Peligroso relajamiento social.
El lunes pasado comenzó la fase 2 de atenuación de la cuarentena a la que nos obligó la pandemia de covid-19, que se extiende ya por más de 80 días. Por algún extraño motivo, incluso antes de su inicio, el fin de semana pasado mucha gente entró en una etapa de relajamiento que no condice con la necesidad imperiosa de mantener cuidados extremos de distanciamiento social e higiene personal. Que la cuarentena ya no sea estricta pone a prueba nuestra moral autónoma y nuestra responsabilidad personalísima. Es cierto que no podemos vivir encerrados: somos seres sociales y tenemos la necesidad de mantener la vida económica activa. Pero por ahora, lo único que cambió es la fase establecida por el Gobierno. No solo el peligro continúa vigente, sino que es más fuerte que nunca, ya que la famosa curva va en aumento y la única forma de contrarrestar esto es manteniendo férreas medidas de protección y autocontrol, a estas alturas archiconocidas por todos. Dentro de dos semanas podríamos estar pagando (y muy caro) las consecuencias de habernos relajado en esta fase de salida de la cuarentena.