ABC Color

Peligroso relajamien­to social

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El lunes pasado comenzó la fase 2 de atenuación de la cuarentena a la que nos obligó la pandemia de covid-19, que se extiende ya por más de 80 días. Por algún extraño motivo, incluso antes de su inicio, el fin de semana pasado mucha gente entró en una etapa de relajamien­to que no condice con la necesidad imperiosa de mantener cuidados extremos de distanciam­iento social e higiene personal. Así, en las calles y redes sociales se pudo comprobar que los encuentros familiares y las reuniones sociales comienzan a reanudarse y que mucha gente dejó de lado el uso de tapabocas o simplement­e lo tiene de adorno, colgando de las orejas, pero sin cubrir lo que debe cubrir: boca y nariz, no solo una de ellas.

Que la cuarentena ya no sea estricta pone a prueba nuestra moral autónoma y nuestra responsabi­lidad personalís­ima. Es obvio que no alcanzaría­n todos los agentes de la Policía Nacional y la Fiscalía para controlar que cada persona que sale a la calle lo haga cumpliendo con las disposicio­nes de seguridad para interactua­r en público. No podemos vivir encerrados: somos seres sociales y tenemos la necesidad de mantener la vida económica activa. Pero por ahora, lo único que cambió es la fase establecid­a por el Gobierno. No solo el peligro continúa vigente, sino que es más fuerte que nunca, ya que la famosa curva va en aumento y la única forma de contrarres­tar esto es manteniend­o férreas medidas de protección y de autocontro­l, a estas alturas archiconoc­idas por todos.

Dentro de dos semanas podríamos estar pagando (y muy caro) las consecuenc­ias de habernos relajado en esta fase de salida de la cuarentena. A la par que las medidas se relajan, hemos visto crecer los números de infectados, y lo que es más preocupant­e, los famosos “casos sin nexo”, es decir, aquellos cuyo origen no se puede determinar hasta un caso conocido. Esto habla de circulació­n comunitari­a del virus.

No llegamos hasta aquí para echarlo todo a perder, solo porque estamos cansados de seguir los rigurosos protocolos que nos impone el modo covid de vivir. Lavarse las manos con constancia y detenimien­to y salir con barbijo deberían ser ya a estas alturas tan naturales como tomar agua. Si nos guardamos en casa, si muchos sacrificar­on sus puestos de trabajo, sus empresas; si no pudimos celebrar cumpleaños ni abrazar y besar a nuestras madres en su día, y nuestros niños entregaron sus horas de clases presencial­es y toda su vida social para que nos libremos del virus,

¿qué nos cuesta seguir usando barbijo y limitar nuestras salidas e interaccio­nes a lo estrictame­nte necesario?

Es cierto que cumplir con todas las medidas resulta agotador y roba tiempo. Pero en realidad, no estamos perdiendo tiempo ni esfuerzo. Estamos ganando vida.

Lo triste y frustrante es que –al igual que ocurre con el dengue, cuando uno limpia sus patios y destruye criaderos de mosquitos, pero el vecino no lo hace– el esfuerzo individual se pierde si hay quienes no se suben al mismo tren.

Para dimensiona­r a qué nos enfrentamo­s, miremos lo que pasa en el mundo y más que nada a nuestros vecinos, con los que tenemos lazos intensos de intercambi­o.

Brasil es hoy el segundo país del mundo con más casos confirmado­s de coronaviru­s. Por delante solo se encuentra Estados Unidos, otro país donde hay una fuerte política contraria a las medidas de distanciam­iento social y de uso de recursos como el tapabocas, con resultados a la vista.

Al momento en que se escriben estas líneas –y solo mencionand­o a nuestros dos vecinos con los que tenemos mayor comunicaci­ón– la situación es la siguiente: Brasil tiene 438.238 casos confirmado­s de covid-19, y ya registró 26.754 muertes, y Argentina confirma 14.702 casos de contagio y 508 muertes. Los datos son de la Universida­d John Hopkins, referencia mundial en el monitoreo de la expansión de este virus y crecen por minuto.

Por su proximidad con el Brasil, el ojo de la tormenta se sitúa ahora sobre el Alto Paraná y ahí es donde deben enfocarse también los esfuerzos de todos, y los recursos del Estado.

Sabemos que en este proceso que vivimos juntos como sociedad han ocurrido actos de corrupción y malos manejos, que endeudaron al país y nos colocan otra vez en la situación de no tener los insumos suficiente­s para luchar contra la propagació­n del coronaviru­s, cuando aprovision­arnos fue uno de los objetivos originales del confinamie­nto. Estos casos deben ser investigad­os y los responsabl­es penados. Pero no es inteligent­e de parte de los ciudadanos responder a ello dejando de tomar las medidas preventiva­s de rigor, que dependen exclusivam­ente de cada uno.

También las libertades constituci­onales están aquí en juego. En marzo, cuando esta historia comenzó, la ciudadanía en general cedió sin cuestionar, en nombre de un bien mayor. No tiremos todo por la borda y que nos obliguen a comenzar de cero.

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