El orden de olas puede afectar el resultado
La primera ola de la pandemia tiene consecuencias sanitarias, la segunda consecuencias económicas, la tercera políticas y la cuarta consecuencias sociales, se decía descriptivamente el martes en el Congreso, durante el debate entre ministros del Ejecutivo y parlamentarios, sobre las propuestas para la recuperación económica poscovid 19.
Eso dirá el manual. Porque en el Paraguay, tal vez como consecuencia de la buena gestión sanitaria, la primera y única ola que sintió hasta ahora la gran mayoría de las familias paraguayas ha sido la económica.
Consecuencias sanitarias sin necesidad de pandemias de hecho ya las vienen sufriendo desde hace décadas los sectores más vulnerables de la población.
Hasta ahora, no se ha dado el contagio masivo que se anunciaba (y aún se anuncia) como algo inevitable y para lo cual se prepara, en la medida de sus posibilidades, el Ministerio de Salud, adelantando de antemano que nuestro sistema no está preparado y que, previsiblemente, seremos rebasados.
La anunciada como segunda ola se desató antes con furia sobre nuestro país como un terrible tsunami. De un día para otro, para ser más exactos desde el 11 de marzo (hace ya 65 días), se cerraron los negocios, muchísima gente, especialmente la que vivía de lo que ganaba diariamente, ya no pudo trabajar, se cerraron las instituciones educativas, la gente quedó en sus casas sin poder salir siquiera a pasear. En suma, fue una catástrofe económica que se sintió casi como si de una guerra internacional se tratase.
La poca efectividad y diligencia del gobierno en las primeras semanas motivó que muchas familias pasasen hambre y otras necesidades básicas. La cuestión se salvó mal que mal con la solidaridad de las ollas populares que mucha gente sensible y sacrificada llevó adelante.
Increíblemente, el desastre que ocasionó la ola económica no motivó ninguna movida importante a nivel político.
Conste que, con la primera ola se mezcló otra que, pese a ser habitual, en las actuales condiciones del país, motivó como nunca la rabia y la repulsa popular: la ola de corrupción.
Hubo graves denuncias de negociados escandalosos con las compras del Estado en varias instituciones: Dinac, el Ministerio de Salud, Petropar, etc, que salpicaron a algunas conocidas figuras políticas. Si no cayeron peces gordos es porque si hay algo que funciona bien en este país es la defensa corporativa que ejercen entre ellos los corruptos, sin la menor vergüenza y con la mayor caradurez.
El ministro de Salud y su equipo, además de otros médicos y expertos sanitarios siguen advirtiendo que se vendrán los contagios masivos.
Será para nosotros la segunda ola que debería haber sido la primera.
¿Qué ocurriría si esa segunda ola asume las características catastróficas que le adjudican?
No se puede descartar que la primera ola de crisis económica, que seguirá presente, mezclada con la segunda sanitaria, en la que puede haber cientos de afectados y más fallecidos, sazonada con la ola de corrupción, provoquen el desastre que tanto teme el Gobierno y el sistema político.
Todo se puede ir al diablo y lo que ahora se alaba como una buena gestión de la crisis puede ser un lejano recuerdo entre las ruinas de un desastre.