Señora economía, el enemigo es el virus
Sería preferible no llegar a preguntarnos en algún momento de estos tiempos difíciles sobre cómo vamos defendernos, al mismo tiempo y con escasas “armas”, de la amenaza sanitaria de un virus letal y de la eventual intransigencia de la economía.
Por estos días, el bien más preciado de todo humano, la vida, tiene una amenaza activa en la propagación del coronavirus, o covid-19.
Pero junto a las personas, también la economía, en los ámbitos de los negocios, la producción, el mundo laboral en sí, formal o informal, empieza a sufrir los coletazos de esta situación, y sus responsables vislumbran días aciagos y un futuro incierto si esto se prolonga.
Estamos atados de cinturas ciertamente con la economía, inclusive muchos están conectados directamente por el estómago con los vaivenes del mercado, con las puertas de los supermercados o con la billetera del Estado. Si cualquiera de esas variables sufre, sufrirán también ellos; si hay recesión a todos irá peor. Si eso sucede, la economía podría ser un enemigo más, por ausencia, por quiebra o por falencias.
Y hay gente en todos los sectores que ya están haciendo cartas de todos estos componentes de la crisis y dispuestos a barajar para que cada quien juegue y apueste a ver qué es mejor: sufrir ahora con el virus y trabajar, y tener pan para mañana (porque solo eso puede asegurar un obrero con su salario mínimo, más un poco de ropa y un “salvoconducto” o certificado de empleo para contraer deudas); o seguir metidos en nuestras casas con la esperanza de ponernos a salvo, nosotros y nuestros seres queridos, de la pandemia, mientras prendemos una vela para que la poderosa señora economía, dueña del mundo –para bien o para mal–, se apiade en estas circunstancias y olvide por un tiempo sus libros de contabilidad y siga congelando los intereses y las cuotas, y deje libre una ventana para despachar el pan y la leche, y haga planes a futuro para levantar de nuevo cabeza cuando lo peor haya pasado.
Si hay una ventaja es que, a diferencia del virus, que ya ha demostrado que no entiende de razones, la economía tiene actores pensantes, grandes mánager, ingenieros, que pueden entender que la vida hoy está contra las cuerdas, y será peor sin la ayuda de ellos, y no quiero usar la palabra solidaridad, porque en los negocios esa es una palabra sin concepto. Seamos quizá cómplices, que las empresas pongan a salvo a lo suyos y la mayoría haremos lo propio con los nuestros, con nuestras personas más cercanas.
Nada es fácil cuando se trata de conciliar intereses como la vida y la economía, interdependientes, pero a veces circulando en sentidos contrarios. Pero aquí, ahora, no es cuestión de quién gana, sino de preservar a los dos, si se pudiera. Si no se pudiera, si me dan a elegir, me quedo con la vida, con las vidas hoy en refugio.
Ahora, qué pasa si esto se alarga y el abastecimiento se ve en peligro. Será, por supuesto, un gran problema, y un “enemigo” que, igual que el virus, se pasará golpeando puertas, comenzando por las puertas de las casas más empobrecidas.
Por eso es bueno que las cartas de este juego las baraje hoy el Estado, como ya lo está haciendo, pero que ponga en esta mala hora ciencia y honradez en sus decisiones, lo suficiente para que en esta circunstancia sin precedentes para nosotros, seamos todos aliados.
Sabemos que hay pequeños emprendedores, empresas medianas que quedan sin aire, gente del día a día de los mercados, pero todos tienen seres humanos en medio, capaces de recomenzar todo de nuevo cuando la tormenta pase.
Hoy, y vale la pena insistir, la prioridad debe ser lo humano, porque una cosa es que esperes la muerte como desenlace natural de la vida, y otra, que venga de a miles, y que te asalte y les asalte a los tuyos, a todos de una vez. Nuestros médicos y paramédicos son valientes, pero hay una parte que nosotros debemos hacer.
Señora economía, no pierda la compostura, no estamos en su contra, sino contra el virus.