No causar divisiones
Jn 14,15-21
Vivir en unión es uno de los anhelos más profundos de todos los seres humanos. De modo especial, la unidad dentro da la propia familia, manifestada a través del respeto, del diálogo sincero y del buen humor, ya que la cara larga espanta a los demás.
Sin embargo, existen muchos enemigos de la unidad, casi siempre marcados por la codicia de los bienes materiales, o por la soberbia vanidosa. Estas dos ponzoñas saben travestirse de diversas maneras, pero actúan siempre como ponzoña que desune y aleja las personas. El cristiano tiene la obligación de vigilarse cuidadosamente, para no ser engañado por estos antivalores.
Es cierto que el ser humano tiene talentos para no causar divisiones y agrandar la comunión, pero la parte más importante la hace Jesucristo y por esto él sostiene: “Yo estoy en mi Padre, ustedes están en mí y Yo en ustedes”.
A través de Cristo nosotros nos unimos al Padre y participamos de su misma vida divina, somos colmados de dones que nos trasforman, nos sanan y nos fortalecen.
Cristo está en nosotros y nosotros estamos en él, y esta hermosísima realidad debe ser alimentada con la Santa Misa de todos los domingos. No cuidar de esta relación fraterna es atentar en contra de la unidad.
Es justamente en Cristo que nos unimos entre nosotros, ya que él es el vínculo que establece la ligación, y es la cabeza de este cuerpo espiritual: espiritual, pero sumamente real.
Todos los católicos, y cristianos, en fin, todas las personas de buena voluntad, deben abrirse para recibir el Paráclito, que es el Espíritu de la verdad, lo cual trabaja en el corazón de cada uno, llevándolo a compartir con los otros sus alegrías, éxitos, preocupaciones y falencias.
Es este Espíritu que nos educa y modela para que, aunque tengamos decepciones y tensiones, sepamos lidiar con estas cosas sin lastimar al otro, y sin romper la unidad.
Es el Espíritu de Cristo que actúa en el hondo de nuestro corazón para que tratemos de no causar divisiones, y que no nos lastimemos también. Esta realidad es tan importante que él volvió al cielo, en la Ascensión, para luego enviarnos su propio Espíritu.
Para no causar divisiones, y peor cuando lo hacemos por capricho o impulsividades desubicadas, hemos de cultivar la amistad con Jesús. Él nos dice: “El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama”. Entonces, ser amigo de Cristo exige el honroso deber de vivir sus mandamientos las veinticuatro horas del día.
Paz y bien. hnojoemar@gmail.com