Lo pandémico no quita lo corrupto
Si en algún momento, alguien pensó que la crisis de la pandemia sería un punto de inflexión en nuestro país para dejar atrás los viejos manejos políticos corruptos, las últimas revelaciones sobre las compras de insumos para el Ministerio de Salud muestran que no existe tal intención.
Tal vez no podía esperarse mucho de un gobierno que desde el principio se sabía que era débil, con alguien al frente que llegó al máximo poder de la República por algunas circunstancias fortuitas y no por su gran liderazgo u otras cualidades que en realidad nunca se le notaron.
Todos sospechaban que la frase del presidente Abdo Benítez al inicio de su mandato “caiga quien caiga” era solamente eso: una frase.
El manejo institucional en Paraguay consiste en que el gobernante que asume luego de cada elección reparte cuotas de poder entre sus aliados políticos internos, que no son otra cosa que los distintos ministerios, secretarías, entes binacionales, etc. El valor de lo que a cada cual le toque en la repartija será proporcional a su aporte, sea político, económico o de cualquier otra índole.
Los ministerios de transforman así en feudos, donde los ministros a su vez reparten cargos en base a lealtades políticas, respaldos en la campaña, devolución de favores y otras consideraciones por el estilo.
Existen cargos especialmente apetecibles por las posibilidades de tener acceso directo al manejo de recursos económicos: las administraciones o unidades operativas de compras son puestos claves para manejar los contratos de compras y contrataciones varias.
Los ministros, que son quienes aprueban las compras y contrataciones firmando los documentos, reciben en general un porcentaje de las ganancias, mayor o menor, dependiendo de su deshonestidad y de su vinculación a los negocios que se tejen en la institución a su cargo.
Casos particulares son los cargos en la Administración Nacional de Aduanas, Puertos o Dinac, lugares de paso de todo tipo de mercaderías legales e ilegales y donde la recaudación diaria ha hecho millonarios en las últimas décadas a personajes inescrupulosos con la complicidad de las autoridades del Gobierno de turno.
Estos sitios en particular se constituyeron desde hace mucho tiempo en enclaves mafiosos, que no cambian nunca de dueño. Quienes eventualmente pasan a dirigir esos organismos nombrados por algún nuevo mandatario y si no son “de la casa”, se incorporan enseguida al esquema de recaudación, como una pieza más, perpetuando la corrupción.
La existencia de estos esquemas, con mayor o menor variante según la institución y de quienes están a cargo, no son desconocidas por los mandatarios de turno y su entorno. Si no dicen nada es porque generalmente se benefician con ello ya sea personal o familiarmente.
En caso de no existir un beneficio directo, aceptan la permanencia de la corrupción como “el precio de la paz”. Esa misma de la que se hablaba en el periodo stronista.
Hubiera sido maravilloso que una crisis sanitaria de proporciones mundiales obrara el milagro de que el mandatario tuviera una actitud firme, patriótica y heroica para no permitir que continúen impunemente el latrocinio al dinero público.
Sus declaraciones y las de su entorno indican que solamente desean volver a la “normalidad”, que continúen los robos y que siga habiendo unos pocos privilegiados que se enriquecen a costa de la pobreza y el padecimiento de la mayoría.
El combate a este esquema seguirá dependiendo, por lo que se nota, de las denuncias, la firmeza, la movilización y el coraje de los ciudadanos y ciudadanas que, desde su espacio de dignidad, nunca creerán que hay que agachar la cabeza y que “esto es así nomas luego”.