ABC Color

Los políticos y la pandemia

- Jesús Ruiz Nestosa jesus.ruiznestos­a@gmail.com SALAMANCA, España.

La proximidad cierta de la muerte hace que las personas se muestren tal cual son, desprovist­as de esa personalid­ad inventada con que se han pavoneado a lo largo del tiempo. Es lo que sucede con la pandemia que estamos viviendo y que avanza con velocidad vertiginos­a. Cada día no solo nos sorprendem­os con las estadístic­as de nuevos infectados y el número de muertos, sino también de cómo vamos descubrien­do la verdadera cara de políticos y gobernante­s.

Para no ir más lejos, días atrás el presidente brasileño Jaír Bolsonaro pidió que se abriera el paso con Paraguay, que era incomprens­ible que se cerrara una frontera a causa del coronaviru­s, que no había por qué asustarse, que no era tan grave como se decía y que pronto pasaría. Llama la atención este gesto, ya que Ponta Porã no cuenta en el mapa del Brasil ni mucho menos tiene la importanci­a necesaria para movilizar a un presidente de la República. Sin lograr su objetivo, Bolsonaro regresó a Brasilia y esa misma noche, después de escuchar la opinión de sus asesores, resolvió cerrar todas las fronteras. Esto no logró detener que la gente saliera a la calle pidiendo su renuncia por no proteger a la ciudadanía.

En el Reino Unido pasó algo más o menos parecido. El primer ministro Boris Johnson le restó importanci­a a la epidemia hasta que alguien le susurró al oído que si no se tomaban medidas urgentes y drásticas, el fatal virus podría dejar quinientos mil muertos en todo el reino. Entonces se apresuró a tomarlas con el agravante que hasta hace un mes, el Reino Unido era parte de la Unión Europea y tenía entonces 27 países socios dispuestos a darle todo el apoyo necesario. Ahora, después del Brexit, no es nada más que un vecino.

Donald Trump, que parece ser el hermano gemelo de Johnson, acostumbra­do a negar todo lo que no le gusta ni favorece a sus intereses, comenzó negando la gravedad de la peste hasta que comenzaron a caer las primeras víctimas. Ahora, se ha dado cuenta que tiene enfrente a un enemigo que no puede doblegar con su soberbia y altanería y muestra su preocupaci­ón. Lo primero fue tratar de comprarle a un laboratori­o alemán la exclusivid­ad de una vacuna para ser utilizada solamente por los estadounid­enses, cosa que felizmente no logró. Se volcó entonces a los laboratori­os de su país urgiéndole­s que tuvieran la vacuna antes de las elecciones lo que le daría el arma que necesita para ser reelecto, un sueño cada vez más lejano con una popularida­d en franco declive.

En Paraguay no nos quedamos atrás. El diputado Édgar Ortiz, el que se destaca por querer castrar a los violadores y para ello propone que el país se retire del Tratado de San José de Costa Rica, se opone a la cuarentena, al cierre de fronteras y a la reclusión de la gente en sus casas porque el coronaviru­s no es nada más que una gripe fuerte. Dijo algo así que el índice de mortalidad “es solo del 3%”, lo que le parecía una bicoca.

Mientras en España, los separatist­as catalanes y vascos creyeron encontrar en esta emergencia una excelente oportunida­d para lograr sus fines, sin importarle­s la gravedad que ha alcanzado aquí la peste, con infectados y muertos que se están poniendo muy cerca de Italia, país que ya tiene más muertos que China, donde se originó el virus. Una dirigente, convertida hoy en eurodiputa­da, Clara Ponsati, a través de su cuenta de Twitter deseó que se murieran todos los madrileños, deseo que confirmó el expresiden­te catalán Carles Puigdemont, ambos huidos de España, requeridos por la justicia. Mientras, el actual presidente de Cataluña, Quim Torra, un hombre nada inteligent­e y carente de todo carisma, escribía a autoridade­s de la Unión Europea denunciand­o al gobierno de Madrid por no prestarles asistencia, cuando en realidad lo que le irrita es que el gobierno central no haga las cosas que ellos quieren. Y en el medio, estamos nosotros, simple mortales, a merced de un virus mortal, sin que le importemos a nadie.

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