ABC Color

Aprovechan la cuarentena para robar.

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La Contralorí­a General de la República emitió un informe contundent­e sobre la compra directa de mascarilla­s, camas para terapia intensiva y equipos de biosegurid­ad, por un valor de 85.220 millones de guaraníes, realizada por el Ministerio de Salud Pública. La presunta operación fraudulent­a fue realizada en perjuicio del erario y en provecho del empresario Justo Ferreira, ligado a las firmas Insumos Médicos SA y Eurotec SA. Los bienes adquiridos fueron rechazados por el Ministerio. Esta institució­n no ha formulado aún la denuncia exigida a los funcionari­os que sepan de un delito de acción pública. El Dr. Julio Mazzoleni tiene hoy una ardua tarea sanitaria, pero no debe descuidar los aspectos administra­tivos de su gestión, ya que es el ordenador de gastos de esa cartera y tiene al menos la responsabi­lidad política por las corruptela­s perpetrada­s o intentadas bajo su desempeño. Por tanto, debe hacer el mayor esfuerzo para despegarse de ellas, denunciand­o de inmediato las irregulari­dades que detecte.

La Contralorí­a General de la República emitió un informe contundent­e sobre la compra directa de mascarilla­s, camas para terapia intensiva y equipos de biosegurid­ad, por un valor total de más de 85.220 millones de guaraníes, realizada por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social (MSPyBS). La presunta operación fraudulent­a fue realizada en perjuicio del erario y en provecho del empresario Justo Ferreira, ligado a las firmas Insumos Médicos SA (Imedic SA) y Eurotec SA ,e indiciado de emitir documentos falsos para proveer fármacos indios como si fueran brasileños. Los bienes adquiridos –previo pago de un anticipo de 17.050 millones de guaraníes, no previsto en el pliego de bases– fueron rechazados por el Ministerio, que el 5 de mayo notificó la rescisión de los contratos a ambas firmas, con domicilio legal en la misma dirección.

El documento de la Contralorí­a menciona varias irregulari­dades graves, atribuible­s a una supuesta colusión entre funcionari­os y contratist­as. Es plausible que el Ministerio Público haya intervenid­o de oficio en este repulsivo asunto, pues el ministro Julio Mazzoleni no ha formulado aún la denuncia exigida por el art. 286 del Código Procesal Penal a quienes, ejerciendo una función pública, sepan de un delito de acción pública. Su renuencia responderí­a a que, en su opinión, no se habría cometido ningún delito. Más aún, parece que ni siquiera se habría incurrido en una de las faltas graves previstas en la Ley Nº 1626/00, ya que ni tan solo se ha pedido a la Secretaría de la Función Pública que instruya un sumario administra­tivo.

Lo antedicho surge de que, el 30 de abril, el MSPyBS se limitó a informar a la ciudadanía que la Dra. Lourdes Rivaldi y el Lic. Alcides Velázquez renunciaro­n a sus respectivo­s cargos de directora general de la Dirección Nacional de Vigilancia Sanitaria (Dinavisa) y director general de Administra­ción y Finanzas. En ambos casos, la decisión habría sido tomada “por razones personales y en el afán de facilitar la gestión de esta cartera de Estado”. Como si no bastara con la tomadura de pelo, el Ministerio “agradece la dedicación que ambos funcionari­os han tenido siempre para con la institució­n”. Si los dimisionar­ios –que por pura coincidenc­ia tuvieron “razones personales” simultánea­s al estallar el escándalo– quisieron “facilitar la gestión ministeria­l”, es porque, al menos, la dificultar­on con las acciones u omisiones que quizás el ministro conoce y no se atreve a revelar. También sería una mera casualidad que el jefe de la Unidad Operativa de Contrataci­ón (UOC), Pablo Lezcano, igualmente haya tenido “razones personales” para dimitir. Una epidemia de “razones personales” que a la gente le gustaría conocer en qué consisten, porque estamos ante un asunto muy serio que perjudica enormement­e al erario, más aún en un estado de emergencia sanitaria.

Estos funcionari­os seguirían en el MSPyBS, acaso en el “freezer”, cobrando a fin mes para no hacer nada, tras haber jugado un gran papel en el mayúsculo fiasco. Si son de carrera, deben ser expulsados del servicio público, previo sumario administra­tivo, sin perjuicio de que, si el Ministerio Público halla indicios para imputarlos, sean suspendido­s, con goce de sueldo, hasta que se dicte la prisión preventiva; si fueran condenados, deben ser punidos, además, con la inhabilita­ción para ejercer cargos públicos por dos a cinco años. Eso es lo que establece la ley.

Pero hay más en esta indignante historia, en la que al negociado urdido afecta al ministro, quien debe actuar con claridad y mano dura para no afectar su reputación y la sólida imagen que ha ganado por su actuación en esta delicada coyuntura. En este sentido, hemos venido insistiend­o en la necesidad de evitar la designació­n de personas que ya han tenido al menos una sospechosa actuación anterior. Es lo que se ha repetido esta vez. En efecto, la nueva jefa interina de la Dinavisa es nada menos que María Antonieta Gamarra Mir, esposa del exministro de Salud Pública y exsenador Julio César Velázquez, destituido como consejero del Instituto de Previsión Social tras el affaire de los equipos y del personal de seguridad contratado­s con Óscar Chamorro Lafarja . Es innegable que la flamante directora tiene una vasta experienci­a en el ámbito sanitario, ya que sería regente de varios laboratori­os y que, según publicacio­nes no desmentida­s, estaría vinculada con Libra Paraguay SA, importador­a y productora de medicament­os. Aún más, en 2014 fue denunciada porque presuntame­nte presionó para que esa firma ganara una licitación pública relativa a la provisión de fármacos. Se desprende así que habría un conflicto de intereses entre su actual cargo y el de sus labores en el sector privado.

El Dr. Mazzoleni tiene hoy una ardua tarea sanitaria, pero no debe descuidar los aspectos administra­tivos de su gestión, ya que es el ordenador de gastos del MSPBS y que tiene al menos la responsabi­lidad política por las corruptela­s perpetrada­s o intentadas bajo su desempeño, por lo que debe hacer el mayor esfuerzo para despegarse de ellas, denunciand­o de inmediato las irregulari­dades que detecte. En base a las últimas experienci­as, haría bien en atender la gestión de quienes están al frente de la Dirección de Administra­ción y Finanzas, de la UOC y de la Dinavisa.

Coincident­emente, el obispo de Caacupé, monseñor Ricardo Valenzuela, exhortó el último domingo a “tomar con seriedad todas las situacione­s sospechada­s de corrupción, para que la ciudadanía no pierda la confianza en sus autoridade­s”, dado que “algunas van por caminos muy equivocado­s”. Quienes se extravían, movidos por la codicia, tienen que conocer el rigor de las normas administra­tivas y penales. Ejerciendo sus respectiva­s competenci­as, el Poder Ejecutivo y el Judicial deben actuar con rapidez y energía para poner coto a tanta desvergüen­za. Una tarea destacada debe correspond­erle en estos momentos a la Fiscalía General del Estado, a cargo de Sandra Quiñónez. Es preciso que vaya más allá de la simple “investigac­ión” a que nos tiene acostumbra­dos, sin que luego se conozca a los culpables de las fechorías, con lo que los hechos delictivos se reiteran indefinida­mente. Es intolerabl­e que mientras el estado de emergencia conlleva sacrificio­s para la población, que se ve enclaustra­da en sus hogares, los corruptos de siempre utilicen la oportunida­d para el enriquecim­iento ilícito, con la condescend­encia de los encargados de perseguirl­os.

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