Crack, origen de todas las penurias
El suplicio de los pobladores de los barrios Guayaibity, Las Mercedes y Villa Alta comenzó exactamente cuando se instalaron en la zona los primeros asentamientos, que eran ocupados por personas provenientes de diferentes puntos del país. Con esta gente, lamentablemente, se instalaron –en los que hasta ese momento eran apacibles lugares–, los primeros distribuidores de drogas, el crack, principalmente, según denunciaron.
Los pobladores de estos barrios se dedican mayormente al cultivo de verduras, hortalizas y frutilla, a más de la venta de leche, cría de ganados menores y aves de corral.
Todos se conocían entre ellos desde niños. Sin embargo, luego de la instalación de los asentamientos comenzaron a deambular por las principales cuadras y calles vecinales jóvenes visiblemente afectados por las drogas e inmediatamente después comenzaron a desaparecer cosas que habitualmente quedaban en los patios.
Bicicletas, herramientas, como palas, azadas, machetes y rastrillos, a más de ropas y calzados, garrafas, cocinas y lavarropas forman parte de los objetos preferidos por los ladrones.
Al principio, los vecinos tomaron estos hechos como cuestiones anecdóticas. Pero con el correr del tiempo la inseguridad se fue apoderando de la población, principalmente cuando se registraron los primeros asaltos callejeros, perpetrados por peajeros armados con puñales. Luego la situación se agudizó con los motochorros.
“Como nuestras propiedades no tienen murallas ni tejidos, al principio muchos se encerraban en sus piezas al caer la penumbra por temor a los desconocidos que trajinaban de noche por los barrios. Sin embargo, esto empeoró la situación, ya que los ladrones comenzaron a operar impunemente y comenzaron a llevar todo cuanto encontraban a su paso, cualquier cosa que pudieran cambiar o vender para seguir comprando drogas”, explicaron los afectados.
Ahora es normal escuchar durante horas de la madrugada el desesperado gruñido de lechones robados y transportados sobre motocicletas. Una noche robaron 17 de estos animales de un pequeño productor del barrio, lo que inevitablemente llevó a la quiebra al trabajador. La misma suerte corren los animales de corral, gallinas, patos, pavos y gansos, nada se salva de los desconocidos, explicaron.
Reinaldo Alfonzo, miembro de una de las familias más antiguas del barrio Las Mercedes, se dedica al igual que sus vecinos a la producción de verduras, hortalizas y principalmente frutilla. El labriego asegura que necesariamente un miembro de su familia debe pasar en vela durante las noche vigilando la huerta para evitar los robos. “Es una pena esta situación de inseguridad que ahora estamos viviendo”, explicó Alfonzo.
“Antes, estos delincuentes solo robaban las frutas o el producto ya terminado en el caso de las verduras y las hortalizas, sin embargo, ahora se llevan hasta las semillas. Una tarde podés sembrar 5.000 plantitas de frutilla, pero al día siguiente podés encontrar vacía tu huerta”, aseguró.
Esta acuciante situación obligó a la movilización de los vecinos en plena cuarentena para pedir algo básico: un poco de seguridad.
Todos los pobladores coinciden en que el origen de todas sus penurias es la venta de drogas en la zona. Es más, los vecinos identificaron la casa de una vecina, ubicada en uno de los asentamientos como el principal punto de venta de crack y lugar de reducción de todos los objetos robados. Sin embargo, pese a todas las denuncias efectuadas contra la dueña de casa, a quien identificaron como Marisol Portillo, nunca fue detenida.
Los afectados confirmaron que la propiedad de la sospechosa ya fue allanada en ocho oportunidades, inclusive por agentes de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad). “Es que cuando los antidrogas ingresan a la zona, los policías de la comisaría 21ª Central Mboi’y, le avisan y ella esconde las evidencias”, denunciaron.
Días atrás los vecinos atraparon a uno de los ladrones, la Policía dijo que no lo podían detener por falta de evidencias, ahora ellos denunciaron a los que los detuvieron, dijeron.