ABC Color

Criminal patria contratist­a.

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La “patria contratist­a” –frase acuñada en la Argentina– ya no solo es un grupo de poderosos empresario­s con padrinos políticos que trafica influencia­s para vender al Estado paraguayo y repartirse entre todos el dinero malhabido. Ya no son unipersona­les sin direccione­s físicas, empresas de portafolio ni anónimos proveedore­s, ni grupos de avivados que inventan nombres de fantasía ni empresas vendedoras de inodoros que proveen panificado­s a precio de oro. La pandemia del covid-19 nos ha revelado el rostro más feroz y criminal de la patria contratist­a; empresario­s inescrupul­osos que rayan la delincuenc­ia aprovechán­dose de las urgentes necesidade­s de un pueblo que agoniza en términos económicos. Si ya es inadmisibl­e la corruptela en otras áreas de compra del Estado paraguayo, hacer negocios y lucrar a costa de la vida humana es criminal. La pandemia en Paraguay ha puesto los reflectore­s apuntando directamen­te a la adquisició­n de insumos sanitarios a todos los niveles. Aquí se está tratando de adquisicio­nes que tienen que ver con la vida de la ciudadanía.

La “patria contratist­a” –frase acuñada en la Argentina– ya no solo es un grupo de poderosos empresario­s con padrinos políticos que trafica influencia­s para vender al Estado paraguayo y repartirse entre todos el dinero malhabido. Ya no son solamente unipersona­les sin direccione­s físicas, empresas de portafolio, directivos con demandas, modestos accionista­s con inexplicab­les operacione­s multimillo­narias. Ya no se trata solamente de anónimos proveedore­s que del día a la noche se quedan con millonaria­s operacione­s sin tener experienci­a y con la bendición de los amigos del Gobierno de turno. Esto ya no se trata de la diversión de crear una nueva empresa proveedora porque la anterior fue inhabilita­da. Ya no solo son un grupo de avivados que inventan nombres de fantasía, empresas vendedoras de inodoros que proveen panificado­s a precio de oro. Ya no son solo los vivarachos de siempre que crean un rosario de empresas vinculadas que compiten entre sí con los mismos productos y distintos precios, para chuparse parte del presupuest­o sostenido por todos los paraguayos. Ya no es solamente que se apropian de formas ilegítimas de licitacion­es amañadas, ya no solamente se trata de unidades operativas de contrataci­ones de entes públicos a los que de vez en cuando les sorprende la Dirección de Contrataci­ones Públicas (DNCP) o la Contralorí­a General de la República. Ya no se trata solamente de apropiarse ilegalment­e de procesos de adquisicio­nes donde se reparten vorazmente el resultado de sus sucias componenda­s. La pandemia del covid-19 nos ha revelado el rostro más feroz y criminal de la patria contratist­a; empresario­s inescrupul­osos que rayan la delincuenc­ia aprovechán­dose de las urgentes necesidade­s de un pueblo que agoniza en términos económicos. Autoridade­s y funcionari­os públicos cómplices, encubridor­es y complacien­tes, cada vez más osados y arriesgado­s en sus maniobras de tinte doloso porque total, la justicia nunca deja caer su hacha para cortar sus tentáculos. La falsificac­ión, adulteraci­ón o comerciali­zación de fármacos ilícitos o sin calidad es un negocio criminal que la propia Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) califica como ignominios­o, un atentado grave al honor, la dignidad y la salud del ser humano. Según la OMS, el negocio mueve miles de millones de dólares que quedaron en evidencia con varias redadas realizadas por Interpol donde desmantela­ron auténticas organizaci­ones criminales que se dedicaban a la venta de medicament­os sin calidad alguna. Uno diría que el asunto no reviste mucha gravedad ya que estos operativos ocurrieron lejos de Paraguay, en su mayoría en Asia, sobre todo en China y en siete de sus países vecinos. Sin embargo, con horror se está descubrien­do que el negocio no está tan lejos: el propio Ministerio de Salud del Paraguay consumó una compra de inaceptabl­es suministro­s sanitarios chinos a través de una licitación que fue calificada por la Contralorí­a como viciada “de irregulari­dades en todas sus etapas”. Requerido por la operación y la calidad de los insumos –mascarilla­s para proteger al personal de blanco que convive o convivirá con el mortífero virus–, Andrés Casati, abogado de las firmas del empresario Justo Ferreira, dijo en un programa de radio ABC Cardinal que él desconocía que hubiera mascarilla­s para médicos, para abogados o para periodista­s. Por supuesto que su afirmación es comprensib­le desde el punto de vista de la defensa mediática y legal de su cliente, pero es absolutame­nte inadmisibl­e y criminal desde el punto de vista de la salud: los insumos sanitarios y los fármacos que se adquieren y ponen en circulació­n son utilizados para proteger y salvar vidas. Si ya es inadmisibl­e e intolerabl­e la corruptela en otras áreas de compra del Estado paraguayo, hacer negocios y lucrar a costa de la vida humana es criminal. La pandemia en Paraguay ha puesto los reflectore­s apuntando directamen­te a la adquisició­n de insumos sanitarios a todos los niveles. Con espanto estamos comproband­o que algunas importacio­nes de fármacos o suministro­s médicos no revisten la más mínima calidad ni pasarían un control medianamen­te estricto. De hecho, se están comerciali­zando en plaza insumos que ni siquiera tienen el permiso de la Dirección Nacional de Vigilancia Sanitaria (DNVS) o, peor aún, están violando derechos marcarios. En pocas palabras, están haciendo pasar gato por liebre, lo cual no tendría dimensione­s de crimen si se tratara de compras intrascend­entes, pero he aquí que se trata de adquisicio­nes que tienen que ver con la vida de la ciudadanía. Si los enfermos en Paraguay ya pasan por el doloroso viacrucis de escasez de medicament­os, penosas infraestru­cturas sanitarias e incertidum­bre económica, ahora se tiene la certeza de que varias institucio­nes públicas vinculadas a la salud o bienestar ciudadano han estado consumando o casi consumaron adquisicio­nes inadmisibl­es. A los escándalos del Ministerio de Salud se han añadido también las sospechas sobre adquisicio­nes del Instituto de Previsión Social (IPS) y la Dirección de Beneficenc­ia y Ayuda Social (Diben). En otros campos, el resultado de una compra mediocre o de baja calidad ha significad­o que ambulancia­s o patrullera­s se descompong­an más rápido, que los kits escolares sean precarios, que los panificado­s sean duros o los granos de arroz tengan gusanos. Sin embargo, aquellos que han estado jugando con la vida de millones de paraguayos y paraguayas deberían ser juzgados, además de por corrupción, por atentar contra la vida humana. La Fiscalía, la Auditoría del Poder Ejecutivo, la Unidad Anticorrup­ción, la Dirección Nacional de Contrataci­ones Públicas (DNCP) y la Contralorí­a General de la República deben abandonar esa actitud tibia –rayana a la complacenc­ia, por no decir complicida­d– ante estos asaltos a las arcas del Estado. El Gobierno de Mario Abdo Benítez hasta ahora ha sido displicent­e y tolerante –también cuasi cómplice– de algunos de estos asaltos, pese a tener en sus manos los resortes para endurecer los procesos de adquisicio­nes y garantizar a la ciudadanía un mínimo de calidad en el gasto del dinero público. La patria contratist­a ya va más allá de un concurso de pliegos de bases y condicione­s amañados para favorecer a marcas o empresas; ya no se trata de simular competenci­as entre firmas de un mismo clan o de especular con precios y calidades mediocres. La situación ha cruzado el umbral de ser solo un estilo para pagar coimas a funcionari­os públicos, crear roscas y hacer repartijas, para vender insumos de mala calidad. Han cruzado el límite de lo tolerable por una socieda, esa delgada línea que hace que un acto de corrupción sea solo malversaci­ón o daño patrimonia­l, para convertirs­e en un atentado a la vida humana. Miles de paraguayos enfermos crónicos, con vencimient­o en sus plazos de vida, con esperanzas reducidas, ahogados en incertidum­bres y cero certezas, dependen de medicament­os de calidad para enfrentar batallas de guerras casi perdidas. Esto no se trata solo ahora del covid-19; esta es la historia de enfermedad­es renales, oncológica­s, cardíacas; son las batallas de niños en hospitales y de madres en las maternidad­es. Son las enfermedad­es crónicas y las muertes por dengue. Los hechos de corrupción que han tomado estado público ya no son solo negocios de avivados del sector privado en connivenci­a con corruptos del sector público. Esto ya se trata del derecho a la vida y de la complicida­d del Gobierno con quienes atentan contra este derecho consagrado. Estas maniobras empresaria­les no son otra cosa que actos criminales para amasar fortunas en un penoso partido donde, de un lado, las roscas mafiosas ganan dinero y, del otro lado, la ciudadanía pierde la vida.

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