arregla en cinco minutos”. No sé si “le arregla” quería decir “liquidarlo, comprarlo” pero son textuales palabras. Había también ahí una cantidad de embajadore­s, y Seifart estaba con los embajadore­s. Entonces, este señor (Casabianca) comienza a contar eso (del mensaje de Oviedo) delante de los embajadore­s. En un momento dado se me acerca Bob Service y me agarra del brazo diciendo: “Tengo instruccio­nes de mi gobierno de llevarlo a la embajada”. Él jugaba tenis en Mburuvicha Róga con el embajador brasilero, el embajador argentino y el secretario del nuncio. “Por favor le pido”, me dijo. Así fue que nos subimos a mi camioneta F-1000, yo en el medio. Viene un chofer, arranca y nos vamos. En la embajada me dice que el Gobierno de EE.UU. me pedía que no renuncie y que tenía su apoyo. Lo único que yo quería era amanecer porque no hay conspiraci­ón o golpe que se consume de día. Quería hacer tiempo. Ahí es cuando entra el embajador brasilero Marcio Días y viene Hugo Aranda con un mensaje de Oviedo. Me dijo que quería mi renuncia y que si no es así iba a empezar a bombardear no sé que cosa (Mburuvicha Róga), etc., etc. Sale y dice el embajador Marcio Días. “Mira Wasmosy. Vos lo que querés hacer es dilatar. Bueno, vamos a dilatar”. Entonces él hace el texto del pedido de permiso al Congreso. Ni siquiera hice yo (el pedido).

–Pero usted firmó.

–Cometí una boludez, por los nervios, antes de volver otra vez a Mburuvicha Róga, de firmar el escrito en un sobre sin cerrar. Así sale Aranda y se va. Después llegan en mi auto mis tres hijos en un Mercedes azul. Yo salgo manejando por Mariscal López. Voy hacia el centro. No había un alma. Retorno a Mburuvicha Róga y ahí me dicen que Laíno había estado para hablar conmigo, enviado por Oviedo. Y así pasó. A las cuatro y media o cinco (de la mañana) viene llegando Juan Manuel Morales, y detrás otra vez el embajador americano. Ellos me acompañan al Palacio. Esa es la historia real. Fue una crisis terrible. Oviedo era un tipo trabajador, pero no tenía medida. Quien lo definió bien fue Ariel, su hijo. “Es un estratega, un planificad­or, pero llegado el momento, entra en un mbarakapu”.

–Pero usted le truncó la Presidenci­a a Argaña y Oviedo.

–(Se ríe) No hay caso. Yo nací de pararrayos. La institucio­nalización de las Fuerzas Armadas, el saneamient­o financiero, la Suprema Corte de Justicia fueron la mejor obra que tuvimos en toda la historia democrátic­a, la justicia electoral. Nadie valora.

–Tuvo que haber intereses muy fuertes en el 96.

–El segundo puente (en Pdte. Franco) iba a ser multimodal (incluido el carril para trenes). Se iba a pagar con el peaje. Era un regalo de Dios para el Paraguay. Ahí decidí sacarlo a Oviedo (pasarlo a retiro). De otro modo me quedaba como el traste. Se aprobó en el Congreso brasilero (el proyecto). Aquí se aprobó en Diputados y (Oviedo) me hace rebotar en el Senado.

–¿Por qué?

–Quería la obra para él. Entonces, si un tipo hace rechazar algo así quiere decir que el Presidente es él, no yo. Con Argaña pasó lo mismo.

–¿Qué pasó?

–En Yacyretá recupero la Isla Talavera con Menem y ahí le pregunto: “¿Vos decís que Yacyretá es un monumento a la corrupción? ¿Querés arreglar esto, Carlos?”. Me dijo que sí. “Le vamos a llamar a mi hermano Eduardo (Presidente del Congreso argentino)” y le explico. “Acepta todo”. La Argentina se hacía cargo de la deuda existente y de lo que se necesitaba para terminar la obra. Quedaba cero, pero ¿qué pasó? Argaña hace votar en contra.

–La gente no se acuerda bien de ningún Presidente. ¿Wasmosy puede salir a la calle tranquilam­ente?

–Ahora mismo voy a salir a caminar por la calle con usted. Foto lo que quieren sacarse conmigo. Si yo hubiera hecho lo que hizo Canese, el acta del 92, ya me hubieran crucificad­o. Ahí está (Mario) Ferreiro, porque es periodista conocido, nadie le dice nada por todas las barbaridad­es que se va descubrien­do. Así es la vida, pero hay que tener la espalda ancha, saber comprender también las cosas. Eso es lo que le falta a Marito para superar ese gobierno de grupos estancos que tiene.

“Ahora mismo voy a salir a la calle. Foto lo que quieren sacarse conmigo. Si yo hubiera hecho lo que hizo Canese, el acta del 92, ya me hubieran crucificad­o. Ahí está Ferreiro, porque es periodista nadie le dice nada...”.

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Juan C. Wasmosy: “Le digo mirándole a los ojos: un peso no tengo afuera”.
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“Cada uno tenía un banco como si fueran kioscos...”

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