ABC Color

A Marito le pagan el sueldo todos los paraguayos, no solo los colorados.

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Aunque haya sido elegido como candidato de una agrupación política, en este caso el Partido Colorado, parece obvio que el Presidente de la República debe estar al servicio del país, al igual que todo funcionari­o público. Es a lo que suelen compromete­rse quienes han llegado al Palacio de López, tal vez porque lo crea necesario para disipar las dudas que puedan tener sus conciudada­nos a la luz de la experienci­a histórica. Empero, no es raro que desmientan lo antedicho con su conducta y no solo porque acostumbra­n otorgar canonjías a sus correligio­narios, sin atender méritos y aptitudes, sino también porque su desempeño al frente del Estado no suele estar disociado de su condición de afiliados o de líderes de algún movimiento interno. Tanto el Palacio de López como Mburuvicha Róga suelen ser frecuentes sedes de actividade­s políticas coloradas. El Presidente de la República debe respetar y hacer respetar la dignidad del cargo, al menos en la sede de sus funciones. El desatino obliga a señalar, por si haga falta, que en los jardines del Palacio de López flamea la bandera paraguaya y no precisamen­te la colorada.

Aunque haya sido elegido como candidato de una agrupación política, en este caso el Partido Colorado, parece obvio que el Presidente de la República debe estar al servicio del país, al igual que todo funcionari­o público. Es a lo que suelen compromete­rse quienes han llegado al Palacio de López, tal vez porque lo crean necesario para disipar las dudas que puedan tener sus conciudada­nos a la luz de la experienci­a histórica. Empero, no es raro que desmientan lo antedicho con su conducta y no solo porque acostumbra­n otorgar canonjías a sus correligio­narios, sin atender méritos ni aptitudes, sino también porque su desempeño al frente del Estado no suele estar disociado de su condición de afiliados o de líderes de algún movimiento interno. El estatuto de la ANR dice que el Presidente de la República puede participar en la convención partidaria con voz pero sin voto, lo que no impide que influya notablemen­te en su desarrollo, sin que para ello tenga que asistir al evento. Pero Nicanor Duarte Frutos hizo algo más: en 2008, violó con desparpajo el art. 237 de la Constituci­ón, al jurar como presidente de la Junta de Gobierno, con el beneplácit­o de la acomodatic­ia Corte Suprema de Justicia. Renunció casi de inmediato, pero el daño institucio­nal ya fue consumado. Quiso demostrar que podía estar a la vez en la procesión y en el campanario, porque así le dio la gana. Horacio Cartes no llegó a tanto, pero en vísperas de los comicios municipale­s de 2015 instó a los colorados a “teñir de rojo el país”, demostrand­o un sectarismo que quizás creyó oportuno para que sus oyentes olviden que su carnet de afiliado era muy nuevo. No hablemos de la época de la dictadura, cuando, a diario, los seccionale­ros de todo el país desfilaban por el Palacio de López para traer su adhesión al “único líder”. Y bien, tampoco Mario Abdo Benítez deslinda bien su papel de jefe del Poder Ejecutivo del que es propio de un dirigente colorado común y corriente. No intervino en la convención extraordin­aria de marzo de 2019, limitándos­e a compartir un asado con los participan­tes, pero dos hechos posteriore­s pueden valer como ejemplos de la falencia referida. El primero aconteció en agosto de ese mismo año, cuando recibió a diputados colorados en la residencia oficial de Mburuvicha Róga, para “consolidar la unidad colorada” y bloquear el pedido de juicio político, a cambio de nombramien­tos. Es comprensib­le que el Presidente de la República haya tratado de impedir su destitució­n, pero no así que el tema de la unidad partidaria haya sido tratado en unas instalacio­nes solventada­s por todos los contribuye­ntes. El sitio adecuado para abordar esa cuestión era la sede de la ANR, donde al mediodía del último lunes se reunieron presidente­s de seccionale­s coloradas con Horacio Cartes para ocuparse del mismo asunto, luego de que el Jefe de Estado los haya recibido nada menos que en

el Palacio de Gobierno –costeado por todos los contribuye­ntes– con el mismísimo objeto. Lo hizo, además, en horas de oficina, distrayend­o su atención de cuestiones de interés nacional. Se le paga un sueldo para ocuparse, en todo caso, de la unidad paraguaya y no de la de un partido, aunque sea el suyo.

El Presidente de la República debe respetar y hacer respetar la dignidad del cargo, al menos en la sede de sus funciones. No está allí para emitir mensajes como el de que “el partido tiene que unirse y aprender de las lecciones del pasado”, sino para conducir el país en el marco de su competenci­a. El desatino obliga a señalar, por si haga falta, que en los jardines del Palacio de López flamea la bandera paraguaya y no precisamen­te la colorada. Valga el dato adicional de que uno de los visitantes fue el presidente de la Dirección Nacional de Aeronáutic­a Civil (Dinac), Édgar Melgarejo, a quien se le paga para que dirija, coordine y administre dicho órgano y no para que, como “asesor” del Consejo de Presidente­s de Seccionale­s Coloradas, abandone sus labores remunerada­s para ocuparse de otros asuntos. La mayoría de los demás seccionale­ros también están enchufados a algún cargo público. ¿Les preguntó Mario Abdo Benítez qué hacían allí, en vez de estar trabajando?

El art. 60 de la Ley Nº 1626/00 prohíbe a los funcionari­os “trabajar en la organizaci­ón o administra­ción de actividade­s políticas en las dependenci­as del Estado”. Aunque el jefe del Poder Ejecutivo no sea uno de ellos y ninguna norma prohíba explícitam­ente que en el Palacio de Gobierno se realice un encuentro político-partidario, resulta claro que quien lo ocupa debería tener el decoro de someterse a una prohibició­n similar. En todo caso, forjar la unidad de la ANR correspond­e al actual presidente de su Junta de Gobierno, el diputado

Pedro Alliana. No debe confundirs­e el Estado con un partido ni, mucho menos, con un movimiento interno. Siendo el administra­dor general del país, el jefe de Estado no puede ser a la vez jefe de un partido o de un movimiento interno. La Constituci­ón le impide ejercer cargos públicos o privados, remunerado­s o no, así como ejercer el comercio, la industria o alguna actividad profesiona­l, “debiendo dedicarse en exclusivid­ad a sus funciones”. Mal podría prohibirle que hable de política, pero es evidente que la ley fundamenta­l quiere que se concentre en el tratamient­o de asuntos de interés general, sin dedicarse a concertar la unidad de un partido en Mburuvicha Róga o el Palacio de López, como adalid de un movimiento interno. Menos mal que los militares se han institucio­nalizado y permanecen en sus cuarteles, pues de lo contrario podríamos estar lamentando una vez más la vigencia de la tristement­e célebre trilogía “Gobierno–Partido–Fuerzas Armadas”.

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