¡Cuidado!
Cada vez que asesinan a un periodista, intentan paralizarnos con el miedo a todos los demás. Es deliberado e intencional, con la precisión de un bisturí. Planean con cálculos fríos, estremecedores y mortales, diseñan con precisión quirúrgica cómo, dónde y cuándo matarán al periodista que los está molestando. Quieren sepultar palabras escritas, denuncias, voces, historias ocultas... Y matan.
Hay zonas del Paraguay donde hacer periodismo es jugar todos los días entre la vida y la muerte. Los criminales de las zonas fronterizas están concubinados con los poderes políticos de esos lugares; ese amancebamiento permite que los mafiosos sobornen a políticos y a las autoridades con plata bañada en sangre. A cambio, estos políticos y autoridades amadrinan y apadrinan a los hampones.
Para los periodistas del interior del país, sobre todo para quienes están en zonas minadas de mafias y en área fronterizas liberadas, hacer periodismo es cruzarse en la calle con el que acaba de amenazar por teléfono con coserlo a balazos. Es ir a misa y ver a los caudillos políticos comulgar cuando el día antes llamaron a amedrentar a favor del criminal de la zona. Es ir al almacén, al copetín y a la escuela de los hijos muerto de miedo pensando cuál será la reacción al material que se acaba de publicar, lo que se acaba de decir en la radio o el reporte de TV que se estuvo pasando. Pueblos chicos, infiernos y mataderos grandes.
Estos compañeros y compañeras no son la visión fashion del periodismo ni los influencers a los que se les pide autógrafos y fotos. De hecho, nadie quiere parecerse a ellos porque son los que caminan en el barro, se quedan trancados en rutas camino a sus coberturas en zonas sin comunicación alguna. Son los que conviven en medio del narcotráfico; son los que viven y sobreviven en medio de crímenes que se alimentan de la miseria. Son quienes viven en medio del PCC, Comando Vermelho, los del EPP, Bala na cara, los Rotela, y los largos etcétera de los clanes mafiosos.
Leo Veras acaba de ser asesinado en Pedro Juan Caballero. En una entrevista difundida en Brasil el 28 de enero pasado, pedía morir con una sola bala pero fue acribillado en su casa mientras intentaba correr. Pablo Medina, nuestro querido compañero de ABC, tenía miedo de morir pero también fue acribillado a balazos mientras rogaba que no lo mataran. Gabriel Alcaraz es otro periodista que murió asesinado en Pedro Juan en el 2014, con doce impactos de bala; vio venir a sus asesinos, intentó huir, entrar a su casa... nada lo salvó.
En la cúspide de la provocación y la impunidad, un 26 de abril de 1991 –DIA DEL PERIODISTA– asesinaron salvajemente a Santiago Leguizamón en Pedro Juan Caballero. Lo hicieron sicarios contratados por narcotraficantes, acunados por el poder político. Y tan acunados estaban que el caso sigue impune casi 30 años después. La relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la OEA acaba de confirmar que retomarán el caso que nuestro país ha dejado sin castigo.
Nadie debería morir por ejercer su derecho a informar, a desenmascarar, a denunciar, a contar lo que sabe. Si asesinan periodistas como represalia por el trabajo, y encima el país no castiga el crimen, ¡CUIDADO! Preparémonos para vivir en un estado dominado por la oscuridad, el silencio, el reino absoluto de las mafias que ya están tomando el país.