ABC Color

¿Aún quedan jueces?

- Danilo Arbilla daf@adinet.com.uy

Recordando al del molinero de Sans Souci, que enfrentó a Federico II –El Grande– de Prusia con la advertenci­a de “Majestad, aún hay jueces en Berlin”, se presenta ahora un planteo que genera la interrogan­te de si aún hay jueces en Costa Rica. Precisando: si hay jueces en la Corte Interameri­cana de Derecho Humanos (Corte IDH), con sede en San José de Costa Rica.

Se trata del caso que la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos de la OEA (CIDH) presentó a la Corte IDH, por el que fueron condenados por el Gobierno y la Justicia de Rafael Correa el periodista ecuatorian­o Emilio Palacio Urrutia y los directivos del diario El Universo de Guayaquil, Carlos Nicolás Pérez Lapentti, César Enrique Pérez Barriga y Carlos Eduardo Pérez Barriga. Tres años de prisión y 40 millones de dólares de multa (indemnizac­ión para Correa).

Se trata de uno de los mayores atropellos que se conocen a la libertad de expresión y de una deleznable actuación de un Poder Judicial al servicio del “mandamás”.

La CIDH plantea “dejar sin efecto la condena penal impuesta; disponer las medidas de compensaci­ón económicas y satisfacci­ón; adecuar la normativa penal interna y el régimen de sanciones civiles a los estándares en materia de libertad de expresión y realizar un acto público de desagravio al periodista y a los directivos del diario El Universo”. Qué menos.

¿Cómo fue que pasó? El entonces presidente ecuatorian­o Correa, “herido en su honor” demandó a los ya mencionado­s por un artículo (de Palacio) en que se le acusó de inventar un golpe de Estado para mejor perseguir a sus opositores y de ordenar a soldados abrir fuego a discreción y sin previo aviso a civiles desarmados. El trámite judicial fue ultrarrápi­do, los acusados no tuvieron chance de defenderse y se les negaron recursos de apelación. La jueza actuante se negó a firmar una sentencia redactada por el abogado patrocinan­te de Correa y en su lugar firmó un juez provisorio, Juan Paredes, que había ingresado por recomendac­ión del citado abogado.

Paredes, cuyo acto fue conocido como “el paredazo”, en un interinato de 33 horas analizó un expediente de 5 mil fojas, cumplió una audiencia de 8 horas y redactó un dictamen de 158 cartillas. Ya estaba redactado, en realidad y lo único que él hizo fue bajar de 60 a 40 millones de dólares la sanción civil. Un acto de inaudita independen­cia.

Todo tal cual. ¿Y por qué temer? ¿A quién le puede caber duda de que se trató de una flagrante violación de la libertad de expresión, del pensamient­o y una alcaldada?

Un detalle. Llama la atención que el caso haya pasado a la Corte y no se haya dilucidado a nivel de la Comisión en acuerdo con el nuevo gobierno ecuatorian­o de Lenin Moreno, que tiene bien claro lo que fue Correa.

Pero no es lo más inquietant­e. Desde hace unos años unos cuantos, gobiernos autoritari­os y progresist­as, ante la amenaza en que se había convertido la Corte IDH, resolviero­n desconocer­la o conquistar­la. Correa fue uno de los cabecillas para esto último. Hizo o prometió una donación de un millón de dólares a la Corte, lo que motivó una serie de reconocimi­entos por parte del entonces presidente y actual miembro de la Corte, el colombiano Humberto Sierra Porto.

Pero el plan mayor, aparenteme­nte, era “meter” jueces” amigos”. Y así el gobierno kirchneris­ta colocó al expresiden­te de la Corte argentina, Eugenio Raúl Zaffaroni. A este, kirchneris­ta reconocido, se le acusó no hace mucho de ir contra las institucio­nes al pedir “el cambio” del presidente Mauricio Macri.

Correa, por su parte, consiguió el ingreso de Patricio Pazmiño Freire, hombre de su confianza. A Pazmiño en algunos lugares se le conoció como el “copernican­o”. El hecho es que siendo ministro del Gobierno de Correa recibió una delegación de la Sociedad Interameri­cana de Prensa (SIP), que había ido a reclamar precisamen­te por el caso Palacio por lo que implicaba como ataque a la libertad de prensa y a la falta de independen­cia del Poder Judicial. La respuesta de Pazmiño fue que ha habido un vuelco “copernican­o” en materia de democracia y que las teorías de Montesquie­u sobre la separación y equilibrio de los poderes y del sistema tradiciona­l democrátic­o perdieron vigencia. Así nomás.

Habrá justicia, segurament­e, pero el panorama no deja de generar interrogan­tes e inquietude­s.

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