Un perfume ofrecido con generosidad
El Lunes Santo nos invita a recordar siempre este episodio de encuentro que se da en la casa de Marta, María y Lázaro; este último a quien Jesús había devuelto la vida. Un encuentro entre amigos que se quieren y se aprecian mucho; recordemos que Jesús se echó a llorar cuando murió Lázaro.
“Jesús le respondió: Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
En esta ocasión tal vez Jesús pasaba por allí ya casi en tono de despedida, pues sabía lo que sucedería en los días próximos. Y como se da entre los verdaderos amigos cuando saben que tendrán que separarse por algún motivo, María le ofrece a Jesús un regalo increíble, como un recuerdo para que él no la olvide; unge sus pies con un perfume muy caro y los seca con sus cabellos. Seguro que nadie le había regalado al Señor algo tan significativo como ese gesto.
El gesto de la unción, desde muy antiguo siempre estuvo ligado también a la realidad de los reyes; a quienes debían gobernar a Israel, Dios los ungía a través de algún profeta antes de iniciar su misión. Podemos afirmar entonces que María ungió a quien ella ya consideraba Rey.
Este episodio del Lunes Santo nos invita a reflexionar y a preguntarnos si Cristo Jesús es para nosotros verdaderamente amigo, Rey, Señor de nuestras vidas. Y si afirmamos que lo es, entonces interrogarnos qué es lo más valioso que yo puedo ofrecerle como señal del amor que le tengo.
A los pobres los tienen siempre con ustedes…
Reconocer a Cristo como Rey de nuestras vidas tiene una implicancia muy concreta, y aún más en este tiempo tan exigente que nos toca a todos. Jesús tenía una predilección muy especial por los pobres, por los enfermos, por los excluidos, por los marginados, por aquellos a quienes nadie quería siquiera mirar. A ellos les devuelve la salud, la dignidad, en una palabra: la Vida.
Hoy, no solo el covid-19 está con nosotros, circulando en medio de nuestra gente. Hoy más que nunca Jesús nos recuerda que los pobres están también aquí con nosotros, que tocan a nuestra puerta, que nos piden un plato de comida, que nos solicitan un poco de ayuda.
Tal vez, este año, no tendremos la posibilidad de hacer que el pueblo de Dios pueda sentir el agradable aroma del incienso en nuestras celebraciones litúrgicas. Pero con cada pedacito de pan o un simple vaso de agua que compartamos con alguien que necesite, estaremos elevando al cielo la mejor de las fragancias que agradan a Dios. La fragancia, el perfume del “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”.