Seguir sosteniendo o no lo insostenible
Plantear un subsidio a los más pobres en Paraguay para que al menos no pasen hambre, seguramente motivará la repulsa de buena parte de la sociedad paraguaya que se negará a “mantener haraganes”.
Sin embargo, la gran mayoría de la gente, en la práctica, no tiene problemas en dejar que operadores políticos, familiares y amigos de quienes están en el poder cobren todos los meses sueldos millonarios, sin trabajar.
Nadie desconoce, seguramente, que los datos que se hicieron públicos en estos últimos días sobre planilleros que pueblan las entidades binacionales y sobre los salarios de funcionarios de las entidades binacionales, algunos de ellos por estar de reposo, solo muestran una pequeña parte de lo que ocurre en las instituciones del Estado.
La cuestión no es solo atribuible a la actual administración sino que responde a un modelo que vienen aplicando desde hace mucho tiempo sucesivos gobiernos.
Hasta ahora, quienes ocuparon y ocupan circunstancialmente el poder no quisieron o no pudieron cambiar las cosas y terminaron adaptándose y aprovechando el esquema montado.
Se debe considerar que, en realidad, quienes resultan beneficiados de esta repartija son muy pocos y los perjudicados no son solamente quienes están de hecho totalmente excluidos del sistema, sin posibilidades de satisfacer necesidades básicas.
Al no hacer un uso racional del dinero, gastarlo en mantener a la clientela y malgastarlo con quienes roban descaradamente al Estado sin hacer nada productivo, quienes resultan realmente perjudicados son los que no pueden ni podrán acceder a una educación de relativa calidad, tendrán una mala atención médica y, en general, recibirán malos servicios del Estado.
Mirando nuestra historia reciente, percibimos que hemos perdido mucho tiempo. Dentro de unos años, a juzgar por la falta de visión de los líderes políticos, la cuestión será peor.
La solución no pasa por la publicidad electoral disfrazada de ferias de empleo. Es obvio que las soluciones de fondo no partirán del voluntarismo humanista de algunos empresarios sino de políticas de Estado que deben aplicarse desde el poder y de manera consensuada con todas las organizaciones políticas y sociales.
El empresariado nacional, que presuntamente conforman la elite económica y cultural del país, también debería asumir la responsabilidad de respaldar a quienes solamente buscan mantener el statu quo del que muchos de ellos se benefician, por medio de contratos con las instituciones del Estado.
Mientras tanto, los organismos de control institucional responden a directivas políticas y solo revelan parte de la realidad: la que les conviene en la coyuntura al sector al que responden.
De acuerdo a lo que está ocurriendo en todo el país, podemos darnos cuenta que los integrantes del actual gobierno no tenían ni tienen ahora ningún plan concreto para atender las necesidades sociales y van improvisando con dinero de préstamos internacionales, bonos, mientras que el dinero proveniente del presupuesto general se utiliza casi todo en mantener la estructura de prebendarismo y corrupción que nos agobia.
La situación no parece sostenible. Cada vez son más los que toman conciencia de que mantener a una claque política que carece de honestidad, voluntad e imaginación no es viable.
Menos aún si la propuesta de solución pasa por un agrupamiento de dirigentes de base en el Palacio de Gobierno para intentar ganar en las elecciones la mayor cantidad de gobiernos municipales, con el objetivo, más o menos explícito, de que todo siga igual en el país.