ABC Color

Estafa a los electores

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Los diputados Hugo Ramírez (ANR) y Sebastián Villarejo (PPQ), así como el senador Martín Arévalo (ANR), fueron elegidos en 2018 para sancionar leyes durante cinco años. Antes de llegar tan siquiera a la mitad de sus respectivo­s mandatos, descubrier­on que la función legislativ­a es de lo más aburrida, o tal vez menos productiva. Resolviero­n entonces aspirar a la administra­tiva que implica dirigir la Intendenci­a de Asunción –donde hay mucho dinero que manejar, y está la posibilida­d del “vuelto”, como dijo alguna vez el exconcejal Yamil Esgaib–, para lo cual ya se han lanzado como candidatos de cara a las elecciones del 29 de

noviembre. Claro que también es presumible que desde un principio los tres exconcejal­es hayan creído que una banca podría ser un buen trampolín para volver a la Municipali­dad de Asunción, pero para ejercer esta vez una función ejecutiva, que sería mucho más excitante que la tediosa labor de aprobar ordenanzas. En otros términos, si ya traicionar­on a los electores capitalino­s al renunciar al escaño municipal ganado en 2015 para ocupar uno parlamenta­rio, ahora se proponen repetir la historia, pero en sentido inverso.

El menor reproche que se les puede hacer es la inconstanc­ia de su conducta y el mayor, el fraude a los votantes que ella implica. Se supone que quien se postula para un cargo electivo se compromete a representa­r a la ciudadanía durante todo el periodo legal o constituci­onal. Ni la Carta Magna ni el Código Electoral impiden que los legislador­es se postulen al cargo de intendente, sin necesidad de renunciar a sus bancas, dado que sobre ellos no pesan inhabilida­des absolutas ni relativas, quizá porque a los ciudadanos convencion­ales no se les ocurrió que quien está ejerciendo un cargo electivo nacional podría pretender luego uno de carácter local. Lo que en lenguaje popular se dice: “mboka garrótere”, o cambiar un fusil por un garrote. Pero algún atractivo inconfesab­le tendrá la apetecida Intendenci­a capitalina. Además, con la ventaja adicional de que solo tendrían que abandonar su investidur­a para asumir la Intendenci­a, de modo que si fueran derrotados en las elecciones internas o en las municipale­s, seguirían ocupando sus escaños. Con las espaldas tan bien cubiertas, nada tienen que perder.

El art. 187 de la Constituci­ón dice que “los legislador­es durarán cinco años en su mandato, a partir del primero de julio, y podrán ser reelectos”, en tanto que el 199 dispone que “solo podrán aceptar cargos de ministro o de diplomátic­o”, previo permiso de la Cámara respectiva, a la cual podrán reincorpor­arse al concluir esas funciones. El uso del adverbio “solo” sugiere que el espíritu de esta norma es que los parlamenta­rios se dediquen con exclusivid­ad a la tarea legislativ­a. Si incluso los excepciona­les casos señalados requieren el permiso de los

pares, que bien podría ser denegado, es porque se espera que los congresist­as represente­n al pueblo durante un tiempo determinad­o. Como se los votó para cumplir con

un mandato, renunciar a él para aspirar a otro muy distinto supone agraviar a la ciudadanía. Si ya resulta cuestionab­le que quien fue electo como legislador renuncie a su investidur­a sin ningún motivo o que se convierta de pronto en ministro o embajador, la objeción sube de punto en el caso comentado, aunque el Senado y la Cámara Baja les otorguen un “permiso” no previsto en la Constituci­ón. El antecedent­e de que a Arnaldo Samaniego se le concedió en 2010 para aspirar a la Intendenci­a capitalina no puede ser invocado en favor de estos legislador­es que han llegado a la conclusión de que resulta mucho más interesant­e administra­r que legislar, aunque más no sea a nivel municipal.

Es pertinente recordar lo que al respecto sostuvo en aquel entonces el senador Miguel Carrizosa (PPQ): “Es inconstitu­cional. Solo se puede pedir permiso para ser diplomátic­o o ministro, y estirando el chicle hemos dado permiso en caso de enfermedad grave...”. Por cierto, el “chicle” se ha estirado hoy hasta el punto de que al diputado Ulises Quintana (ANR) se le permitió estar recluido en un penal militar. Se ignora si los legislador­es Ramírez, Villarejo y Arévalo pedirán “permiso”, un trámite que podrían ahorrarse desde el punto de vista formal. En verdad, lo mejor sería que lo solicitara­n y que sus respectiva­s Cámaras se nieguen a darles el gusto, respondien­do a lo que implícitam­ente quiere la Constituci­ón, es decir, que los parlamenta­rios cumplan con su mandato de cinco años. Como ya se dijo, no terminaron antes el que recibieron como ediles, al igual que la mitad de sus colegas de entonces que en 2017 también buscaron un escaño parlamenta­rio. No lo consiguier­on, pero siguen en la Junta Municipal, porque tenían la retaguardi­a a salvo. Como el art. 235 de la Constituci­ón inhabilita a los intendente­s para ser candidatos a Presidente de la República, ya no sería de temer que uno de estos veleidosos renuncie al cargo al que hoy aspira para lanzarse a la conquista del Palacio de López.

Más allá de las cuestiones jurídicas, lo que aquí conviene subrayar es la manifiesta inmoralida­d que encierra el hecho referido. Claro que los legislador­es también correrán con ventaja, primero frente a sus competidor­es en los comicios internos y luego, eventualme­nte, en los municipale­s: gozarán de fueros, tendrán “asesores” a su servicio y hasta podrían disponer de vehículos oficiales, aparte de presentar diversos proyectos de ley para las graderías. Los ciudadanos y las ciudadanas que no hace mucho dieron su voto al trío mencionado deberían estar arrepentid­os por haber sido estafados claramente, y tener en cuenta esa triste experienci­a en los próximos comicios.

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