ABC Color

“Déjeme respirar”

- Ricardo Caballero Aquino rcaballero­a@gmail.com

Ufanándose de innata superiorid­ad moral, los ingleses inventaron La Leyenda Negra de atrocidade­s españolas en América. Incapaz de generar una intelligen­tsia en libertad, España tragó saliva a sufrió la vejación por siglos. En realidad, comparada con los ingleses, los españoles eran ángeles, sobre todo en cuanto a racismo, que ambos ostentaban.

El racismo inglés era bíblico y en su cultura no había lugar para el distinto, peor si era africano. Mientras el español a veces hasta daba su apellido a los hijos de las indias, el inglés violaba a las esclavas y luego vendía los hijos en subasta.

El americano más ilustrado, Jefferson, tomó de amante a su esclava Sally Hemmings, que era media hermana de su esposa, y orgulloso la mostró en los salones de París cuando era Embajador. Pero, en Virginia, ella dormía con los demás esclavos.

Los españoles también despreciab­an a negros, zambos y mulatos, pero no tanto como para no permitirle­s comprar Certificad­os de Pureza de Sangre demostrand­o una flexibilid­ad impensable en la América inglesa. Solo los Nazis con los judíos mostraron una actitud similar a la del inglés hacia el negro. La cocinera del Presidente Johnson, un texano mbareté, no podía viajar con el beagle presidenci­al en el Sur, porque tenía miedo que la abusen a ella y le roben el perro.

En pleno siglo XXI, el negro norteameri­cano sabe que, si llega a su casa tarde y olvida la llave en el auto, y vuelve al vehículo para buscarla, corre el riesgo de que el vecino llame a la policía diciendo que “un negro está dando vueltas sospechosa­s en el vecindario”.

Esta anécdota es de la vida real y tuvo lugar en Cambridge, Massachuss­etts. Y ambos, el negro y el vecino blanco eran miembros de Cuerpo de Profesores de Harvard. Si la Policía venía esa noche iba a ser con armas desenfunda­das.

El olímpico desprecio del policía asesino Derek Chavin en Minneapoli­s hacia George Floyd, que solo le pedía le deje respirar, fue más de lo que se podía aceptar. El orgullo que demostró al dejar lo filmen matando, “cumpliendo su deber” no se veía ni en la policía del Apartheid sudafrican­o, que golpeaba y mataba negros, pero no a la luz del día y ante cámaras que no tardarían en llegar a la TV. Algún resto de vergüenza quedaba.

En agosto del 2001, la ONU de Kofi Annan organizó en Durban, Sudáfrica, una reunión especial sobre la lacra del racismo y nuestro representa­nte dijo que Paraguay no tenía problemas de racismo contra los negros porque no había negros. Esa expresión en sí fue irredimibl­emente racista.

Algo va a cambiar con la muerte de Floyd. Se agotó la tolerancia con policías racistas pero también con jueces y fiscales que apañan a criminales supremacis­tas. Unas protestas que comenzaron en Minneapoli­s, “civilizada” Minnesota de inmigrante­s suecos y noruegos, ya se extendió a Londres, París y Berlín.

El negarles humanidad a los de ascendenci­a afro ya no dejará de tener retribució­n.

Gratitud eterna al valiente que se atrevió a filmar a cuatro forajidos uniformado­s para despertar al mundo de su letargo.

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