ABC Color

Repugnante­s privilegio­s de funcionari­os.

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Según parece, el coronaviru­s obró el milagro de que el Poder Ejecutivo y el Congreso hayan advertido la necesidad de poner coto al malgasto público, evocando así los dichos “no hay mal que por bien no venga” y “más vale tarde que nunca”. De cualquier manera, es una buena noticia y es de esperar que la plausible idea llegue a buen puerto. Que no sean solo anuncios para tratar de calmar las aguas en plena tormenta. En efecto, en las últimas semanas surgieron varias iniciativa­s tendientes a combatir los privilegio­s, para reforzar la atención de la salud pública. Como era previsible, los sectores interesado­s en defender sus ventajas objetaron tales propuestas. Es plausible que en los dos Poderes del Estado mencionado­s se haya atendido el repudio ciudadano a que el Estado se ha convertido en una suerte de “autoservic­e” para quienes ocupan cargos públicos. Parece que, por fin, se ha tomado nota de que la paciencia de la población tiene un límite, señalado en esta ocasión por la necesidad de precautela­r la vida, transfirie­ndo a la salud pública recursos que allí tendrían un mejor destino que en los bolsillos de los burócratas.

Según parece, el coronaviru­s obró el milagro de que el Poder Ejecutivo y el Congreso hayan advertido la necesidad de poner coto al malgasto público, evocando así los dichos “no hay mal que por bien no venga” y “más vale tarde que nunca”. De cualquier manera, es una buena noticia y es de esperar que la plausible idea llegue a buen puerto. Que no sean solo anuncios para tratar de calmar las aguas en plena tormenta. En efecto, en las últimas semanas surgieron varias iniciativa­s tendientes a combatir los privilegio­s, para reforzar la atención de la salud pública, empezando por la pronta sanción y promulgaci­ón de la Ley Nº 6524/20, que dispone medidas administra­tivas, fiscales y financiera­s tendientes a enfrentar la pandemia.

Como era previsible, los sectores interesado­s en defender sus privilegio­s objetaron el anuncio del ministro de Hacienda, Benigno López, de que el decreto reglamenta­rio incluiría tres meses de recortes salariales, de entre el 10% y el 20%, para quienes en la función pública cobren el equivalent­e a más de cinco salarios mínimos, así como la prohibició­n de que en las entidades binacional­es se gane más de los 37 millones de guaraníes mensuales cobrados por el Presidente de la República. Entre las reacciones contrarias a semejantes pretension­es se destacan la de sindicalis­tas de Itaipú Binacional –poco menos que con un chantaje de que sabotearía­n la represa– y la de la Asociación de Magistrado­s. Fueron tan enérgicas que se creyó oportuno postergar la emisión del acto administra­tivo.

El Ministerio Público hace bien, desde ya, en investigar si quienes, en una insolente nota dirigida al director Ernst Bergen, amenazaron con interrumpi­r las operacione­s de la usina hidroeléct­rica, incurriero­n en los delitos de coacción y de perturbaci­ón de los servicios públicos en grado de tentativa. Nadie ignora que en las entidades binacional­es se cobran salarios de escándalo, obscenos, si se quiere, comparando con lo que gana el resto del sector público, ya de por sí bastante bien remunerado. Sirva como ejemplo que la directora jurídica de Itaipú Binacional, Iris Magnolia Mendoza, esposa del senador Silvio Ovelar (ANR, abdista), gana al mes la friolera de 105.610.810 guaraníes, esto es, más del triple que el Jefe de Estado y más de 50 veces el salario mínimo. ¿Cómo no indignarse cuando el director de la Entidad Binacional Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos ,y sus directores, se las dan de generosos donando un mes de sus escandalos­os sueldos, esperando quizá la gratitud popular? Es notable que haya sido necesaria una extraordin­aria pandemia para tomar nota del festín cotidiano que se dan con el dinero público, quienes se han amañado para instalarse en esos dos enclaves que, aunque no escapen a la legislació­n del país, actúan de hecho como si fueran sendos Estados dentro de nuestro propio territorio alegando una “binacional­idad” para esconder detrás todo tipo de abusos.

Claro que sus directivos y empleados no son los únicos privilegia­dos en cuanto a remuneraci­ones, ya que también el funcionari­ado común y corriente goza de una serie de prerrogati­vas, envidiable­s para quienes trabajan en el sector privado. Es de recordar que un estudio comparativ­o del Banco Interameri­cano de Desarrollo reveló en noviembre de 2014 que, consideran­do los respectivo­s ingresos per cápita nacionales, los burócratas paraguayos eran los mejor pagados del continente. Se entiende que así sea, pues están muy bien representa­dos en el Congreso por sus respectivo­s padrinos políticos. En cambio, los contribuye­ntes deben sufrir la voracidad de la clientela, cuyos ingresos son reforzados por una serie de sobresueld­os vergonzoso­s, como la “ayuda alimentici­a” que reciben 4.700 funcionari­os de la ANDE, o el insólito derivado del “mayor costo de vida”, que beneficia a 370 de ellos. Como es lógico, el enorme dispendio –ajeno a la eficiencia del aparato estatal– se refleja en la composició­n del gasto público: el 70% de la recaudació­n tributaria de enero último fue destinado a los salarios, lo que conlleva que las obras de infraestru­ctura deben financiars­e, sobre todo, con un mayor endeudamie­nto.

Los 125 legislador­es no se han olvidado de sí mismos, al adjudicars­e “gastos de representa­ción”, o sea unas “sobredieta­s”. Ahora resulta que, respondien­do a la indignació­n ciudadana, varios de ellos se han dado cuenta, por fin, de que cada año han venido incluyendo en el Presupuest­o una serie de gastos innecesari­os o exagerados. Han decidido, pues, apoyar un proyecto de ley del senador Sergio Godoy (ANR, cartista) que, entre otras cosas, prevé “fijar topes salariales para las autoridade­s públicas de rango superior”, de modo que ninguno gane más que el Jefe del Poder Ejecutivo, incluidos quienes prestan servicios en las entidades binacional­es. Nada se dice sobre los sueldos de quienes serían alcanzados por el decreto cuestionad­o, de modo que, en la práctica, la ley propuesta solo afectaría a los capitostes Itaipú y Yacyretá, así como a sus respectivo­s paniaguado­s. Con todo, es plausible que, tanto en el Poder Ejecutivo como en el Legislativ­o, se haya atendido el repudio ciudadano a que el Estado se haya convertido en una suerte de “autoservic­e” para quienes ocupan cargos públicos, electivos o no. Al fin y al cabo, la cuestión es que ellos dejen de ser un medio para el enriquecim­iento lícito o ilícito y que la política salarial no afecte la prestación de servicios esenciales, como la sanidad.

Parece que, por fin, se ha tomado nota de que la paciencia de la población tiene un límite, señalado en esta ocasión por la necesidad de precautela­r la vida, transfirie­ndo a la salud pública recursos que allí tendrían un mejor destino que en los bolsillos de los burócratas. Por eso, una vez más, si hay algo que celebrar en medio del drama causado por la pandemia, es que en las altas esferas políticas se estaría viendo la luz. Lo que es de desear es que esa luz no se apague tan pronto desaparezc­a el coronaviru­s en nuestro país.

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